sábado, 18 de mayo de 2019

DEJEN EN PAZ LOS HUESITOS DEL LIBERTADOR

-¡Que espantoso fracaso el del comunismo: gente pasando hambre ante tiendas vacías ¡
-Es cierto; un triste fracaso. ¿Pero qué dices del capitalismo? ¡Gente pasando hambre frente a tiendas llenas!
Jaume Perich

Por: Fanny Ortiz
fannyortiz997@gmail.com



Hola a todos, quiero responder una pregunta aparentemente sencilla. ¿Por qué los restos de Simón Bolívar reposan en Venezuela si murió en Santa Marta? Puede que la respuesta sea obvia. Simón Bolívar era oriundo de Venezuela, acaso no es justo que sus restos reposaran en el hermano país. Al menos es lo que se concluye si se lee su testamento, pero alrededor de éste documento hay discrepancia. Aunque no me detendré en esta discusión yo prefiero agarrarme de la duda, ¿realmente el testamento recoge las palabras moribundas de Simón Bolívar?

La primera pregunta que propongo no es ingenua, salió de un salón de clase, la hizo un joven de no más de quince años. Y bueno, si ellos preguntan cómo es el proceso creativo de la escritura de Avangger, o de Cien Años de Soledad, entiendo que cuando hablan de Bolívar me están preguntando por el Bolívar de hoy, el Bolívar de las salas de cine, el de NETFLIX, el heroico, el libertador. Sí, creo que este es el Bolívar de nuestros jóvenes.


No me malinterpreten, mi ánimo no es avivar la candente política del sur, ni mucho menos, pero acaso no nos encontramos hoy pensando y revisando nuestra historia, como respuesta a lo que pasa en la región. Es que somos hijos de nuestro tiempo, no lo olvidemos. Doy un ejemplo, hace poco escuché en la calle a una persona venezolana, quien pasaba por La Caracas, no Caracas, Venezuela, por la Avenida Caracas de Bogotá, lo escuche decirle a otro ¿viste el Bolívar? No se refería al precio del bolívar, se refería a la estatua del Bolívar, que está ubicada en la plaza central de Bogotá, la plaza Simón Bolívar, que amaneció pintada. Esas palabras hicieron tránsito en mi mente, me trasladaron al salón de clase, a la pregunta de mi estudiante y me llevaron por la reflexión que quiero compartir con ustedes. ¿De qué Bolívar es qué estamos hablando exactamente? Porque el Bolívar que nos enseñaron en la escuela, el Bolívar que aprendieron nuestros padres, dista mucho, del Bolívar histórico y del Bolívar historiado. Una de dos, Bolívar está de moda o el venezolano aquel anda muy perdido.

Pero volvamos al salón de clase, como hijos de esta época, del internet y el celular, nuestros muchachos no tragan tan entero. Muchos de mis estudiantes venezolanos son sensibles al tema, con todo y esto, me arriesgo a postular; el Bolívar que reconocen estos jóvenes y el que seguramente reconocerán sus hijos, en buena parte es el Bolívar que se reescribió, en nuestra querida pero maltratada Venezuela. Ese será el tema de hoy.

En 2010 Venezuela celebraba el centenario de la lucha por la independencia. Por entonces nos llegaba alguito de información sobre lo que pasaba en el hermano país, claro, desde el lente de los canales oficiales colombianos. Recuerdo haber visto a un Hugo Chávez un tanto utópico con un libro en la mano, hablando de Bolívar y meses más tarde, la imagen del rostro del Bolívar reconstruida con tecnología 3D, como telón de fondo de un presidente bolivariano, hablando de la hazaña de haber aplicado la prueba de ADN a los restos de Bolívar.

No era para menos, en Venezuela, se había realizado una exhumación de carácter científico. Digamos de paso, que el fallecido presidente, tenía la firme intención de mostrar el magnicidio del héroe de la patria y que en vida, tuvo que tragarse muchas de sus presunciones, por ejemplo; la del supuesto fusilamiento, pero seamos justos, hay que abonarle una tremendísima campaña de apropiación de la memoria histórica de los venezolanos.

Dicha “apropiación” fue inspirada por las no muy desinteresadas intenciones ideológicas del régimen. Me explico; a mi manera de ver se realizaron cuatro acciones encaminadas hacia la recuperación, pero con  alto sentido ideológico. Primero; se trasladó el Archivo General de la Nación “Francisco de Miranda” de la antigua edificación de la calle de las carmelitas a un complejo cultural, con capacidad y dotación moderna, se descentralizó la tenencia del patrimonio, puesto que muchas de estas existencias reposaban en academias tradicionales y otras en arcas sagradas de familias muy influyentes. 

Gracias a esto hoy se puede consultar por internet los archivos del libertador y esperamos que estén prestos los archivos de Francisco de Miranda, precisamente rescatados de las academias tradicionales. Casi 12. 128 existencias están al alcance del público, aunque sea, la transcripción y traducción del inglés al español. Lo digo así, pues me ilusionó la idea de leer y reconocer desde su grafía al libertador, pero solo pude leerle desde la transcripción.

Quiero decir de paso, que en el desarrollo del objetivo de este blogger, he podido acceder a documentación histórica, pues ha sido voluntad de las instituciones que custodian dar a conocer a través sus motores de búsqueda, el patrimonio para el ciudadano del común.  Lástima que no pase así con el archivo del libertador. Es loable la idea de un catálogo digital, pues agiliza la búsqueda, pero, es responsabilidad de los gobiernos democratizar el total acceso al patrimonio. Aunque no encontraran los manuscritos, les dejo la dirección del sitio, para la consulta.



Segundo; el 3 de julio del 2010, se realizó un despliegue de actividades culturales homenaje a Manuela Sáenz. Los expresidentes Hugo Chávez y Rafael Correa, exhortaron sendos discursos, después del traslado simbólico de una cárcava desde el puerto de Paita (Perú) sitio donde falleció, en 1856, la heroína. La caja contenía tierra paiteña y quedó reposando a un lado del sarcófago de Bolívar.

El traslado de la caja tuvo amplio cubrimiento por los canales oficiales. Se creó un ambiente pro-régimen para un pueblo, tal vez, no tan convencido del camino bolivariano. Lo importante del acto me parece a mí, es la re-lectura acerca de Manuela Sáenz. Ya no de Manuelita, -como nos enseñaron a decirle en Colombia- ni de doña Manuela, es más, eso de “libertadora del libertador”, parecía cosa de un pasado, ahora teñido por un limbo de acontecimientos históricos, que se trasmitían por los medios de comunicación como algo inconcluso o como parte de lo que se vivía para entonces en Venezuela. A Manuela Sáenz, se le reconoce con honores militares y el rango de “Generalísima” en el discurso chavista.


