miércoles, 6 de marzo de 2019

LEYENDA DE LOS MATACHINES

Miguel Ángel Asturias.

Entre las cuatro grutas sin salida, la del viento, caverna agujereada, la de la tempestad, socavón de fuego y tambor de trueno, la de los despeñaderos de aguas subterráneas, cueva de cristalerías, la de los ecos, axila de guacamayas azules; entre las cuatro grutas sin salida, el llueve pies y pies y pies alucinantes de Tamachín y Chitanam, Matachines de Machitán.

—¡No murió! ¡No murió...! —Gritaban los Matachines yendo de una gruta en otra a perder sus voces.

¡No murió! ¡No murió...! —cada vez más recio el llueve pies y pies y pies de su danza frenética—.

¡Y si murió... —blandían los machetes—, si murió, lo tenemos jurado, moriremos nosotros, Matachines de Machitán!

Temerarios, lluviosos de amuletos, enlagrimados de vidrios, lágrimas de colores, cubiertos de tatuajes embriagadores pintados con sustancias que se sorbían a través de la piel, llevaban sus cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, negando, negando que hubiera muerto,  negándolo con la oscilación de dos péndulos sincronizados, ¡no! ¡no! ¡no!, mientras arreciaba el llueve pies y pies y pies de su danza suicida.

—¡No murió! ¡No murió...! —las cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, ya no péndulos, badajos enloquecidos de campanas tocando rebato, resonantes las tobilleras de cuero de retumbo, tempestuosos sus brazaletes de metal de trueno, duros para golpear la tierra y que la tierra oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —duros para golpear el cielo y que el cielo oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —la tierra con los talones, lluvia de pies y pies y pies, y el cielo con sus gritos.

Y si hubiera muerto... —no, no, no...— lluvia de pies y pies y pies, seguía su danza, si hubiera muerto, lo tenían jurado, jurado con sangre, Tamachín mataría a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán. Matachines al fin.

Y si no cumplían, si no escampaba el llueve pies y pies y pies de su danza, el latigueo de sus cabezas que negaban y negaban que hubiera muerto, si no cumplían, si Tamachín no mataba a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán, la tierra abriría sus fauces y se los tragaría.

Lluvia de pies y pies y’ pies... seguían danzando... danzar o morir... pies y pies y pies... las cabezas en vaivén... pies y pies y pies... en vaivén las ajorcas de gusanos de luz... en vaivén las quetzal picaduras que guardaban sus sienes sudorosas... en vaivén la tierra que cuereaban cada vez más duro... pies y pies y pies... en vaivén el cielo que golpeaban con sus manos de tempestades empuñadas...

Danzar o morir... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... danzar o matarse... lo jurado, jurado... Una estrella-anda-sola se desprendió del cielo parpadeante y se deshizo en polvito luminoso antes de llegar a los últimos celajes de la tarde derramada como sangre alrededor de los Matachines que seguían danzando, negando.

Se salvarían. Levantaron los machetes para saludar a la desaparecida anda-sola. Podían romper el juramento que los ataba y dejar el llueve pies y pies y pies con que machacaban la distancia de la vida a la muerte, en la más rabiosa de las danzas.

Romperlo, no. Esa anda-sola que rayó el cielo convertida al caer en rápida lagartija que corría a ras del agua, les anunciaba que podían desatarlo, sin cortarse de la nariz la flor del aire.

¿Desatar su juramento?

Invocaron el favor del viento, pero nadie contestó, en la gruta agujereada, nadie en la gruta de los tambores de la tempestad, nadie en los despeñaderos de aguas subterráneas ni en la axila de las guacamayas azules.

Sólo se oía la lluvia de las gotas caídas de las hojas, esa lluvia que las nubes depositan en las copas de los árboles, para que llueva después del aguacero. Y esas gotas hablaban.

Debían ir muy lejos a desatar su juramento. Allá donde van y vienen los que van y vienen sin saber que van y vienen. Eso que llaman las ciudades. En una de estas ciudades preguntar por la casa de la Pita-Loca, llena de mujeres y escoger a la que tuviera el mañana en los ojos el hoy en los labios y el ayer en los oídos. Dejaron el llueve pies y pies y pies de su danza suicida, pies más en el aire que en la tierra, tocar la tierra era para ellos palpar la muerte, y empezó el llueve pies y pies y pies de los caminos. El tiempo de enfundar sus machetes en la vaina de las cabalidades. Cabal, machete, solo en tu vaina. Pero, cómo reconocerían la casa de la Pita-Loca. No era difícil. Por las falomas que ostentaba en puertas y ventanas, marcadas a fuego con yerro de herrar bestias.

Del llueve pies y pies y pies de su danza suicida al llueve pies y pies y pies de los caminos. Huían negando que hubiera muerto. Pero de quién huían si iban juntos. Tamachín con Chitanam, ¿Chitanam huyendo de Tamachín? Chitanam con Tamachín, ¿Tamachín huyendo de Chitanam? lluvia de pies y pies y pies a lo largo de noches de alta mortandad de estrellas, a través de bosques de inmensa mortandad de seres, dejando atrás soles e inviernos, mortandad de nubes, por momentos esperanzados, abatidos otros, temerosos siempre de no dar con la casa de la Pita-Loca y menos con esa mujer de ayer, hoy y mañana, y que aquella demencial carrera... pies y pies y pies... pies y pies y pies... terminará en la plaza de Machitán, en un duelo a punta y filo de machete, en que los dos tendrían que matarse, matachines al fin, a los gritos de ¡Tamachín-chin-chin, matachín! ¡Chitanam-tam-tam, Machitán! ...

— ¡Luces! ¡Luces... —gritó Chitanam.

Tamachín lo confirmó al asomar entre niebla de frio caliente a lo alto de un cerro, añadiendo:

—No son luces, son los pies iluminados de la ciudad... andan, corren, se juntan, se separan...

— Esperaremos el día — propuso Chitanam, pronto a sentarse, en una piedra.

— No podemos esperar —advirtió Tamachín—, si murió no; podemos esperar...

—Ganar tiempo...

—Contra la muerte no se puede ganar tiempo, vamos...

—¡Y ser todos los demás que soy!... —se quejó Chitanam y sin soltar el paso— : ¡La noche encendida, los dioses encendidos, podrían cantar, reír, doblar los dedos o lanzarlos como agujas de brújulas con uñas hacia la casa de la Pita-Loca!

El pinta-pájaros, pinta-nubes, pinta-cielos, pinta-todo —pedazos de aurora... pedazos de sueño...

— les sorprendió en la ciudad que despertaba sobre cientos, miles, millones de pies y pies y pies.

Tantas gentes van y vienen, vienen y van, sin saber si van o vienen, que es más lo que se mueve que lo que hay fijo en las ciudades. Pies y pies y pies, los de todos y los de ellos que por calles y plazas buscaban la casa de la Pita-Loca.

Y a llegar iban, a la vista las falomas de sus puertas y ventanas, cuando .les sorprendió el paso de un entierro. 

Sin consultarse, casi instintivamente, agregáronse al conejo y siguieron tras el féretro hasta el cementerio, silenciosos, compungidos, no sabiendo cómo esconder los machetes, la cabeza de un lado a otro sobre cóndilos recónditos para negar la muerte.

Al concluir el sepulturero su faena, caláronse los sombreros y a la calle. Debían llegar lo antes posible a la casa de la Pita-Loca en busca de aquella que tenía labios untados de presente, música antigua en los oídos y ebriedad de futuro en las pupilas.  Pero de la puerta del cementerio se regresaron. Otro entierro... y otro... y otro. Esa  mañana se les pasó enterrando gentes. No podían evitarlo, sustraerse a su naturaleza que les empujaba a seguirlos cortejos fúnebres al paso de los enlutados deudos, sin dejar de repetir, la cabeza de un lado a otro: no murió... no murió...

