viernes, 27 de abril de 2018

EL PRINCIPITO: CONTADO PARA PRINCIPITOS DE SIETE.


!Hola amigos! les ha pasado que quieren motivar la lectura en sus niños y no encuentran el libro adecuado. Muchos padres y docentes pensamos en "El principito" pues es un libro hermoso y lleno de valores. Pero lo dudamos porque es una novela de temática trascendental. !No lo dudes! Nuestros hijos pequeños están en la edad de aprender de sus superhéroes. !Nosotros!  Nos ven todo el tiempo y aprenden de lo que les damos.

Aquí les dejo El Principito, para leerlo a manera de cuento antes de dormir. Me excuso, pues no pude aguantarme las ganas de dedicárselo a mi Sarita.


A Sara;

Sé que te debe resultar agotador dar y dar siempre las mismas explicaciones como si una gran muralla estuviera en mi cabeza
Cuando compartes con migo, me haces sentir como regando una plantita, que pronto abrirá para perfumarlo todo con ricos aromas
Pero quiero que entiendas que cada adulto viene con su propia muralla
Los hay con murallas grandes, otras pequeñas, unas son notorias y otras casi invisibles
No puedo evitar que te tropieces, resbales, o te caigas,
pero si puedo enseñarte a que camines sobre ellas superando el malestar que producen
Sara, te quiero contar la historia de un amigo de otro planeta, el pequeño príncipe



Imagen tomada de internet

Un día este príncipe se le presentó a un aviador que había caído en el Sahara y le pidió que le dibujara una oveja. El aviador que ya era un poco mayor, ante la petición del príncipe recordó que perdió el ánimo por el dibujo a los seis años, cuando dibujó una boa constrictor devorando un elefante y la gente mayor pensó que era un sombrero. La imagen de ese dibujo había quedado grabada en su memoria, así que en lugar de una oveja, el aviador dibujó a la boa y se la enseñó al príncipe, quien respondió; 

-! No!, !No!, No quiero un elefante dentro de una boa.

Ante tal cosa, el aviador dibujo una oveja que a nuestro príncipe le pareció que estaba muy enferma, luego dibujo otra oveja que a nuestro príncipe le pareció que era un carnero, luego otra más, que a nuestro príncipe le pareció que estaba vieja. Ya agotado dibujo una caja y le dijo al príncipe que la oveja estaba dentro, éste miro como buscándola y le pareció perfecta para su planeta porque era pequeña y venía en su cajita donde podía dormir. 

El príncipe muy pensativo le preguntó al aviador si las ovejas comían arbustos;

-Sí,... las ovejas comen arbustos-, le respondió el aviador. 

-¿Y comen baobab?

-Sí, -pero éstos son demasiado grandes para una oveja-, -ni una fila de elefantes podría comerse un baobab-, afirmó el aviador.


El príncipe sabía que el aviador era grande, testarudo y no veía las cosas importantes, entonces le aclaró que como en todo suelo, en su planeta había semillas buenas de plantas buenas y semillas malas de plantas malas. Por lo que era necesario reconocerles antes de que germinaran y arrancarlas de inmediato, si no, infestaría todo y hasta podría hacer explotar el planeta. De tal forma, dijo el príncipe;

-Se debe ser disciplinado y deshojar a diario-. 

-¿Las ovejas comen flores? ¿Se comen las que tienen espinas?

-Si- contesto el aviador.

-¿Para qué sirven las espinas?

 El aviador que estaba atareado con un perno rebelde, subió el tono y dijo:

 -! Las espinas no sirven para nada! -! No son más que pura mala intención de las flores! 

Pero el príncipe, lleno de enfado por la gran distancia entre él y el aviador no tuvo de otra que gritar:

-Las flores son débiles-. -Son ingenuas-. -Ellas aseguran su tranquilidad como pueden-. Conozco una flor que solo existe en mi planeta a la que una pequeña oveja puede aniquilar sin darse cuenta.

 -¿No es importante eso?

Entonces el aviador humillado se reconoció en su grandísima, pero grandísima muralla.

El príncipe recordó con nostalgia a su flor, que era una rosa, en realidad. -No debí volar- dijo para que el aviador escuchara.

Entonces se dio a compartirle al aviador sus sentimientos por la flor. El día en que broto, el pequeño príncipe supo que no era una flor modesta. Recordaba como se creía pariente del sol. El día en que se conocieron, pidióle un globo para protegerla del frío en las noches. Era vanidosa, caprichosa y un tanto arrogante, pero hermosa y conmovedora. La flor había colmado el planeta de aromas y centellos, pero el príncipe, que no reparaba en los actos, huyo agobiado por la cantaleta de la flor.

El aviador, ahora muy atento, se dispuso a escuchar las aventuras del príncipe.

El primer planeta que visitó estaba en posesión de un rey solitario que daba órdenes a todo; te ordeno ponerte de pie, te ordeno sentarte, te ordeno hablar, te ordeno callar, bla ... bla ... bla ...  Era muy fastidioso, pero magnificente.

Era un rey absoluto y universal, de quien él mismo afirmaba, las estrellas le obedecían. Ante semejante prueba de autoridad, el pequeño príncipe pidió una gracia del rey. Pidióle una puesta de sol, que el rey concedió para las siete y cuarenta. Pero el príncipe cansado, aburrido y decepcionado de la superficialidad del rey, se dispuso a marchar. Ante el peligro de no tener un súbdito, el rey prometió al pequeño príncipe ser ministro de justicia, pero al príncipe no le interesaba ser ministro porque en este planeta no había nadie a quien juzgar. -Podrías juzgarte a ti mismo-, replico el rey. Pero él sabía perfectamente que podría juzgarse a sí mismo, sin ser un ministro.