Tercero; el régimen aprovechó el poder de los medios para tejer una verdad y trasladarla al ámbito de lo simbólico. Se le dio al Bolívar un nuevo rostro y un nuevo significado. Fue así, que el domingo 18 de julio, los venezolanos amanecerían pegados del canal oficial viendo apartes de la exhumación. Muy a las ocho de la mañana, Hugo Chávez, se dirigió al pueblo y relató, en tono religioso el paso a paso de la apertura del sarcófago. La exhumación se realizó en la noche del jueves 15 y en la madrugada del viernes, el presidente  twitteó dos veces sobre lo ocurrido en el panteón. 

A estos huesitos se le realizaron pruebas de ADN que fueron confrontadas con la osamenta de las hermanas de Bolívar, María Antonia y Juana, restos que a su vez, darían 99, 9 % compatible con la descendencia de las mujeres. Se demostró científicamente la relación entre Bolívar y sus hermanas. Para nadie es desconocida la imagen del rostro del Bolívar reconstruido con arqueología virtual, que acompañaría en adelante los discursos de Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. Estoy de acuerdo con la descripción que proponen en: Arqueología y Patrimonio Virtual “La mirada soñadora y elevada, el inmaculado peinado y la potencia del rostro, muestran un buscado idealismo que tiene mucho que ver con la figura simbólica e ideológica que se estaba representando por encargo de la Revolución Bolivariana”.


Reconstrucción facial de Simón Bolívar. Realizada por Philippe Froesch. 2012 


Ahora entiendo porque la expresión de mi estudiante denotaba cierta molestia, el hombre murió en territorio colombiano, acaso, no debería tener por morada la catedral de San Pedro Alejandrino? Claro que sí, pero la precaria República dividida y convulsionada quedó en bandeja de plata para los intereses políticos. En ese momento fue  importante el quién y no qué se resguardaba. Algo así, pasaba en 2010, bueno, no voy a decir, que trasladar tierra constituya una intromisión a la soberanía, pero si hay un halo de supremacía en un discurso apologético, que por demás, tiene muchas incongruencias desde el punto de vista de la historia. Se cuenta un Bolívar revolucionario, por mandato de una Revolución, que se hace llamar Bolivariana.

Cuarto; se adelantó una tarea a todas luces, titánica por rescatar de La Carraca los restos de Francisco de Miranda. A esta tareíta se le puso plazo hasta el bicentenario de la batalla de Carabobo, es decir, en 1924. La intención de Hugo Chávez sería la de repatriar estos restos. Tarea no tan fácil, dado que Francisco de Miranda murió en esta cárcel y su cadáver hace parte de una fosa común entre centenares de otras osamentas. Lla tarea consta de  comparar el ADN de cada hueso de La Carraca, con los restos de Leandro Miranda, hijo del prócer. Restos ya exhumados en París, por mandato del régimen. En un mundo en que cada vez, los gobiernos hacen conciencia de la importancia simbólica del patrimonio, esta repatriación haría justicia, no solo a los venezolanos, sino a la totalidad de los Americanos del Sur y Centro. 

Para concluir, el discurso chavista alrededor del bicentenario no deja de sonar  autoritarito y totalitarista, muchas veces, incongruente con el discurso historiográfico. A parte, se trasladó al plano de las ideas, figuras emblemáticas de la Revolución del siglo XIX, que se habían quedado en el olvido, para re significarlas como parte de un proceso que se vivía en la Venezuela de la primera década del siglo XX. La figura de Simón Bolívar deja de ser “El Libertador” y pasa a ser “El Revolucionario”. Como se muestra en la película de Alberto Arvelo creada en pleno auge del nacionalismo venezolano. Francisco de Miranda “El Generalísimo” sale de la ultratumba como notable estratega y político, aunque una dignidad muy merecida, ser el pensador de América, se quedó enterrada en La Carraca. Manuela Sáenz “La Generalísima”, ostenta el muy merecido rango militar, pero en suelo nuevo, nada lejos del machismo decimonónico, ser  madre de la patria, es un honor relegado, como relegada queda la cárcava de tierra paiteña. 


Sobre la figura de Manuela Sáenz yo diría que aunque murió exiliada, relegada y disminuida como mujer y en el nuevo panteón de figuras emblemáticas de la Revolución Bolivariana se le deja a un lado del sarcófago de Simón Bolívar, su figura es otra, si se lee, desde la película de Diego Risquez, realizar en período chavista. Se cuenta a una Manuela longeva, quien desde las penurias de una silla de ruedas tiene episodios de lucidez, que logra por las lecturas de las cartas de Simón. Desde una silla de ruedas, Risquez, la ubica como una mujer llena de sentimientos y pasiones, pero sobre todo, poseedora de la verdad sobre lo que pasó. Las lecturas de las cartas de Simón logran trasladarla en el tiempo y contar episodios de la historia. Se recuerda a sí misma, como la mujer valiente, madura, determinada y arriesgada que desafió los esquemas de una sociedad tradicional. 

Finalizo diciendo que este 24 de junio paso de agache para los venezolanos, con un pueblo maltratado y con hambre otros vientos deben soplar. Ojalá y no se cumpla la sentencia del caricaturista español Jaume Perich, con el que inicio este escrito.

-¡Que espantoso fracaso el del comunismo: gente pasando hambre ante tiendas vacías¡

-En cierto; un triste fracaso. ¿Pero qué dices del capitalismo? ¡Gente pasando hambre frente a tiendas llenas!

Seguramente mis estudiantes venezolanos lo entenderán. Entre tanto, nosotros los que estamos en esta labor de trasmitir algo de nuestro pasado a las nuevas generaciones, enseñaremos con más certezas cómo murieron nuestros héroes patrios y daremos otro significado a estas figuras tan emblemáticas. 





miércoles, 6 de marzo de 2019

LEYENDA DE LOS MATACHINES

Miguel Ángel Asturias.

Entre las cuatro grutas sin salida, la del viento, caverna agujereada, la de la tempestad, socavón de fuego y tambor de trueno, la de los despeñaderos de aguas subterráneas, cueva de cristalerías, la de los ecos, axila de guacamayas azules; entre las cuatro grutas sin salida, el llueve pies y pies y pies alucinantes de Tamachín y Chitanam, Matachines de Machitán.

—¡No murió! ¡No murió...! —Gritaban los Matachines yendo de una gruta en otra a perder sus voces.

¡No murió! ¡No murió...! —cada vez más recio el llueve pies y pies y pies de su danza frenética—.

¡Y si murió... —blandían los machetes—, si murió, lo tenemos jurado, moriremos nosotros, Matachines de Machitán!

Temerarios, lluviosos de amuletos, enlagrimados de vidrios, lágrimas de colores, cubiertos de tatuajes embriagadores pintados con sustancias que se sorbían a través de la piel, llevaban sus cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, negando, negando que hubiera muerto,  negándolo con la oscilación de dos péndulos sincronizados, ¡no! ¡no! ¡no!, mientras arreciaba el llueve pies y pies y pies de su danza suicida.