Qué hacer... Huyeron del cementerio a través de un barranco. Buscarían llegar a la casa de la Pita-Loca por una calle poco frecuentada o mal frecuentada, por donde nadie querría que pasara su muerto.

Pero criando ya tocaban fondo en aquella inmensa olla de árboles y peñascos, helechos, orquídeas, reptiles, en un recodo de la vereda que corría al par de un riachuelo por un lodazal de luto, encontraron un grupo de campesinos que subían con el blanco ataúd de una doncella. Y allá van los Matachines de regreso, con el corazón que se les salía contemplando aquel estuche de nieve que encerraba el cuerpo de una virgen. En el jadeó de la cuesta, silencio de pájaros y hojas se les oía repetir, si casi lo decían con la respiración... no murió... no murió...

Esperaron que anocheciera. De noche no hay entierros. Inexplicable. Un cigarrillo tras otro. Inexplicable. Estupidez municipal. Llevar uno su muerto chocando contra la luz del día cuando sería más íntimo cruzar la ciudad a medianoche, entre las luces de las calles en procesión de cirios o de antorchas, el silencio majestuoso de las plazas y el recogimiento de las casas cerradas.

La casa de la Pita-Loca, desván de mujeres que se ofrecían en los espejos, apenas formas de humo de tabaco, fantasmas de carne y pelo color de yema de huevo por las luces amarillentas, uñas de escama de pescado y cejas postizas, anzuelos que al no pescar goteaban llanto, estaba llena de borrachos que hacían combinaciones enigmáticas de apetitos y caprichos, hasta encontrar, si no el ideal de su tipo femenino, el que más se acercaba a su deseo. Todas tenían un pasado vivido y un pasado remoto de diosas, sirenas, madonas... como hacerle fondo de ojo al mar... lo propio en la mujer es el mundo pretérito e en que vive y que a veces disimula, aventura del disfraz, con el traje que la vista de presente.

La mujer que buscaban los Matachines en casa de la Pita-Loca, Tamachín se adelantó a Chitanam, Chitanam a Tamachín y al fin entraron juntos, arrebatándose la palabra para describirla, decía tener música antigua en los oídos, pero sólo en los oídos, reír, hablar y besar en presente, a pesar de ser vieja toda dentadura de marfil, y foguear sus pupilas hasta limpiarlas de lo cotidiano para ver el mañana.

La Pita-Loca, oropendientes en las orejas, masapanes de perlas en el pecho, dedos encarcelados en anillos de piedras de colores, verdes, rojas, amarillas, violetas, negras, azules, tornasoles, les puso a prueba lanzándoles preguntas que no por inesperadas podían dejar de responder los Matachines, pues era cerrarse las puertas y no encontrar a la mujer que buscaban, aquella que tenía el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el futuro en los ojos.

—¿Quién de los dos sabe bailar con zancos? —preguntó aquélla.

—Los dos —se adelantó Tamachín—, pero no sobre zancos, sobre las tetas de las diosas...

—¿Saben alguna oración secreta?

Sabemos, ya lo creo que sabemos oraciones secretas —contestó Chitanam y tras un breve y  calculado silencio alzó la voz—: ¡Dioses... Dioses... Dioses de ojos con agua, manos gastadas en la siembra, exactos en la cuenta del tiempo...

—Y andan buscando... —le cortó la Pita-Loca—, andan buscando a Nalencan...
Ambos callaron y aquélla se dijo, los atrapé.

—No, señora... —movió la cabeza Tamachín y Chitanam añadió:

—Desde luego que no. ¿Quién se preocupa por Nalencan en las ciudades? Nadie.

Ni tiene resplandor de relámpago ni ensordece con el retumbar de los cielos. No así allá  en Machitán, donde la tempestad, la temible Nalencan se desploma apocalíptica entre tronos, truenos y dominaciones...

—Buscamos — intervino Tamachín — a la mujer de ayer, hoy y mañana...

La Pita-Loca encogió los dedos, patas de arañas de colores, araña de brillantes, esmeraldas, rubíes, amatistas, turquesas, ópalos, topacios, zafiros, cada mano, y frunció las cejas de humo triste.

—No la hemos enterrado. La tenemos para dientes que como a ustedes, les gusta la mujer rígida y fría, totalmente fría, a temperatura de cadáver.

—¿Muerta? —preguntaron al mismo tiempo los Matachines, sintiendo junto a ellos algo que habían olvidado, la presencia del machete.

—Congelada. No era linda, pero no era fea. Los ojos achinados como de cocodrilo, respingona la nariz, el pelo lacio...

—¿Muerta? — repitieron aquéllos su pregunta.

—Sí, se suicidó, el suicidio es la muerte natural aquí en la casa. Pero si quieren estar con ella, siempre la tenemos preparada en su lecho funeral, olor a flores blancas y a ciprés, a jazmín e incienso... hay hombres que les gusta la carne fría... el amor en el cementerio... hacer su maña entre cuatro cirios...

—No, no, no murió... —insistían los Matachines sudando el frior acuoso de la angustia en los huesos.

—Aaaa...cabáramos, los señores son de los que creen, o lo oyeron decir aquí en la casa... La servidumbre cuenta que la bella de Machitán, así la llamábamos, se levanta de noche. Los muertos que sueñan que no están muertos son los que deambulan fuera de sus tumbas. Pues la bella, sueña que está viva, y anda por aquí, por allá, abriendo y cerrando las puertas. Lo brutal es que cuando un hombre la posee parece que revive y a pesar de su rigidez cadavérica, adquiere movimientos de esponja. Pero los estoy aburriendo con mis tonterías. ¿Quieren estar con ella?... Puede ir uno, primero, y otro después o si prefieren vayan los dos juntos...

—Debemos sacarla de aquí...

—Imposible. Por ningún dinero. Es tradición, y mi marido era inglés, un ex pirata, aunque a él no le gustaban los «ex», que mujer que entra en casa de la Pita-Loca, no sale ni muerta, pues aun muerta sirve para que se den cuerda perversos y degenerados...

—Esa mujer tenía —las palabras caían de los labios de los Matachines, que no realizaban cabalmente lo sucedido, como alas de hormigones viejos—, tenía el ayer en los oídos, el presente en la boca y el futuro en las pupilas...

—Y por eso, por eso se suicidó prontito. ¡Pruébenla, no lo estén pensando tanto! Está bañada y lavada... vayan... vayan a su alcoba... por encima se les ve que les gusta la carne muerta...

Arteros y veloces, tras cambiar una mirada, el zig-zag de los machetes y a cercén las dos manos de la Pita-Loca cortadas como dos panochas de piedras preciosas, sangrando más por los rubíes y granates que por sus vasos abiertos...

Desatornillados de sus cabales, sueltos, ciegos, ensangrentados hasta los codos, por momentos gritaban, por momentos ladraban, ladrar de perros que se vuelven lobos aulladores y por momentos, tras aullar, se lamentaban con rugido de fieras. Gritar, ladrar, aullar, rugir, molerse los dientes, comerse la lengua, tragarse la realidad, perdido el empeño, el sostén, la duda...