El segundo planeta que visitó nuestro príncipe estaba habitado por un hombre vanidoso quien saludó al príncipe quitándose el sombrero una y otra vez, pero no por cortesía, sino creyéndose admirado por el recién llegado. Pidió al príncipe que chocara sus palmas para poder bajar el sombrero en ademan de grandeza, pero después de unas cuantas veces, el juego se volvió aburrido. Además el vanidoso estando tan arriba, le parecía que nuestro príncipe tenía una vocecita infantil y por tal, no lo escuchaba. -Que extrañas son las personas mayores- Pensó el príncipe desconcertado.

El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor que estaba sentado frente a una colección de botellas vacías y botellas llenas.

 -¿Qué estás haciendo?- pregunto el príncipe.

-Bebiendo- Respondió el bebedor,

 -¿Y por qué bebes? -Para Olvidar-.

-¿Para olvidar qué? -No sé, ya lo olvide-.

Y contagiado de la misma melancolía del bebedor, partió el pequeño príncipe.

En el cuarto planeta vivía un hombre de negocios que se la pasaba el tiempo contando no se sabe qué. Todo sumaba quinientos y un millones setecientos veintidós mil setecientos treinta y uno.

-¿Quinientos millones de qué?- Preguntó el príncipe.

-¿Quinientos millones de qué? - Volvió a preguntar el príncipe. 

-De, de, de... estrellas. -Son mías, las cuento porque las poseo-.

-¿Y de qué sirve poseer las estrellas?-.

Pues para saber que son mías. Este hombre razona igual que el bebedor -pensó el príncipe.

El príncipe trato de ponerse en los mismos zapatos que el hombre de negocios, pero no hallaba gracia en ello. Pensó en que la flor de su planeta era suya, pues la regaba todos los días. Le era útil. Pero el hombre de negocios de nada le servía a las estrellas. Y con mucho enfado se marchó de este planeta, cuestionando el egoísmo de la gente.

El quinto planeta estaba ocupado por un farolero fiel a quien el príncipe llego a amar, pues lo que hacía lo hacía por gusto y porque era útil para su planeta. Era verdaderamente hermoso el farolero y tan distinto a los otros hombres que había conocido, ellos, hacían cosas para agradarse a sí mismos. Este hombre realmente le era fiel a su trabajo que era apagar y prender el farol.


Imagen tomada de internet


En el siguiente planeta habitaba un geógrafo que estaba ciego y sordo. Se le presentó al príncipe como un sabio. Y sin más nuestro príncipe no pudo resistirse a preguntar sobre los océanos, mares y montañas de este planeta, pero con gran decepción se dio cuenta de la enfermedad del geógrafo; padecía de exceso de desconfianza. Nunca había caminado por su planeta porque, como su nombre lo indica, él escribía y no necesitaba caminar para escribir. Entonces, jamás había contemplado la tierra y por tanto no había disfrutado  de sus paisajes, pues eso no era cosa de geógrafos.

El último planeta fue la tierra, en la cual encontró una serpiente atenta a las palabras del príncipe pero no por amabilidad, sino por interés.


Imagen tomada de internet


-Al que toco, lo devuelvo a la tierra de dónde salió-, dijo la serpiente.

-Puedo ayudarte si un día extrañas demasiado a tu planeta- insistió la serpiente.

El principito a quien le interesaba conocer a los hombres de este lugar, no reparó en que la serpiente le quería morder.

Otro día encontró un jardín con miles de rosas iguales a su rosa. Pero el príncipe quien no había aprendido a amar del todo, lloró pensando en que su rosa se sentiría humillada, cuando supiera que él había conocido miles más dentro de su especie.

Un día apareció un zorro. 

-Ven a jugar con migo- le propuso el príncipe.

-No puedo, no estoy domesticado- respondió, el zorro.

Pero el príncipe no sabía que era exactamente domesticar, entonces el zorro le explicó que él no era más que un niño entre cien mil niños más y no tenía necesidad de él, si lo domesticara tendría necesidad de él y sería  único entre muchos. El príncipe no podía dejar de pensar en que su rosa lo había domesticado ya, pues era única y la necesitaba. Cuándo hubo de marcharse el príncipe, lloró el zorro y éste lo reprocho. Pensaba que el zorro se quedaba solo y adolorido pero no. Cada vez que los trigales eran batidos por el viento, llegaba el más bello recuerdo de uno risos dorados y era feliz. El príncipe marcho seguro de que alguien lo extrañaría y de que él extrañaba a su rosa. 

El día octavo de la avería del aviador se habían agotado el agua y las historias, entonces, cayeron ante la belleza del desierto. Para el príncipe el desierto era hermoso porque guardaba en él un poso de agua, para el aviador el desierto era hermoso por los susurros del silencio. Y con el príncipe dormido entre sus brazos caminó hasta encontrar un pozo. Bebieron de esa agua y ya saciados quedó un rastro de tristeza en el ambiente.

El príncipe exigió el cumplimiento de una promesa hecha por el aviador; un bozal para su oveja, fue así que conoció los dibujos del baobab y el zorro, que causaron risas al príncipe, pero el ambiente seguía trastornado.

-Debes trabajar- dijo el príncipe y el aviador partió llevándose la duda de cuán grande era el agobio del príncipe.

Al siguiente día el aviador encontró al príncipe en aparente alianza con la serpiente, quien a cambio de morderlo le prometió llevarlo hasta la estrella que ahora guardaba la rosa. Fue así, que el príncipe partió de este planeta, prometiendo al aviador ser una estrella sonriente y feliz para él. Siempre que mirara al cielo, habrían millones de estrellas sonriendo para él. 

El mercado. (Cuento)