—¡No murió! ¡No murió...! —las cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, ya no péndulos, badajos enloquecidos de campanas tocando rebato, resonantes las tobilleras de cuero de retumbo, tempestuosos sus brazaletes de metal de trueno, duros para golpear la tierra y que la tierra oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —duros para golpear el cielo y que el cielo oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —la tierra con los talones, lluvia de pies y pies y pies, y el cielo con sus gritos.

Y si hubiera muerto... —no, no, no...— lluvia de pies y pies y pies, seguía su danza, si hubiera muerto, lo tenían jurado, jurado con sangre, Tamachín mataría a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán. Matachines al fin.

Y si no cumplían, si no escampaba el llueve pies y pies y pies de su danza, el latigueo de sus cabezas que negaban y negaban que hubiera muerto, si no cumplían, si Tamachín no mataba a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán, la tierra abriría sus fauces y se los tragaría.

Lluvia de pies y pies y’ pies... seguían danzando... danzar o morir... pies y pies y pies... las cabezas en vaivén... pies y pies y pies... en vaivén las ajorcas de gusanos de luz... en vaivén las quetzal picaduras que guardaban sus sienes sudorosas... en vaivén la tierra que cuereaban cada vez más duro... pies y pies y pies... en vaivén el cielo que golpeaban con sus manos de tempestades empuñadas...

Danzar o morir... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... danzar o matarse... lo jurado, jurado... Una estrella-anda-sola se desprendió del cielo parpadeante y se deshizo en polvito luminoso antes de llegar a los últimos celajes de la tarde derramada como sangre alrededor de los Matachines que seguían danzando, negando.

Se salvarían. Levantaron los machetes para saludar a la desaparecida anda-sola. Podían romper el juramento que los ataba y dejar el llueve pies y pies y pies con que machacaban la distancia de la vida a la muerte, en la más rabiosa de las danzas.

Romperlo, no. Esa anda-sola que rayó el cielo convertida al caer en rápida lagartija que corría a ras del agua, les anunciaba que podían desatarlo, sin cortarse de la nariz la flor del aire.

¿Desatar su juramento?

Invocaron el favor del viento, pero nadie contestó, en la gruta agujereada, nadie en la gruta de los tambores de la tempestad, nadie en los despeñaderos de aguas subterráneas ni en la axila de las guacamayas azules.

Sólo se oía la lluvia de las gotas caídas de las hojas, esa lluvia que las nubes depositan en las copas de los árboles, para que llueva después del aguacero. Y esas gotas hablaban.

Debían ir muy lejos a desatar su juramento. Allá donde van y vienen los que van y vienen sin saber que van y vienen. Eso que llaman las ciudades. En una de estas ciudades preguntar por la casa de la Pita-Loca, llena de mujeres y escoger a la que tuviera el mañana en los ojos el hoy en los labios y el ayer en los oídos. Dejaron el llueve pies y pies y pies de su danza suicida, pies más en el aire que en la tierra, tocar la tierra era para ellos palpar la muerte, y empezó el llueve pies y pies y pies de los caminos. El tiempo de enfundar sus machetes en la vaina de las cabalidades. Cabal, machete, solo en tu vaina. Pero, cómo reconocerían la casa de la Pita-Loca. No era difícil. Por las falomas que ostentaba en puertas y ventanas, marcadas a fuego con yerro de herrar bestias.

Del llueve pies y pies y pies de su danza suicida al llueve pies y pies y pies de los caminos. Huían negando que hubiera muerto. Pero de quién huían si iban juntos. Tamachín con Chitanam, ¿Chitanam huyendo de Tamachín? Chitanam con Tamachín, ¿Tamachín huyendo de Chitanam? lluvia de pies y pies y pies a lo largo de noches de alta mortandad de estrellas, a través de bosques de inmensa mortandad de seres, dejando atrás soles e inviernos, mortandad de nubes, por momentos esperanzados, abatidos otros, temerosos siempre de no dar con la casa de la Pita-Loca y menos con esa mujer de ayer, hoy y mañana, y que aquella demencial carrera... pies y pies y pies... pies y pies y pies... terminará en la plaza de Machitán, en un duelo a punta y filo de machete, en que los dos tendrían que matarse, matachines al fin, a los gritos de ¡Tamachín-chin-chin, matachín! ¡Chitanam-tam-tam, Machitán! ...

— ¡Luces! ¡Luces... —gritó Chitanam.

Tamachín lo confirmó al asomar entre niebla de frio caliente a lo alto de un cerro, añadiendo:

—No son luces, son los pies iluminados de la ciudad... andan, corren, se juntan, se separan...

— Esperaremos el día — propuso Chitanam, pronto a sentarse, en una piedra.

— No podemos esperar —advirtió Tamachín—, si murió no; podemos esperar...

—Ganar tiempo...

—Contra la muerte no se puede ganar tiempo, vamos...

—¡Y ser todos los demás que soy!... —se quejó Chitanam y sin soltar el paso— : ¡La noche encendida, los dioses encendidos, podrían cantar, reír, doblar los dedos o lanzarlos como agujas de brújulas con uñas hacia la casa de la Pita-Loca!

El pinta-pájaros, pinta-nubes, pinta-cielos, pinta-todo —pedazos de aurora... pedazos de sueño...

— les sorprendió en la ciudad que despertaba sobre cientos, miles, millones de pies y pies y pies.

Tantas gentes van y vienen, vienen y van, sin saber si van o vienen, que es más lo que se mueve que lo que hay fijo en las ciudades. Pies y pies y pies, los de todos y los de ellos que por calles y plazas buscaban la casa de la Pita-Loca.

Y a llegar iban, a la vista las falomas de sus puertas y ventanas, cuando .les sorprendió el paso de un entierro. 

Sin consultarse, casi instintivamente, agregáronse al conejo y siguieron tras el féretro hasta el cementerio, silenciosos, compungidos, no sabiendo cómo esconder los machetes, la cabeza de un lado a otro sobre cóndilos recónditos para negar la muerte.

Al concluir el sepulturero su faena, caláronse los sombreros y a la calle. Debían llegar lo antes posible a la casa de la Pita-Loca en busca de aquella que tenía labios untados de presente, música antigua en los oídos y ebriedad de futuro en las pupilas.  Pero de la puerta del cementerio se regresaron. Otro entierro... y otro... y otro. Esa  mañana se les pasó enterrando gentes. No podían evitarlo, sustraerse a su naturaleza que les empujaba a seguirlos cortejos fúnebres al paso de los enlutados deudos, sin dejar de repetir, la cabeza de un lado a otro: no murió... no murió...

Qué hacer... Huyeron del cementerio a través de un barranco. Buscarían llegar a la casa de la Pita-Loca por una calle poco frecuentada o mal frecuentada, por donde nadie querría que pasara su muerto.