—No murió... no murió la bella de Machitán... —lloraban a carcajadas... sin poderse borrar de los ojos la visión de aquel cuerpo de tabaco blanco, momificado, que la Pita-Loca perfumaba para que la gozaran borrachos o sonámbulos...
Una anciana, pelo de pluma blanca, les detuvo al salir de la ciudad que de noche, dormida, no tenía pies.

—¿El camino buscan? —inquirió.

A lo que los Matachines, machete en mano, preparados siempre para abrirse paso a filo y muerte, contestaron:

—¡Por la Gran Atup que eso buscamos... el camino de regreso... tenemos que machetearnos hoy mismo... quitarnos la vida en la plaza de Machitán!

—Para eso son matachines...

—Para eso son matachines...

—Sí, señora, para servirla...

—¿A mí...? jiji. —su risita olía a trapo quemado—, la muerte no me sirve... jijiji!

Luego adujo:

—El camino de los Matachines se acabó...

Chitanam, sin darse cuenta que aquello significaba que para ellos era llegado el fin,  bromeó:

—¿Qué debemos asar para que siga?

—Asar nada. Hacer mucho. Hacer que les crezca el pelo, salvo que tengan a alguien que les dé su cabellera para hacerse el camino.

Tamachín suspiró:

—¡Tenemos... más bien teníamos, señora, pero se quedó sin camino antes que nosotros!

—Lo sé, yace dormida en la casa de la Pita-Loca, sobre una almohada negra de siete leguas de ríos hondos, justo lo que les falta a ustedes para llegar a Machitán. Sí se volvieran a pedirle prestados sus cabellos.

—Es imposible —exclamaron, mostrando a la vieja las manos de la maldita alcahueta con los dedos en túneles de piedras preciosas hasta las uñas.

—Se le cortan las manos a la riqueza malhabida —dijo la anciana horrorizada—, peto es inútil, es inútil, le salen nuevas manos...

—¡Apártate... —enarboló el machete Tamachín—, cola del cometa que anda donde no se ve, ya respiras poquito como todos los viejos, pero te juro que vas a respirar más poquito, si la muerte no nos lleva a miches hasta Machitán!

La anciana desapareció y les fue concedido. Sobre un galápago formado con dos omóplatos sin colchón, es dura la jineteada final, llegaron al lugar en que debían cumplir su juramento. Al bajar de tan frágil como fuerte cabalgadura de huesos, la muerte mostraba sus dientes descarnados.

—¿De qué te ríes...? —le preguntaron.

Y la respuesta lacónica:

—De ustedes...

No la oyeron, no les importaba. Ataviados para el duelo: camisas blancas, sus mejores camisas, puños, pecho y cuello alforzados, pantalones blancos, sus mejores pantalones, manos y caras teñidas de blanco, cambiaron una mirada de amigos enemigos y lanzaron sus machetes al aire. Estos cayeron enterrados de punta, uno frente a otro, pulso de matachines, señalando el lugar que le correspondía a cada uno en el terrible encuentro. A Tamachín le quedó el sol en la cara, a Chitanam en la espalda.

Tamachín pensó: Chitanam me aventaja, el sol no lo encandila. Chitanam pensó:

Tamachín salió ganando, a la luz del sol me ve mejor.

Mientras tomaban sus machetes, un perico pasó volando sobre sus cabezas.

—¡Tamachín... chin... chin... matachín! —decía festivo y regresaba más gozoso—.
¡Matachín... chin... chin... Tamachín!

Luego se iba, luego volvía:

—¡Chitanam... tam... tam... Machitán! ¡Machitán... tam... tam… Chitanam!

—¡Por la Gran Atup que esto se acabó! —gritó Tamachín enfurecido, el machete en alto, yendo tras el perico que seguía en sus burlas...

—¡Matachinchín, matachín!... ¡Matatamtam, Machitán! —verde, alegre, jaranero—.

¡Matatamtam, Machitán! ... ¡Matachinchín, Matachín!

Y volando, volando, tam-tam y chin-chin... chin-chin y tam-tam..., sacó de la plaza convertida en palenque a los matachines de Machitán que lo perseguían con sus machetes.

—¡Matachines al fin! ... —dijo alguien, no el perico. Alguien. Sólo se le miraba el hombro y en el hombro, posado el perico.

—Atalayandítolos estuve, para que no se mataran, pero se me pasaron. Sin duda el baile del llueve pies y pies y pies los hace invisibles, y por eso mandé a traerlos con el perico.

Este, al sentirse aludido, echóse hacia atrás, abierto de patitas y alivió la tripa soltando un gusanito de estiércol en el hombro del hombre del hombro.

—¡Y por virtud de ese gusanito —gritó el perico, esponjándose como una lechuga avergonzada—, salvarán el pellejo Tamachín y Chitanam, y seguirían bailando el llueve pies y pies y pies en Machitán!

—Salvarla del todo, no —dijo el hombre del hombro—, se les dejará la vida por algún tiempo, si no hacen lo que hacen, derramar sangre.

—¡Matachines al fin! —recalcó el perico.

—Al entendido por señas —alzó la voz Tamachín, montando en cólera—, cobardía y excremento de perico es igual, y a ese precio no queremos la vida los matachines de Machitán.

Si el hombro del hombre no desaparece y el perico no vuela, los parte en dos el machete de Tamachín.

El filo vindicativo cortó el aire y dio en el pie de alguien. Un pie sin sangre, negro, peludo y con las uñas de punta. Un pie cortado, no de un tobillo, sino de un chillido desgarrador. Lo recogió Chitanam sin detener su paso. Volvían a la plaza de Machitán a reanudar el desafío, interrumpido por la presencia del perico, volanderas las alas de sus sombreros blancos como sus ropas, las caras y las manos espolvoreadas de envés de hoja de encino blanco, extraños personajes de ceniza que llevaban sobre el pecho, amuletos de muerte y pedrería, las manos cercenadas de la Pita-Loca,. Cada uno una mano, y a flor de labio, en la resaca de su palabrear de condenados a muerte, la letanía del no murió... no murió... no murió... martillado para aminorar su culpa o porque en verdad creían que los que no mueren donde nacen, no son muertos, sino ausentes, doblemente ausentes como aquella que tuvo el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el mañana en los ojos.

Todo inútil, inmensamente inútil. Qué feroz desatino rodarse de preguntas sin respuesta, desimantados, incongruentes, tránsfugas, perjuros, atragantándose con llanto, al cuello el peso muerto de las manos hinchadas como sapos y reverberantes de oro y gemas de la maldita alcahueta.

—¿Me lo devuelves.., es mi pie... es mío! —dijo por señas y visajes a Chitanam, un mono por su color bañado en espuma de hervor de café.

—Si te sirve... —contestó aquél y se lo devolvió.

¿Qué puedo hacer por los señores? parecía preguntarles con sus fiestas el saraguate coludo, todo ojos a las reliquias que colgaban sobre el pecho de los Matachines Se les adelantaba cojeando, los miraba y volvía a ver atrás. Cojeando, cojeando, no se puso el pie, rechinaba los dientes y volvía y volvía la cabeza.

Los alcanzó a pasos despeñados, el gran Rascaninagua.

—Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas —canturreaba—, creen que yo sé cosas, porque sueño con los ojos abiertos... ¿Y los señores... —enfrentóse a los Matachines—, quiénes son, cómo se llaman?... ¡Ah! ¡ah!... —se fijó mejor en ellos—, son los Matachines de Machitán.

El mono sentado en el suelo, empezó a quererse pegar el pie, antes que el gran Rascaninagua le preguntara por qué travesura se lo habían cortado. Revolvía saliva, tierra y chillidos.

—¡Telele, dejé de chillar! —amenazó Rascaninagua con el bastón en que se apoyaba, al saraguate. Luego volviéndose a los Matachines, en tono autoritario: —Mis amigos, en estos cerros no se debe derramar sangre...

Se limpió la boca con el envés de la mano. La palabra sangre mancha los labios de solo pronunciarla e inquirió con sus ojos perdidos en hojarasca de siglos, la impresión que causaba su mandato de «no más sangre» en aquellos que vivían sólo para eso, para derramarla.

—Y si no derramamos sangre, de qué hemos de vivir... —se adelantó a responder, en tono interrogativo, Chitanam—, y lo peor es que ahora estamos comprometidos, por juramento, yo a derramar la sangre de Tamachín y Tamachín la mía.

—Pero eso puede evitarse... —sacudió la cabeza Rascaninagua.

—¡Imposible! —gritaron, aquéllos.

—No hay imposibles en mis cerros...

—Si pudiera evitarse. —apresuró Chitanam, esperanzado, no las tenía todas con la muerte, y menos a machetazos. 

—¡Con un revuelto de cobardía y caca de perico... —engallóse Tamachín —, ja, ja... —soltó la risa, para añadir en seguida: —La bella de Machitán nos espera más allá de la vida y debemos juntarnos con ella...

—¿Y por qué los dos? — frunció las cejas al preguntar Rascaninagua.

—Fue el amor lo que la perdió, el amor que sentía por nosotros dos —explicó Chitanam—, no se decidió por ninguno y cayó en poder de todos los que no la querían...

—Y... si cumplen el juramento de reunirse con la bella de Machitán, sin morir del todo, qué les parece —planteó en tono agorero y familiar Rascaninagua.

El mono, medio dormido, soltaba largos suspiros. Se había pegado el pie. Los Matachines dudaban de sus ojos. Cómo creerlo. Saliva, tierra y chillidos, qué mejor pegamento.

—Morir sin morir del todo... cumpliríamos nuestro juramento y seguiríamos vivos...

—pensaba sin decirlo Chitanam

—Pero hay una condición —Rascaninagua adivinó lo que éste pesaba con la sutil balanza de las probabilidades—, una sola condición. No se derramará más sangre en Machitán. La sangre de los Matachines será la última.

—Lo que nos mandes haremos con tal dé morir sin morir —habló Chitanam esperanzado, cada vez cada vez más esperanzado—. Cumplir nuestro juramento y no irnos de la vida...

Tamachín guardó silencio. Telele y Rascaninagua le resultaban sospechosos. Apretó las quijadas y se mordió el pensamiento. Los Matachines, ella lo dijo siempre, son valientes para dar la muerte, pero no para morir. Este zandunguero quiere hacernos creer que moriremos sólo aparentemente. Así nos da valor para matarnos. Las palpitaciones del corazón le cosían los labios. Al fin logró hablar:

—Nada se pierde con hacer la prueba —murmuró Chita, que seguía no teniéndolas todas con la muerte.

—¡Todo se pierde... —se oyó la voz de Tamachín, vozarrón metálico, duro—, todo se pierde escuchando embusteros! Telele bailaba, saltaba, sin que pudiera saberse cuál de los dos pies se había pegado con saliva y tierra.

—En fin agregó Tamachín, lo desarmaba el prodigio de ver al Mono con los dos pies—, oigamos cómo es eso de morir, sin morir de veras...

—¡Quieto, Telele! —gritó Rascaninagua al saraguate que no dejaba paz—. ¡No pudiendo ser dios, es bailarín! —explicó sonriente, antes de endurecer la cara para anunciar a los Matachines, pétreo y solemne, que les daría dos talismanes, uno a cada uno, para que a su conjuro pudieran volver a la vida desde el mar de las sustancias.

—El instinto de conservación —prosiguió Rascaninagua— es el gran perro mudo, fiel cuidador de lo carnal del hombre, de su cuerpo, de su integridad, desde hacerle presentir los peligros hasta defenderlo ferozmente; luego viene el nahual o espíritu protector de su ánima, su doble, el animal que lo sostiene siempre, que no lo abandona nunca, que lo acompaña más allá de la muerte; y por último la poderosa combustión de las sustancias de que está hecho lo vital, la vibración más íntima del ser, o sea el tono.

Hizo una pausa y siguió:

—El señor —se dirigió a Tamachín que despedía, colérico, negras llamas por los ojos—, el señor es de tono mineral y le corresponde y le entrego el frágil talismán de talco en forma de espejo de hojas de sueños superpuestos. Cada una de sus hojas dura nueve siglos, novecientos años. Cada nueve siglos tendrá Tamachín que cambiar de hoja para seguir vivo en su profunda sustancia mineral. Trescientos millones de espejos de talco, contando sólo la primera lámina, arrebatarán su sombra, para mantenerlo vivo, de la sombra de la noche.

Rascaninagua puso la mano en el hombro de Chitanam:

—En cambio, el amigo es de tono vegetal y le entrego el talismán agua verde, sangre de árbol, en este trozo de raíz de ceiba, para que navegue, después de muerto, en la sangre verde de la tierra, y vuelva cuando quiera a su forma corporal. Es por virtud de mis talismanes que los Matachines seguirán vivos en lo más íntimo de sus sustancias, piedra será Tamachín, árbol será Chitanam.

—¡Vengan los talismanes! —gritaron esperanzados y exigentes los Matachines.

—Pero, para llegar a ser indestructibles y salvarse de la nada usando una energía rudimentaria, más fuerte, sin embargo, que el instinto de conservación y el nahual o animal protector, deben evitar ser heridos en su forma mineral y vegetal, buscar lo más profundo de las selvas y los barrancos, para que nadie los toque, no separarse nunca y jurar que su sangre es la última que se derrama en Machitlan.

La plaza de Machitán negreaba de cabezas humanas. El desafío de los desafíos. Las torres y el frente de la iglesia, las ventanas y los techos de las casas, los árboles, todo era una sola cabeza. Los vecinos principales asomados a sus balcones. En las esquinas, hombres a caballo con espuelas que sonaban a lluvia dormida. A lo largo de las aceras, piñas de comerciante s que ofrecían refrescos, comidas, cocos de agua, dulces, frutas y baratijas.

Silencio expectante, más bien expectorante. Todos, a pesar del momento que se vivía, tosían, gargajeaban...

Salieron a la plaza los Matachines seguidos de comparsas abúlicas que llevaban esqueletos de culebras, gallos degollados, cueros de tigrillos, jaulas de hilos con pajarillos minúsculos, pielepajarillos minúsculos, pieles de oveja, aves hipantes, cascabeles de serpientes, cuchillos-  de sacrificio con la forma del Árbol de la Vida, y afilados por la risa de Tohil, afilador de obsidianas, calaveras pintadas de colores, azules, verdes, amarillas, cornamentas de venados...

Los Matachines ocuparon los lugares que los machetes arrojados al aire les señalaron, al caer de punta y clavarse en la tierra, y sin más esperar se alzó la voz de Chitanam. Pedía que le dieran por ataúd el árbol hueco que ahora sonaba con cien lenguas de madera. Dormir su último sueño en un tun. Que un tun fuera su tumba, su tumba retumbante.

Luego habló Tamachín. Pedía que lo enterraran en una piedra cavada a su tamaño y, sin decir más, empezó su última danza de pies y pies y pies...

¡Chin-chin-chin... Matachín-chin-chin...!, pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... ¡Tamachín-chin-chin,,... chin-chín Tamachín…Tamachín-chin... Tamachín!