Pero criando ya tocaban fondo en aquella inmensa olla de árboles y peñascos, helechos, orquídeas, reptiles, en un recodo de la vereda que corría al par de un riachuelo por un lodazal de luto, encontraron un grupo de campesinos que subían con el blanco ataúd de una doncella. Y allá van los Matachines de regreso, con el corazón que se les salía contemplando aquel estuche de nieve que encerraba el cuerpo de una virgen. En el jadeó de la cuesta, silencio de pájaros y hojas se les oía repetir, si casi lo decían con la respiración... no murió... no murió...

Esperaron que anocheciera. De noche no hay entierros. Inexplicable. Un cigarrillo tras otro. Inexplicable. Estupidez municipal. Llevar uno su muerto chocando contra la luz del día cuando sería más íntimo cruzar la ciudad a medianoche, entre las luces de las calles en procesión de cirios o de antorchas, el silencio majestuoso de las plazas y el recogimiento de las casas cerradas.

La casa de la Pita-Loca, desván de mujeres que se ofrecían en los espejos, apenas formas de humo de tabaco, fantasmas de carne y pelo color de yema de huevo por las luces amarillentas, uñas de escama de pescado y cejas postizas, anzuelos que al no pescar goteaban llanto, estaba llena de borrachos que hacían combinaciones enigmáticas de apetitos y caprichos, hasta encontrar, si no el ideal de su tipo femenino, el que más se acercaba a su deseo. Todas tenían un pasado vivido y un pasado remoto de diosas, sirenas, madonas... como hacerle fondo de ojo al mar... lo propio en la mujer es el mundo pretérito e en que vive y que a veces disimula, aventura del disfraz, con el traje que la vista de presente.

La mujer que buscaban los Matachines en casa de la Pita-Loca, Tamachín se adelantó a Chitanam, Chitanam a Tamachín y al fin entraron juntos, arrebatándose la palabra para describirla, decía tener música antigua en los oídos, pero sólo en los oídos, reír, hablar y besar en presente, a pesar de ser vieja toda dentadura de marfil, y foguear sus pupilas hasta limpiarlas de lo cotidiano para ver el mañana.

La Pita-Loca, oropendientes en las orejas, masapanes de perlas en el pecho, dedos encarcelados en anillos de piedras de colores, verdes, rojas, amarillas, violetas, negras, azules, tornasoles, les puso a prueba lanzándoles preguntas que no por inesperadas podían dejar de responder los Matachines, pues era cerrarse las puertas y no encontrar a la mujer que buscaban, aquella que tenía el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el futuro en los ojos.

—¿Quién de los dos sabe bailar con zancos? —preguntó aquélla.

—Los dos —se adelantó Tamachín—, pero no sobre zancos, sobre las tetas de las diosas...

—¿Saben alguna oración secreta?

Sabemos, ya lo creo que sabemos oraciones secretas —contestó Chitanam y tras un breve y  calculado silencio alzó la voz—: ¡Dioses... Dioses... Dioses de ojos con agua, manos gastadas en la siembra, exactos en la cuenta del tiempo...

—Y andan buscando... —le cortó la Pita-Loca—, andan buscando a Nalencan...
Ambos callaron y aquélla se dijo, los atrapé.

—No, señora... —movió la cabeza Tamachín y Chitanam añadió:

—Desde luego que no. ¿Quién se preocupa por Nalencan en las ciudades? Nadie.

Ni tiene resplandor de relámpago ni ensordece con el retumbar de los cielos. No así allá  en Machitán, donde la tempestad, la temible Nalencan se desploma apocalíptica entre tronos, truenos y dominaciones...

—Buscamos — intervino Tamachín — a la mujer de ayer, hoy y mañana...

La Pita-Loca encogió los dedos, patas de arañas de colores, araña de brillantes, esmeraldas, rubíes, amatistas, turquesas, ópalos, topacios, zafiros, cada mano, y frunció las cejas de humo triste.

—No la hemos enterrado. La tenemos para dientes que como a ustedes, les gusta la mujer rígida y fría, totalmente fría, a temperatura de cadáver.

—¿Muerta? —preguntaron al mismo tiempo los Matachines, sintiendo junto a ellos algo que habían olvidado, la presencia del machete.

—Congelada. No era linda, pero no era fea. Los ojos achinados como de cocodrilo, respingona la nariz, el pelo lacio...

—¿Muerta? — repitieron aquéllos su pregunta.

—Sí, se suicidó, el suicidio es la muerte natural aquí en la casa. Pero si quieren estar con ella, siempre la tenemos preparada en su lecho funeral, olor a flores blancas y a ciprés, a jazmín e incienso... hay hombres que les gusta la carne fría... el amor en el cementerio... hacer su maña entre cuatro cirios...

—No, no, no murió... —insistían los Matachines sudando el frior acuoso de la angustia en los huesos.

—Aaaa...cabáramos, los señores son de los que creen, o lo oyeron decir aquí en la casa... La servidumbre cuenta que la bella de Machitán, así la llamábamos, se levanta de noche. Los muertos que sueñan que no están muertos son los que deambulan fuera de sus tumbas. Pues la bella, sueña que está viva, y anda por aquí, por allá, abriendo y cerrando las puertas. Lo brutal es que cuando un hombre la posee parece que revive y a pesar de su rigidez cadavérica, adquiere movimientos de esponja. Pero los estoy aburriendo con mis tonterías. ¿Quieren estar con ella?... Puede ir uno, primero, y otro después o si prefieren vayan los dos juntos...

—Debemos sacarla de aquí...

—Imposible. Por ningún dinero. Es tradición, y mi marido era inglés, un ex pirata, aunque a él no le gustaban los «ex», que mujer que entra en casa de la Pita-Loca, no sale ni muerta, pues aun muerta sirve para que se den cuerda perversos y degenerados...

—Esa mujer tenía —las palabras caían de los labios de los Matachines, que no realizaban cabalmente lo sucedido, como alas de hormigones viejos—, tenía el ayer en los oídos, el presente en la boca y el futuro en las pupilas...

—Y por eso, por eso se suicidó prontito. ¡Pruébenla, no lo estén pensando tanto! Está bañada y lavada... vayan... vayan a su alcoba... por encima se les ve que les gusta la carne muerta...

Arteros y veloces, tras cambiar una mirada, el zig-zag de los machetes y a cercén las dos manos de la Pita-Loca cortadas como dos panochas de piedras preciosas, sangrando más por los rubíes y granates que por sus vasos abiertos...

Desatornillados de sus cabales, sueltos, ciegos, ensangrentados hasta los codos, por momentos gritaban, por momentos ladraban, ladrar de perros que se vuelven lobos aulladores y por momentos, tras aullar, se lamentaban con rugido de fieras. Gritar, ladrar, aullar, rugir, molerse los dientes, comerse la lengua, tragarse la realidad, perdido el empeño, el sostén, la duda...

—No murió... no murió la bella de Machitán... —lloraban a carcajadas... sin poderse borrar de los ojos la visión de aquel cuerpo de tabaco blanco, momificado, que la Pita-Loca perfumaba para que la gozaran borrachos o sonámbulos...
Una anciana, pelo de pluma blanca, les detuvo al salir de la ciudad que de noche, dormida, no tenía pies.

—¿El camino buscan? —inquirió.

A lo que los Matachines, machete en mano, preparados siempre para abrirse paso a filo y muerte, contestaron:

—¡Por la Gran Atup que eso buscamos... el camino de regreso... tenemos que machetearnos hoy mismo... quitarnos la vida en la plaza de Machitán!

—Para eso son matachines...

—Para eso son matachines...

—Sí, señora, para servirla...

—¿A mí...? jiji. —su risita olía a trapo quemado—, la muerte no me sirve... jijiji!

Luego adujo:

—El camino de los Matachines se acabó...

Chitanam, sin darse cuenta que aquello significaba que para ellos era llegado el fin,  bromeó:

—¿Qué debemos asar para que siga?

—Asar nada. Hacer mucho. Hacer que les crezca el pelo, salvo que tengan a alguien que les dé su cabellera para hacerse el camino.

Tamachín suspiró:

—¡Tenemos... más bien teníamos, señora, pero se quedó sin camino antes que nosotros!

—Lo sé, yace dormida en la casa de la Pita-Loca, sobre una almohada negra de siete leguas de ríos hondos, justo lo que les falta a ustedes para llegar a Machitán. Sí se volvieran a pedirle prestados sus cabellos.

—Es imposible —exclamaron, mostrando a la vieja las manos de la maldita alcahueta con los dedos en túneles de piedras preciosas hasta las uñas.

—Se le cortan las manos a la riqueza malhabida —dijo la anciana horrorizada—, peto es inútil, es inútil, le salen nuevas manos...

—¡Apártate... —enarboló el machete Tamachín—, cola del cometa que anda donde no se ve, ya respiras poquito como todos los viejos, pero te juro que vas a respirar más poquito, si la muerte no nos lleva a miches hasta Machitán!

La anciana desapareció y les fue concedido. Sobre un galápago formado con dos omóplatos sin colchón, es dura la jineteada final, llegaron al lugar en que debían cumplir su juramento. Al bajar de tan frágil como fuerte cabalgadura de huesos, la muerte mostraba sus dientes descarnados.

—¿De qué te ríes...? —le preguntaron.

Y la respuesta lacónica:

—De ustedes...

No la oyeron, no les importaba. Ataviados para el duelo: camisas blancas, sus mejores camisas, puños, pecho y cuello alforzados, pantalones blancos, sus mejores pantalones, manos y caras teñidas de blanco, cambiaron una mirada de amigos enemigos y lanzaron sus machetes al aire. Estos cayeron enterrados de punta, uno frente a otro, pulso de matachines, señalando el lugar que le correspondía a cada uno en el terrible encuentro. A Tamachín le quedó el sol en la cara, a Chitanam en la espalda.

Tamachín pensó: Chitanam me aventaja, el sol no lo encandila. Chitanam pensó:

Tamachín salió ganando, a la luz del sol me ve mejor.

Mientras tomaban sus machetes, un perico pasó volando sobre sus cabezas.

—¡Tamachín... chin... chin... matachín! —decía festivo y regresaba más gozoso—.
¡Matachín... chin... chin... Tamachín!

Luego se iba, luego volvía:

—¡Chitanam... tam... tam... Machitán! ¡Machitán... tam... tam… Chitanam!

—¡Por la Gran Atup que esto se acabó! —gritó Tamachín enfurecido, el machete en alto, yendo tras el perico que seguía en sus burlas...

—¡Matachinchín, matachín!... ¡Matatamtam, Machitán! —verde, alegre, jaranero—.

¡Matatamtam, Machitán! ... ¡Matachinchín, Matachín!

Y volando, volando, tam-tam y chin-chin... chin-chin y tam-tam..., sacó de la plaza convertida en palenque a los matachines de Machitán que lo perseguían con sus machetes.

—¡Matachines al fin! ... —dijo alguien, no el perico. Alguien. Sólo se le miraba el hombro y en el hombro, posado el perico.

—Atalayandítolos estuve, para que no se mataran, pero se me pasaron. Sin duda el baile del llueve pies y pies y pies los hace invisibles, y por eso mandé a traerlos con el perico.

Este, al sentirse aludido, echóse hacia atrás, abierto de patitas y alivió la tripa soltando un gusanito de estiércol en el hombro del hombre del hombro.

—¡Y por virtud de ese gusanito —gritó el perico, esponjándose como una lechuga avergonzada—, salvarán el pellejo Tamachín y Chitanam, y seguirían bailando el llueve pies y pies y pies en Machitán!

—Salvarla del todo, no —dijo el hombre del hombro—, se les dejará la vida por algún tiempo, si no hacen lo que hacen, derramar sangre.

—¡Matachines al fin! —recalcó el perico.

—Al entendido por señas —alzó la voz Tamachín, montando en cólera—, cobardía y excremento de perico es igual, y a ese precio no queremos la vida los matachines de Machitán.

Si el hombro del hombre no desaparece y el perico no vuela, los parte en dos el machete de Tamachín.

El filo vindicativo cortó el aire y dio en el pie de alguien. Un pie sin sangre, negro, peludo y con las uñas de punta. Un pie cortado, no de un tobillo, sino de un chillido desgarrador. Lo recogió Chitanam sin detener su paso. Volvían a la plaza de Machitán a reanudar el desafío, interrumpido por la presencia del perico, volanderas las alas de sus sombreros blancos como sus ropas, las caras y las manos espolvoreadas de envés de hoja de encino blanco, extraños personajes de ceniza que llevaban sobre el pecho, amuletos de muerte y pedrería, las manos cercenadas de la Pita-Loca,. Cada uno una mano, y a flor de labio, en la resaca de su palabrear de condenados a muerte, la letanía del no murió... no murió... no murió... martillado para aminorar su culpa o porque en verdad creían que los que no mueren donde nacen, no son muertos, sino ausentes, doblemente ausentes como aquella que tuvo el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el mañana en los ojos.

Todo inútil, inmensamente inútil. Qué feroz desatino rodarse de preguntas sin respuesta, desimantados, incongruentes, tránsfugas, perjuros, atragantándose con llanto, al cuello el peso muerto de las manos hinchadas como sapos y reverberantes de oro y gemas de la maldita alcahueta.

—¿Me lo devuelves.., es mi pie... es mío! —dijo por señas y visajes a Chitanam, un mono por su color bañado en espuma de hervor de café.