¡Tam-tam-tam... Chitanam-tam-tam...! —empezó Chitanam su última danza, su, llueve pies y pies y pies... Antes gritó  su proclama, los machetes al aire como peces de sol : no iban al encuentro de la muerte, sino de la bella de Machitán... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies...

No se hizo esperar. la proclama de Tamachín:

¡Un nudo de amor de tres, no se puede desatar...! En el eco se oía: ...no se puede desandar...!

¡Es lo que pasa, Chitanam, cuando nacen dos hombres para una mujer!

—¡Es lo que pasa, Tamachín, cuando nacen dos hombres para una mujer!

Pies y pies y pies... pies y pies y pies... lluvia de pies y píes y pies... golpe... quite... golpe... quite... chocando los machetes... plin... plan... golpe de Chitanam... plan... pila... golpe de Tamachín... plan... plin... plan... quite y golpe de Chitanam... plin.., plan... plin... golpe y quite de Taniachín... los machetes chocando... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... plin... plan... golpe de Machitán... plan... plin.., quite de matachín... golpe... quite... golpe... quite... sin herirse para prolongar la danza... el llueve pies agónico... pies y pies y pies... pies y pies y pies... no hay quite sin quite... no hay golpe sin golpe... plan... plan... al quite... al quite, Chitanam... al golpe, Tamachín, al golpe, al golpe, al golpe, Chitanam... al quite, al quite, al quite, Tamachín... pies y pies y pies... pies y pies y pies... piesip... es... piesip... es... tambaleantes.., heridos de muerte... un puntazo al corazón... por la tetilla..

Trapos ensangrentados... nada más sus camisas...  nada más sus pantalones... sus fajas coloradas... su  caites... sus sombreros...

Eso se enterró... sus trapos... no sus cuerpos... se hicieron invisibles...

Sus trapos ensangrentados y sus machetes, en un árbol resonante y en una roca de gesto doloroso ...

Días, meses, años... Chitanam transformado en un caobo inmenso y Tamachín convertido en una montaña, se reconocieron:

—¡Tam-tam, Chitanam!

—¡Chin-chin, Tamachín!

—¡Tam-tam, harás uso de tu talismán?

—¡Chin-chin, Tamachín hará uso de su talismán!

—¡Tam-tam, volverás a Machitán?

—¡Chin-chin, volveremos, Matachín!

Un machetazo rasgó el cielo de miel negra. Heridos caobo y peñasco por el rayo, no pudieron hacer uso de sus talismanes, volver a set los Matachines de Machitán. Lluvia fermentada Ebriedad de la tierra. Los ríos borrachos de equis en equis zigzagueantes. Los árboles bamboleándose borrachos. La ebriedad del mineral es el vegetal. Los minerales son vegetales borrachos. La borrachera del vegetal es el animal. Los animales son vegetales alucinados, delirantes...

Rascaninagua, seguido del mono que lucía sobre su pecho peludo las manos enjoyadas de la Pita-Loca, asomó con el cuerpo intacto de aquella que en vida tuvo oídos rumorosos de ayeres, labios de brasas que ardían en presente y ojos de adivinaciones futuras.

La traía en brazos. Pesaba menos que el humo, menos que el agua, menos que el aire, menos que el sueño.

Un ataúd de caoba. Un peñasco de sangre. El nudo de las tres vidas.

Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas... Astros materiales se deshojó la noche del destino. 




lunes, 21 de enero de 2019

EL PAPA VERDE; RESEÑA

Por; Fanny Ortiz
fannyortiz997@gmail.com










Autor; Asturias Miguel Ángel.
Edición; Losada. 1954.
Número de páginas; 190. Versión digital



Green Pope, -Papa Verde- un término que en la novela de Miguel Ángel Asturias va de voz en voz por las calles de Chicago, para aludir al rey de los bananos. Y gringo,  término ya generalizado en la década del 50, cuando se imprime El Papa Verde, designaba un sentimiento; ¡fuera verdes! Realidad y ficción, algo que está muy presente en el pensamiento de Asturias. Hoy, la reseña de la segunda parte de la saga asturiana en la “novela bananera”; El Papa Verde. Espero les guste.


El Papa Verde es la historia de Geo Maker Thompson, joven soñador  que se inició como plantador de bananos en una costa centroamericana. Como buen pirata le apostó al progreso con violencia. Pero en la tierra de la raigambre, una acción profética, es capaz de estancar el tiempo y las pasiones, para convertirlo en un búmeran de revelaciones humanas. 

Esta parte de la saga narra la vida del hombre, su rápida conversión al capitalismo y la degradación a la soledad y el infortunio. La psicología del personaje central está marcada por la inevitable condena a vivir bajo el dominio de sus pasiones, cargadas de su propia ventisca. Cuenta también la génesis de la respuesta autóctona por la violencia y el despojo en la zona bananera; El Viento Fuerte, tema de la primera parte de esta trilogía.

La historia inicia con el embrujo en tierra ajena, experimentado por el deseo hacia una mujer; Mayarí Palma. El norteamericano incurre en una acción atrevida al pretender a la tierra, en su forma humana, de quien solo obtendrá el hastío que dejan las caricias compradas. Un desenlace fatal, de una noche inesperada, arroga a la jovencita de curvas y extravagancia perfecta a los brazos de río Motagua.

Es que Geo Maker Thompson había llegado al borde de la locura. Parecía una máquina registradora. Había corrompido militares, había despojado y sembrado la violencia. Mayarí Palma, opta por buscar una tregua a la antigua. Vestida de novia se desposó con su nuevo amor; el río Motagua. Entre rezos, predicciones y hombres adornados con tiestos de concha de tortuga, sella un pacto de venganza. 


… «¡Te la damos para que no haya sangre!» … «¡Nuestros pechos quedarán en quietud bajo las aguas, bajo los soles, bajo las semillas, hasta que llegue el día de la venganza, en que verán los ojos de los enterrados»…


El personaje Geo Maker Thompson está embargado de principio a fin de sentimientos negativos como el odio, la tristeza, la nostalgia. Odió la tierra de los hombres de maíz. La tierra de los pies arraigados, los cuales retumbarían en la penumbra de su vida y la tragedia de su fortuna. Pies, que él mismo ayudaría a arrancar de raíz, aunque como elotes estuvieran arraigados. 

Pero Geo Maker Thompson, era un entusiasta, de todas formas. Sin remordimiento alguno, despidió de su corazón a Mayarí Palma. Ella estaría en cualquier parte del frío terruño escogido para vivir un amor conveniente. Adiós a los remordimientos. Bienvenido el progreso, así sea, manchado de sangre. Bienvenida la fortuna, así sea malograda. Bienvenido los nuevos amores, así sea con la misma genética. En esta parte de la novela una metamorfosis ha concluido. Atrás el pirata. Atrás el norteamericano. Atrás Geo Maker Thompson. El Papa Verde llegó para gobernar estas tierras miserables. Aunque sea atrincherado desde la nostalgia y la soledad de su morada.  