—Si te sirve... —contestó aquél y se lo devolvió.

¿Qué puedo hacer por los señores? parecía preguntarles con sus fiestas el saraguate coludo, todo ojos a las reliquias que colgaban sobre el pecho de los Matachines Se les adelantaba cojeando, los miraba y volvía a ver atrás. Cojeando, cojeando, no se puso el pie, rechinaba los dientes y volvía y volvía la cabeza.

Los alcanzó a pasos despeñados, el gran Rascaninagua.

—Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas —canturreaba—, creen que yo sé cosas, porque sueño con los ojos abiertos... ¿Y los señores... —enfrentóse a los Matachines—, quiénes son, cómo se llaman?... ¡Ah! ¡ah!... —se fijó mejor en ellos—, son los Matachines de Machitán.

El mono sentado en el suelo, empezó a quererse pegar el pie, antes que el gran Rascaninagua le preguntara por qué travesura se lo habían cortado. Revolvía saliva, tierra y chillidos.

—¡Telele, dejé de chillar! —amenazó Rascaninagua con el bastón en que se apoyaba, al saraguate. Luego volviéndose a los Matachines, en tono autoritario: —Mis amigos, en estos cerros no se debe derramar sangre...

Se limpió la boca con el envés de la mano. La palabra sangre mancha los labios de solo pronunciarla e inquirió con sus ojos perdidos en hojarasca de siglos, la impresión que causaba su mandato de «no más sangre» en aquellos que vivían sólo para eso, para derramarla.

—Y si no derramamos sangre, de qué hemos de vivir... —se adelantó a responder, en tono interrogativo, Chitanam—, y lo peor es que ahora estamos comprometidos, por juramento, yo a derramar la sangre de Tamachín y Tamachín la mía.

—Pero eso puede evitarse... —sacudió la cabeza Rascaninagua.

—¡Imposible! —gritaron, aquéllos.

—No hay imposibles en mis cerros...

—Si pudiera evitarse. —apresuró Chitanam, esperanzado, no las tenía todas con la muerte, y menos a machetazos. 

—¡Con un revuelto de cobardía y caca de perico... —engallóse Tamachín —, ja, ja... —soltó la risa, para añadir en seguida: —La bella de Machitán nos espera más allá de la vida y debemos juntarnos con ella...

—¿Y por qué los dos? — frunció las cejas al preguntar Rascaninagua.

—Fue el amor lo que la perdió, el amor que sentía por nosotros dos —explicó Chitanam—, no se decidió por ninguno y cayó en poder de todos los que no la querían...

—Y... si cumplen el juramento de reunirse con la bella de Machitán, sin morir del todo, qué les parece —planteó en tono agorero y familiar Rascaninagua.

El mono, medio dormido, soltaba largos suspiros. Se había pegado el pie. Los Matachines dudaban de sus ojos. Cómo creerlo. Saliva, tierra y chillidos, qué mejor pegamento.

—Morir sin morir del todo... cumpliríamos nuestro juramento y seguiríamos vivos...

—pensaba sin decirlo Chitanam

—Pero hay una condición —Rascaninagua adivinó lo que éste pesaba con la sutil balanza de las probabilidades—, una sola condición. No se derramará más sangre en Machitán. La sangre de los Matachines será la última.

—Lo que nos mandes haremos con tal dé morir sin morir —habló Chitanam esperanzado, cada vez cada vez más esperanzado—. Cumplir nuestro juramento y no irnos de la vida...

Tamachín guardó silencio. Telele y Rascaninagua le resultaban sospechosos. Apretó las quijadas y se mordió el pensamiento. Los Matachines, ella lo dijo siempre, son valientes para dar la muerte, pero no para morir. Este zandunguero quiere hacernos creer que moriremos sólo aparentemente. Así nos da valor para matarnos. Las palpitaciones del corazón le cosían los labios. Al fin logró hablar:

—Nada se pierde con hacer la prueba —murmuró Chita, que seguía no teniéndolas todas con la muerte.

—¡Todo se pierde... —se oyó la voz de Tamachín, vozarrón metálico, duro—, todo se pierde escuchando embusteros! Telele bailaba, saltaba, sin que pudiera saberse cuál de los dos pies se había pegado con saliva y tierra.

—En fin agregó Tamachín, lo desarmaba el prodigio de ver al Mono con los dos pies—, oigamos cómo es eso de morir, sin morir de veras...

—¡Quieto, Telele! —gritó Rascaninagua al saraguate que no dejaba paz—. ¡No pudiendo ser dios, es bailarín! —explicó sonriente, antes de endurecer la cara para anunciar a los Matachines, pétreo y solemne, que les daría dos talismanes, uno a cada uno, para que a su conjuro pudieran volver a la vida desde el mar de las sustancias.

—El instinto de conservación —prosiguió Rascaninagua— es el gran perro mudo, fiel cuidador de lo carnal del hombre, de su cuerpo, de su integridad, desde hacerle presentir los peligros hasta defenderlo ferozmente; luego viene el nahual o espíritu protector de su ánima, su doble, el animal que lo sostiene siempre, que no lo abandona nunca, que lo acompaña más allá de la muerte; y por último la poderosa combustión de las sustancias de que está hecho lo vital, la vibración más íntima del ser, o sea el tono.

Hizo una pausa y siguió:

—El señor —se dirigió a Tamachín que despedía, colérico, negras llamas por los ojos—, el señor es de tono mineral y le corresponde y le entrego el frágil talismán de talco en forma de espejo de hojas de sueños superpuestos. Cada una de sus hojas dura nueve siglos, novecientos años. Cada nueve siglos tendrá Tamachín que cambiar de hoja para seguir vivo en su profunda sustancia mineral. Trescientos millones de espejos de talco, contando sólo la primera lámina, arrebatarán su sombra, para mantenerlo vivo, de la sombra de la noche.

Rascaninagua puso la mano en el hombro de Chitanam:

—En cambio, el amigo es de tono vegetal y le entrego el talismán agua verde, sangre de árbol, en este trozo de raíz de ceiba, para que navegue, después de muerto, en la sangre verde de la tierra, y vuelva cuando quiera a su forma corporal. Es por virtud de mis talismanes que los Matachines seguirán vivos en lo más íntimo de sus sustancias, piedra será Tamachín, árbol será Chitanam.

—¡Vengan los talismanes! —gritaron esperanzados y exigentes los Matachines.

—Pero, para llegar a ser indestructibles y salvarse de la nada usando una energía rudimentaria, más fuerte, sin embargo, que el instinto de conservación y el nahual o animal protector, deben evitar ser heridos en su forma mineral y vegetal, buscar lo más profundo de las selvas y los barrancos, para que nadie los toque, no separarse nunca y jurar que su sangre es la última que se derrama en Machitlan.

La plaza de Machitán negreaba de cabezas humanas. El desafío de los desafíos. Las torres y el frente de la iglesia, las ventanas y los techos de las casas, los árboles, todo era una sola cabeza. Los vecinos principales asomados a sus balcones. En las esquinas, hombres a caballo con espuelas que sonaban a lluvia dormida. A lo largo de las aceras, piñas de comerciante s que ofrecían refrescos, comidas, cocos de agua, dulces, frutas y baratijas.

Silencio expectante, más bien expectorante. Todos, a pesar del momento que se vivía, tosían, gargajeaban...

Salieron a la plaza los Matachines seguidos de comparsas abúlicas que llevaban esqueletos de culebras, gallos degollados, cueros de tigrillos, jaulas de hilos con pajarillos minúsculos, pielepajarillos minúsculos, pieles de oveja, aves hipantes, cascabeles de serpientes, cuchillos-  de sacrificio con la forma del Árbol de la Vida, y afilados por la risa de Tohil, afilador de obsidianas, calaveras pintadas de colores, azules, verdes, amarillas, cornamentas de venados...

Los Matachines ocuparon los lugares que los machetes arrojados al aire les señalaron, al caer de punta y clavarse en la tierra, y sin más esperar se alzó la voz de Chitanam. Pedía que le dieran por ataúd el árbol hueco que ahora sonaba con cien lenguas de madera. Dormir su último sueño en un tun. Que un tun fuera su tumba, su tumba retumbante.

Luego habló Tamachín. Pedía que lo enterraran en una piedra cavada a su tamaño y, sin decir más, empezó su última danza de pies y pies y pies...

¡Chin-chin-chin... Matachín-chin-chin...!, pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... ¡Tamachín-chin-chin,,... chin-chín Tamachín…Tamachín-chin... Tamachín!

¡Tam-tam-tam... Chitanam-tam-tam...! —empezó Chitanam su última danza, su, llueve pies y pies y pies... Antes gritó  su proclama, los machetes al aire como peces de sol : no iban al encuentro de la muerte, sino de la bella de Machitán... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies...

No se hizo esperar. la proclama de Tamachín:

¡Un nudo de amor de tres, no se puede desatar...! En el eco se oía: ...no se puede desandar...!

¡Es lo que pasa, Chitanam, cuando nacen dos hombres para una mujer!

—¡Es lo que pasa, Tamachín, cuando nacen dos hombres para una mujer!

Pies y pies y pies... pies y pies y pies... lluvia de pies y píes y pies... golpe... quite... golpe... quite... chocando los machetes... plin... plan... golpe de Chitanam... plan... pila... golpe de Tamachín... plan... plin... plan... quite y golpe de Chitanam... plin.., plan... plin... golpe y quite de Taniachín... los machetes chocando... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... plin... plan... golpe de Machitán... plan... plin.., quite de matachín... golpe... quite... golpe... quite... sin herirse para prolongar la danza... el llueve pies agónico... pies y pies y pies... pies y pies y pies... no hay quite sin quite... no hay golpe sin golpe... plan... plan... al quite... al quite, Chitanam... al golpe, Tamachín, al golpe, al golpe, al golpe, Chitanam... al quite, al quite, al quite, Tamachín... pies y pies y pies... pies y pies y pies... piesip... es... piesip... es... tambaleantes.., heridos de muerte... un puntazo al corazón... por la tetilla..

Trapos ensangrentados... nada más sus camisas...  nada más sus pantalones... sus fajas coloradas... su  caites... sus sombreros...

Eso se enterró... sus trapos... no sus cuerpos... se hicieron invisibles...

Sus trapos ensangrentados y sus machetes, en un árbol resonante y en una roca de gesto doloroso ...

Días, meses, años... Chitanam transformado en un caobo inmenso y Tamachín convertido en una montaña, se reconocieron:

—¡Tam-tam, Chitanam!

—¡Chin-chin, Tamachín!

—¡Tam-tam, harás uso de tu talismán?

—¡Chin-chin, Tamachín hará uso de su talismán!

—¡Tam-tam, volverás a Machitán?

—¡Chin-chin, volveremos, Matachín!

Un machetazo rasgó el cielo de miel negra. Heridos caobo y peñasco por el rayo, no pudieron hacer uso de sus talismanes, volver a set los Matachines de Machitán. Lluvia fermentada Ebriedad de la tierra. Los ríos borrachos de equis en equis zigzagueantes. Los árboles bamboleándose borrachos. La ebriedad del mineral es el vegetal. Los minerales son vegetales borrachos. La borrachera del vegetal es el animal. Los animales son vegetales alucinados, delirantes...

Rascaninagua, seguido del mono que lucía sobre su pecho peludo las manos enjoyadas de la Pita-Loca, asomó con el cuerpo intacto de aquella que en vida tuvo oídos rumorosos de ayeres, labios de brasas que ardían en presente y ojos de adivinaciones futuras.

La traía en brazos. Pesaba menos que el humo, menos que el agua, menos que el aire, menos que el sueño.

Un ataúd de caoba. Un peñasco de sangre. El nudo de las tres vidas.

Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas... Astros materiales se deshojó la noche del destino. 




lunes, 21 de enero de 2019

EL PAPA VERDE; RESEÑA

Por; Fanny Ortiz
fannyortiz997@gmail.com










Autor; Asturias Miguel Ángel.
Edición; Losada. 1954.
Número de páginas; 190. Versión digital



Green Pope, -Papa Verde- un término que en la novela de Miguel Ángel Asturias va de voz en voz por las calles de Chicago, para aludir al rey de los bananos. Y gringo,  término ya generalizado en la década del 50, cuando se imprime El Papa Verde, designaba un sentimiento; ¡fuera verdes! Realidad y ficción, algo que está muy presente en el pensamiento de Asturias. Hoy, la reseña de la segunda parte de la saga asturiana en la “novela bananera”; El Papa Verde. Espero les guste.


El Papa Verde es la historia de Geo Maker Thompson, joven soñador  que se inició como plantador de bananos en una costa centroamericana. Como buen pirata le apostó al progreso con violencia. Pero en la tierra de la raigambre, una acción profética, es capaz de estancar el tiempo y las pasiones, para convertirlo en un búmeran de revelaciones humanas. 

Esta parte de la saga narra la vida del hombre, su rápida conversión al capitalismo y la degradación a la soledad y el infortunio. La psicología del personaje central está marcada por la inevitable condena a vivir bajo el dominio de sus pasiones, cargadas de su propia ventisca. Cuenta también la génesis de la respuesta autóctona por la violencia y el despojo en la zona bananera; El Viento Fuerte, tema de la primera parte de esta trilogía.

La historia inicia con el embrujo en tierra ajena, experimentado por el deseo hacia una mujer; Mayarí Palma. El norteamericano incurre en una acción atrevida al pretender a la tierra, en su forma humana, de quien solo obtendrá el hastío que dejan las caricias compradas. Un desenlace fatal, de una noche inesperada, arroga a la jovencita de curvas y extravagancia perfecta a los brazos de río Motagua.