Sobre el escritorio del Papa Verde, hay alineados tres retratos: el de Mayarí, muerta en acción, como decía él mismo evocando su arrojo al lanzarse al río, …   para ir a un pueblo feliz a procurar las firmas de sus moradores contra las expropiaciones; el de doña Flora, con quien contrajo matrimonio, muerta también en acción, decía, irónicamente, por haber fallecido al dar a luz una niña que ocupaba, sobre su escritorio, el tercer marco de plata, Aurelia Maker Thompson …

El advenimiento del viento fuerte estaba escrito antes de que lo soplara el chama Rito Perraj. Se había enquistado en la entraña del seno familiar, por los pasillos de una aparente felicidad. Una hija preñada, no por amor, sino por venganza al desamor de un padre. Un nieto añorado, jovencito de maneras muy norteamericanas, pero condenado a la furia de esta tierra. Un Papa Verde, perseguido por sus propios fantasmas. Nunca podría olvidar, que estuvo a nada de ser el presidente de la compañía frutera más grande del mundo. Que estuvo a nada de acariciar el poder, de hacer y deshacer países a diestra y siniestra. Mas una tragedia personal, el embarazo de su hija Aureliana, le recordaría para siempre, que de su mano se habrían sentenciados los más atroces crímenes, incluso contra su propia sangre. 



La segunda parte de la novela inicia con la lectura de un testamento escrito en inglés y leído en español, en el que inesperadamente, heredan los socios de una de las compañías aliada a la Tropicalplatanera S.A. La génesis de dicha herencia, muestra a su vez el mestizaje del capital y el alumbramiento del viento fuerte. 

Un ciudadano norteamericano Lester Mead, llega al país y encuentra el amor en una mujer ya casada, quien se divorcia y juntos emprenden la empresa frutera, pero fulminantemente encuentran la muerte bajo el abrazo del viento verde. La figura de Lester Mead, tan protagónica en Viento Fuerte, en El Papa Verde esta cruzada por un halo de leyenda. 

En esta parte de la novela, yace el viento fuerte, que anuncia no solo la nacionalización del capital, sino el origen de una rebelión. Una fuerza soplada por el brujo Rito Perraj y cantada por la vieja Sabina Gil, quien bajo un encantamiento habla con el pez Tepezcuinte, único testigo del sacrificio ofrecido por Hermenegildo Puac.


… Rito Perraj se tendió en un tapexco al fondo de su rancho entre el zumbido de las moscas que lloraban sobre su cuerpo como lloran sobre los muertos. Pero no estaba en la otra vida, sino molido de cansancio, fatigado de no poder moverse, ni abrir los ojos siquiera, después del esfuerzo que hizo para levantar el viento, todo el viento del mar a lo más alto del cielo y volcarlo desde allí huracanado y sin parar por muchos días y muchas noches sobre las plantaciones de la gran compañía, hasta apagar el fuego verde de los bananales, plantas que en lugar de llamas tienen hojas del color de la esmeralda dulce. «Es mucho el perjuicio que has hecho, Chama», me acerqué a decirle, y él me contestó: «Tepezcuintle ciego, ves el perjuicio y no ves la justicia. …


El encuentro de Toba y Juambo hijos de Agapito Luisa y Agapito Luis, el primero dejado entre la maleza por el papa verde, para someter a su crío, será inclemente, en cuanto a revelaciones se refiere. El hijo perdido escucharía la revelación de su pasó al servicio personal de Geo Maker Thompson, a cambio de la pérdida de un padre, una madre y su hermana gemela. La crudeza de la realidad trasmite también la voz de un cántico libertario a manera de rezo. Es el primero de los ojos de los enterrados, que verán de frente al papa verde. 


… En el nombre del Padre, ¡chos!, del Hijo, ¡chos!, y del Espíritu Santo, ¡moyón, con! Así aprendimos a santiguarnos, Juambo, para que nos libre Dios de esos malditos protestantes, herejes evangelistas, que en la otra costa mataron, quemaron... Atlántico mucho dolor, mucho dolor...


Es que la primera ventisca tuvo que llevarse a los esposos para desencadenar la alianza profética. Mas el viento fuerte se enquista en la seudo rebelión de dos de los herederos de la fortuna de los esposos; Adelaido Lucero y Ayuc Gaitán. En una treta maniquea, ya instalados en la cúpula de la compañía, en calidad de socios, hacen lo posible por manipular las elecciones a presidente. Y lo logran, la Tropicalplatanera S.A es absorbida por la Frutamiel S.A. Se da paso a la ruina del papa verde y el ascenso de la protesta de los campesinos plantadores de banano.


… Lucero, apoyando los codos en los brazos del sillón, recordaba el anuncio profético que les tenía hecho chama Rito Perraj, de un viento fuerte formado por masas humanas que barrerían con la «Tropicalplatanera»... Masas humanas convertidas en cientos, en miles, en millones de manos azotadas por la furia del huracán y arrancadas de sus quietos brazos, y lanzadas contra, contra, contra, contra …