Es que Geo Maker Thompson había llegado al borde de la locura. Parecía una máquina registradora. Había corrompido militares, había despojado y sembrado la violencia. Mayarí Palma, opta por buscar una tregua a la antigua. Vestida de novia se desposó con su nuevo amor; el río Motagua. Entre rezos, predicciones y hombres adornados con tiestos de concha de tortuga, sella un pacto de venganza. 


… «¡Te la damos para que no haya sangre!» … «¡Nuestros pechos quedarán en quietud bajo las aguas, bajo los soles, bajo las semillas, hasta que llegue el día de la venganza, en que verán los ojos de los enterrados»…


El personaje Geo Maker Thompson está embargado de principio a fin de sentimientos negativos como el odio, la tristeza, la nostalgia. Odió la tierra de los hombres de maíz. La tierra de los pies arraigados, los cuales retumbarían en la penumbra de su vida y la tragedia de su fortuna. Pies, que él mismo ayudaría a arrancar de raíz, aunque como elotes estuvieran arraigados. 

Pero Geo Maker Thompson, era un entusiasta, de todas formas. Sin remordimiento alguno, despidió de su corazón a Mayarí Palma. Ella estaría en cualquier parte del frío terruño escogido para vivir un amor conveniente. Adiós a los remordimientos. Bienvenido el progreso, así sea, manchado de sangre. Bienvenida la fortuna, así sea malograda. Bienvenido los nuevos amores, así sea con la misma genética. En esta parte de la novela una metamorfosis ha concluido. Atrás el pirata. Atrás el norteamericano. Atrás Geo Maker Thompson. El Papa Verde llegó para gobernar estas tierras miserables. Aunque sea atrincherado desde la nostalgia y la soledad de su morada.  


Sobre el escritorio del Papa Verde, hay alineados tres retratos: el de Mayarí, muerta en acción, como decía él mismo evocando su arrojo al lanzarse al río, …   para ir a un pueblo feliz a procurar las firmas de sus moradores contra las expropiaciones; el de doña Flora, con quien contrajo matrimonio, muerta también en acción, decía, irónicamente, por haber fallecido al dar a luz una niña que ocupaba, sobre su escritorio, el tercer marco de plata, Aurelia Maker Thompson …

El advenimiento del viento fuerte estaba escrito antes de que lo soplara el chama Rito Perraj. Se había enquistado en la entraña del seno familiar, por los pasillos de una aparente felicidad. Una hija preñada, no por amor, sino por venganza al desamor de un padre. Un nieto añorado, jovencito de maneras muy norteamericanas, pero condenado a la furia de esta tierra. Un Papa Verde, perseguido por sus propios fantasmas. Nunca podría olvidar, que estuvo a nada de ser el presidente de la compañía frutera más grande del mundo. Que estuvo a nada de acariciar el poder, de hacer y deshacer países a diestra y siniestra. Mas una tragedia personal, el embarazo de su hija Aureliana, le recordaría para siempre, que de su mano se habrían sentenciados los más atroces crímenes, incluso contra su propia sangre. 



La segunda parte de la novela inicia con la lectura de un testamento escrito en inglés y leído en español, en el que inesperadamente, heredan los socios de una de las compañías aliada a la Tropicalplatanera S.A. La génesis de dicha herencia, muestra a su vez el mestizaje del capital y el alumbramiento del viento fuerte. 

Un ciudadano norteamericano Lester Mead, llega al país y encuentra el amor en una mujer ya casada, quien se divorcia y juntos emprenden la empresa frutera, pero fulminantemente encuentran la muerte bajo el abrazo del viento verde. La figura de Lester Mead, tan protagónica en Viento Fuerte, en El Papa Verde esta cruzada por un halo de leyenda. 

En esta parte de la novela, yace el viento fuerte, que anuncia no solo la nacionalización del capital, sino el origen de una rebelión. Una fuerza soplada por el brujo Rito Perraj y cantada por la vieja Sabina Gil, quien bajo un encantamiento habla con el pez Tepezcuinte, único testigo del sacrificio ofrecido por Hermenegildo Puac.


… Rito Perraj se tendió en un tapexco al fondo de su rancho entre el zumbido de las moscas que lloraban sobre su cuerpo como lloran sobre los muertos. Pero no estaba en la otra vida, sino molido de cansancio, fatigado de no poder moverse, ni abrir los ojos siquiera, después del esfuerzo que hizo para levantar el viento, todo el viento del mar a lo más alto del cielo y volcarlo desde allí huracanado y sin parar por muchos días y muchas noches sobre las plantaciones de la gran compañía, hasta apagar el fuego verde de los bananales, plantas que en lugar de llamas tienen hojas del color de la esmeralda dulce. «Es mucho el perjuicio que has hecho, Chama», me acerqué a decirle, y él me contestó: «Tepezcuintle ciego, ves el perjuicio y no ves la justicia. …


El encuentro de Toba y Juambo hijos de Agapito Luisa y Agapito Luis, el primero dejado entre la maleza por el papa verde, para someter a su crío, será inclemente, en cuanto a revelaciones se refiere. El hijo perdido escucharía la revelación de su pasó al servicio personal de Geo Maker Thompson, a cambio de la pérdida de un padre, una madre y su hermana gemela. La crudeza de la realidad trasmite también la voz de un cántico libertario a manera de rezo. Es el primero de los ojos de los enterrados, que verán de frente al papa verde. 


… En el nombre del Padre, ¡chos!, del Hijo, ¡chos!, y del Espíritu Santo, ¡moyón, con! Así aprendimos a santiguarnos, Juambo, para que nos libre Dios de esos malditos protestantes, herejes evangelistas, que en la otra costa mataron, quemaron... Atlántico mucho dolor, mucho dolor...


Es que la primera ventisca tuvo que llevarse a los esposos para desencadenar la alianza profética. Mas el viento fuerte se enquista en la seudo rebelión de dos de los herederos de la fortuna de los esposos; Adelaido Lucero y Ayuc Gaitán. En una treta maniquea, ya instalados en la cúpula de la compañía, en calidad de socios, hacen lo posible por manipular las elecciones a presidente. Y lo logran, la Tropicalplatanera S.A es absorbida por la Frutamiel S.A. Se da paso a la ruina del papa verde y el ascenso de la protesta de los campesinos plantadores de banano.


… Lucero, apoyando los codos en los brazos del sillón, recordaba el anuncio profético que les tenía hecho chama Rito Perraj, de un viento fuerte formado por masas humanas que barrerían con la «Tropicalplatanera»... Masas humanas convertidas en cientos, en miles, en millones de manos azotadas por la furia del huracán y arrancadas de sus quietos brazos, y lanzadas contra, contra, contra, contra …


El mercado. (Cuento)