jueves, 29 de noviembre de 2018

CARTA DE LOS U´WA AL HOMBRE BLANCO

Nosotros nacemos siendo hijos de la tierra... eso no lo podemos cambiar los indios ni tampoco el hombre blanco (riowa). Más de mil veces y de mil formas distintas les hemos dicho que la tierra es nuestra madre, que no podemos ni queremos venderla, pero el hombre blanco parece no haber entendido, insiste en que cedamos, vendamos o maltratemos nuestra tierra, como si el indio también fuera hombre de muchas palabras.
Nosotros nos preguntamos: ¿acaso es costumbre del hombre blanco vender a su madre? ¡No lo sabemos!, pero lo que los U’WA sí sabemos, es que el hombre blanco usa la mentira como si sintiera gusto por ella, sabe engañar, mata a sus propias crías sin siquiera permitirle a sus ojos ver el sol, ni a su nariz oler la yerba, eso es algo execrable, incluso para un "salvaje".
La ley de nuestro pueblo se diferencia de la del blanco, porque la ley de riowa viene de los hombres y está escrita en el papel, mientras que la ley de nuestro pueblo fue Sira (Dios) quien la dictó y la escribió en el corazón de nuestros sabios Weryajas (chamanes). El respeto a lo vivo y a lo no vivo, a lo conocido y a lo "desconocido" hace parte de nuestra ley: nuestra misión en el mundo es narrarla, cantarla y cumplirla para sostener el equilibrio del universo.
Nuestra ley u’wchita es uno de los postes que sostienen el mundo. Nuestra ley es tan antigua como la misma tierra, nuestra cultura se ha organizado siguiendo el modelo de la creación, por eso nuestra ley es no tomar lo que no se necesita y es también la misma en todas partes porque es la ley de la tierra y la tierra es una sola. ¡Nuestra ley no la vamos a morir! ....
Si existen leyes del hombre blanco que protejan a la madre tierra y sus guardianes los pueblos indígenas, ¡qué se cumplan!, si no se cumplen se considerarán no escritas.
Sabemos que el riowa le ha puesto precio a todo lo vivo y hasta a la misma piedra, comercia con su propia sangre y quiere que nosotros hagamos lo mismo en nuestro territorio sagrado ruiria, la sangre de la tierra a la que ellos llaman petróleo... todo esto es extraño a nuestras costumbres... todo ser vivo tiene sangre: todo árbol, todo vegetal, todo animal, la tierra también y esta sangre de la tierra (ruiria, petróleo) es la que nos da la fuerza a todos, a plantas animales y hombres.
Pero nosotros le preguntamos al riowa ¿cómo se le pone precio a la madre y cuánto es ese precio?. Lo preguntamos no para desprendernos de la nuestra, sino para entenderlo más a él, porque después de todo, si el oso es nuestro hermano, más lo es el hombre blanco.
Preguntamos por esto porque creemos que él, por ser " civilizado", tal vez conozca una forma de ponerle precio a su madre y venderla sin caer en la vergüenza en que caería un primitivo, porque la tierra que pisamos no es sólo tierra, es polvo de nuestros antepasados; por eso caminamos descalzos para estar en contacto con ellos.
El riowa no ha querido entender que si nos desligamos de la madre tierra, el tiempo donde quiera que se encuentre se iría con ella (el espíritu de nuestros ancestros, nuestro presente, nuestro futuro). Todo ser vive hasta que cumple la función de tiempo que Sira le ha encomendado... ya no habría tiempo, ya no habría vida, dejaríamos de existir.
El bosque es el cordón umbilical que nos une a la existencia, hemos sobrevivido gracias a él y él ha sobrevivido gracias a su respeto, Nuestra separación traería un vacío que tragaría todo menos al desierto. El futuro del hombre blanco se enturbia con cada gota de aceite que él mismo vierte en la transparencia de nuestros ríos, su destino se hace más letal con cada gota de pesticida que deposita en ellos. Nuestros ríos no son solamente ríos; a través de ellos nos comunicamos con nuestras deidades, ellos son mensajeros y los mensajes fluyen en ambas direcciones. Si se ensucian o se mueren, ya no sabríamos que quieren los dioses, ni los dioses escucharían nuestros llamados ni nuestras gratitudes y entonces provocaríamos su ira. ¡Los ríos en toda nuestra tierra ya están muy bravos con los riowa!.
Los jefes blancos les dicen a sus gentes que nuestro pueblo indio es salvaje, nos presentan como sus enemigos y como enemigos del riowa mayor al que ellos han llamado progreso y ante quien los otros riowa y todos los pueblos del mundo tenemos que arrodillarnos. Nosotros preguntamos ¿Qué es más importante, la máquina o el hombre que inventa la máquina?
Pero lo que sí sabemos, es que todo aquel que atente contra la madre atenta contra sus hijos, quien agrede a la madre tierra nos agrede a todos, a los que vivimos hoy y a los que luego vendrán. Para el indio la tierra es madre, para el blanco es enemiga; para nosotros sus criaturas son nuestras hermanas, para ellos son sólo mercancía.
El riowa siente placer con la muerte, deja en los campos y en sus ciudades tantos hombres tendidos como árboles talados en la selva.
Nosotros nunca hemos cometido la insolencia de violar iglesias y templos del riowa, pero ellos sí han venido a profanar nuestras tierras.
Entonces nos preguntamos, ¿quién es el salvaje?.
El hombre blanco le ha declarado la guerra a todo, menos a su pobreza interior. Le ha declarado la guerra al tiempo y hasta se la a declarado a sí mismo, como dijera otro hermano indio de un pueblo lejano: "el hombre blanco cabalga sobre el progreso hacia su propia destrucción".
No contento con declararle la guerra a la vida, se la ha declarado también a la muerte; no sabe que la vida y la muerte son dos extremidades de un mismo cuerpo, dos extremos de un mismo anillo... no hay muerte sin la vida, pero tampoco hay vida sin la muerte. Los U’WA hemos cuidado del mundo material y espiritual desde siempre, por eso entendemos esto. El riowa ha enviado pájaros gigantes a la luna. A él le decimos que la ame y la cuide, que no puede ir por el universo haciéndole a cada astro lo que le hicieron a los árboles del bosque acá en la tierra, y a sus hijos les preguntamos ¿quién hizo el metal con que se construyó cada pluma que cubrió al gran pájaro? ¿quién hizo el combustible con que se alimentó? ¿quién hizo al mismo hombre que dirige y fabrica el pájaro? ... el riowa no debe engañar o mentir a sus hijos, debe enseñar que aún para construir un mundo artificial el hombre necesita de la madre tierra... por eso hay que amarla y cuidarla.
El riowa insistirá en que vendamos la tierra y nos dirá: ¿qué le importa la vergüenza a un salvaje que mantiene su cara escondida entre el espesor de la selva, las sombras de las montañas y el velo de la niebla? Entonces una vez más trataremos de hacerle entender que si eso sucediera, no solo la vergüenza embargaría al U’WA: el danta, el pajuil, la tijereta, el jaguar, la zorra, la zarigüeya, el maíz, la coca, el yopo, la nuezkara y todos nuestros hermanos animales y nuestras hermanas plantas, quienes siempre han servido de compañía y alimento a nuestro pueblo, morirían de kira (tristeza) pues en nuestra gran familia no se conoce lo que el riowa llama traición y la tierra lloraría tanto que del último pico del Rubracha (nevado del Cocuy) bajaría Abara, la deidad que custodia las aguas malignas.
Abara guiaría las lágrimas de la tierra y se uniría con Cuiya, el dueño y señor de la tierra; y de su cópula surgiría desde la oscuridad del mundo de abajo ¡Yara, ¡Yara es terremoto; culebra y dolor y entonces ¡Yara una gigantesca serpiente de lodo producto de la cópula de la deidad que custodia las aguas malignas y del señor de la tierra, se deslizaría por entre las montañas buscando los valles y a su paso se tragaría por igual a indios y blancos, a hierros y árboles, a malocas y a campamentos. Arrastraría por igual la pava del U’WA y el caballo del riowa.
Para entonces ya la tristeza habría marchitado el espíritu del último U’WA que quedará sobre la tierra. Cuando eso suceda, el gobierno quedará solo para que pelee con el mundo de la oscuridad y de los temblores... ya no habrá quien cante para el equilibrio del mundo de arriba y del mundo de abajo que es el mismo equilibrio del universo.
El hombre sigue buscando ruiria (petróleo) y en cada explosión que recorre la selva oímos la monstruosa pisada de la muerte que nos persigue a través de las montañas. Este es nuestro testamento. Al ritmo en que va el mundo habrá un día en que el hombre reemplace las montañas del cóndor por montañas de dinero. Para ese entonces, ese hombre ya no tendrá a quien comprarle nada; y si lo hubiera, ese hombre no tendría nada que venderle.
Cuando ese día llegue ya será demasiado tarde para que el hombre medite sobre su locura... Todas sus ofertas económicas sobre lo que es sagrado para nosotros, como la tierra o su sangre, son un insulto para nuestros oídos y un soborno para nuestras creencias. ¡Este mundo no lo creo el riowa ni ningún gobierno suyo, por eso hay que respetar!.
El universo es de Sira y los U’WA solamente lo administramos, somos tan solo una cuerda del redondo tejido de la irokua (mochila), pero el tejedor es Él. Por eso los U’WA no podemos ceder, maltratar, ni vender la tierra ni su sangre, ni tampoco sus criaturas porque estos no son el principio del tejido.
Pero el blanco se cree dueño, explota y esclaviza a su manera, eso no está bien: rompe equilibrio, rompe irokua. Si no podemos venderle lo que nos pertenece, no se adueñen entonces de lo que no se puede comprar...
Algunos jefes blancos han horrorizado ante su pueblo nuestra decisión de suicidio colectivo como último recurso para defender nuestra madre tierra. Una vez más nos presentan como salvajes. Pero ellos buscaban confundir buscan desacreditar.
A todo su pueblo le decimos: el U’WA se suicida por la vida, el blanco se suicida por monedas. ¿Quién es el salvaje?. La humillación del blanco para con el indio no tiene límites; no sólo no nos permiten vivir, también nos dice como debemos morir... no nos dejaron elegir sobre la vida... ahora elegimos entonces sobre nuestra muerte.
Durante más de cinco siglos hemos cedido ante el hombre blanco, ante su codicia y sus enfermedades, como la rivera cede ante el verano, como el día cede ante la noche. El riowa nos ha condenado a vivir como extraños en nuestra propia tierra, nos tiene acorralados en tierras escarpadas muy cerca de las peñas sagradas de donde nuestro cacique Guicanito y su tribu saltó para salvar el honor y la dignidad ante el feroz avance del español y del misionero.
Antes a la codicia y a la ignominia le daban el nombre de acciones evangelizadoras o civilizadoras, ahora le llaman progreso. El progreso, ese fantasma que nadie ve y que se ha dedicado a aterrorizar a la humanidad. Antes, el oscuro camino del saqueo, genocidios e injusticias contra nuestro pueblo era alumbrado con el cirial en nombre de Dios y su Majestad.
Hoy es alumbrado con el petróleo en nombre del progreso y de la mayor de las majestades entre la mayoría de los no indígenas... el dinero. Antes era el oro amarillo, ahora es negro; pero el color de la sangre que se paga por ellos sigue siendo roja, sigue siendo india. Los U’WA vamos a andar todos como siéntaros, por un mismo camino.
Entre nosotros pueblo y autoridades sí somos una misma familia... ¡si ha llegado el momento de que nuestro pueblo parta de la tierra lo hará con dignidad!. Lo único que nos une con nuestros hermanos blancos es venir del mismo padre (Sira) y de la misma madre (Raira) y ser amamantados por el mismo pezón (la tierra). Compartimos el mismo mundo físico: el sol, la luna, el viento, las estrellas, las montañas, los ríos. Compartimos el mismo mundo físico pero nuestro sentimiento hacia él es distinto.
La tierra es una flor: el U’WA se acerca a ella para alimentarse con el mismo cuidado que el colibrí, mientras para el hombre blanco es la flor que el báquiro (cerdo montés) pisotea en su camino.
El camino del riowa ha sido el dinero, es su medio, es su fin, es su idioma, él ha enfermado el corazón de nuestro hermano blanco y su enfermedad lo ha llevado a levantar fábricas igual que armas, a derramar venenos igual que sangre. Su enfermedad ha llegado al agua, al aire y a nuestras selvas.
Quizá una vez más el hombre blanco viole las leyes de Sira, las de la tierra y aún sus propias leyes. Pero lo que no podrá evadir jamás es la vergüenza que sus hijos sientan por los padres que marchitaron el planeta, robaron la tierra del indio y lo llevaron a su extinción; porque al final de la fría, dolorosa y triste noche, aciaga para la tierra y para el indio, la misma noche que parecía tan perenne como la yerba, el error del hombre será tal que ni sus propios hijos estarían dispuestos a seguir sus pasos y será gracias a ellos, a estos nuevos hijos de la tierra que empezará a vislumbrarse el ocaso del reino de la muerte y comenzará a florecer nuevamente la vida. Porque no hay veranos eternos, ni especie que pueda imponerse sobre la vida misma.
Siempre que el hombre actúe con mala intención, tarde o temprano tendrá que beber del veneno de su propia hiel, porque no se puede cortar el árbol sin que mueran también las hojas. En el paso de la vida nadie puede arrojar piedras sin romper la quietud y el equilibrio del agua; por eso cuando nuestros sitios sagrados sean invadidos con el olor del hombre blanco, ya estará cerca el fin, no sólo del U’WA sino también el del riowa.
Cuando el haya exterminado la última tribu del planeta, antes de empezar a contar sus genocidios, le será más fácil empezar a contar sus últimos días. Cuando estos tiempos se avecinen, los vientres de sus hijas no parirán fruto alguno, y en cada vez más vidas el espíritu de sus hijos no conocerá sosiego... cuando llegue el tiempo en que los indios se queden sin tierra, también los árboles se quedarán sin hojas.
Entonces la humanidad se preguntará ¿por qué? ... y sólo muy pocos comprenderán que todo principio tiene su fin y todo fin su principio, porque en la vida no hay nada suelto, nada que no esté atado a las leyes de la existencia... la serpiente tendrá que morder su propia cola para así cerrar su ciclo de destrucción y muerte.
Porque todo está entrelazado como el sendero enramado del mono. Quizá los U’WA podamos seguir nuestro camino, entonces, así como las aves hacen sus largos viajes sin nada a cuestas, nosotros seguiremos el nuestro sin guardar el más pequeño rencor contra el riowa porque es nuestro hermano.
Seguiremos cantando para sostener el equilibrio de la tierra no sólo para nosotros y nuestros hijos, también para él porque también la necesita.
En el corazón de los U’WA hay preocupación por los hijos del hombre blanco tanto como por el de los nuestros, porque sabemos que cuando los últimos indios y las últimas selvas estén cayendo, el destino de sus hijos y el de los nuestros, será uno solo. Si los U’WA podemos seguir nuestro camino no retendremos las aves que nacen y anidan en nuestro territorio. Ellas podrán visitar a su hermano blanco si así lo quieren. Tampoco retendremos el aire que nace en nuestras montañas, él podrá seguir tonificando la alegría de los niños blancos y nuestros ríos deberán partir de nuestras tierras tan limpios como llegaron, entonces la pureza de los ríos le hablará a los hombres de debajo de la tierra de nuestro perdón.
Cada vez que se extingue una especie el hombre se acerca su propia extinción, cada vez que se extingue un pueblo indígena no es tan solo una tribu que se extingue, es un miembro más de la gran familia humana que ha partido para siempre en un viaje sin retorno.
Cada especie extinta es una grave herida para la vida. El hombre reducirá la vida y entonces empezará la supervivencia... quizá antes la codicia se apiade de él y le permita ver la maravilla de un mundo y la grandeza de un universo que se extiende más allá del diámetro de una moneda.

lunes, 29 de octubre de 2018

LA UNITED FRUIT CO; POEMA DE PABLO NERUDA


Fanny Ortiz. 2018
fannyortiz997@gmail.com

No crean que voy a morirme, me pasa todo lo contrario, sucede que voy a vivirme, sucede que soy y que sigo. 
Estravagario. 1958


! Hola, qué tal! Hace poco ofrecí un curso sobre historia de América y he quedado con una pregunta dando vueltas en mi cabeza, ¿qué me hace ser Latinoamericano?. Tal parece que cuando se está ubicado en el cono sur, se es consciente todo el tiempo de la riqueza que es vivir en la diversidad, claro, se le vive desde la propia individualidad. En cualquier momento te puede asaltar la duda; qué es ser Latinoamericano? Ustedes contestarán, tener a Gabriel García Márquez, a Messi, un ex presidente como Pepe Mujica, o tal vez, una Evita Perón. Acaso un tino rebelde, a lo "Che" Guevara, se habrá filtrado por el subconsciente Latinoamericano? 

Yo creo que si no eres de acá o andas por otras latitudes, te preguntaras, cómo es qué ese "tino de rebeldía" puede ser propio a los Latinoamericanos; tú vas por la calle y puedes encontrar un chico de camiseta negra con la figura de "che" Guevara, te puedo preguntar un destino turístico soñado y sé que Machu Picchu, es una opción, escuchas en la radio algo así; "... A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación" y sientes que es tú canción. Si acompañas una marcha estudiantil, no tendrás ningún reparo en gritar !Yankee ... Go ... Home!  Tal cual hoy pasa con los memes, hay cosas que se quedan en el subconsciente, en este caso, en el imaginario y hasta el sentir de las personas. 

Hoy quiero realizar un ejercicio de conciencia social. Mira yo vivo en la parte de los Cerros Orientales de Bogotá, todavía se respira un aire muy puro, no es una selva tropical, claro está, lo que te da el medio son peras, manzanas y agua. Cuando inicie a trabajar con jóvenes, se me ocurrió enseñar un poco conciencia ambiental, por aquello de que las grandes multinacionales como coca - colo, se quieren apropiar del agua de nuestros páramos. Por esa época el TPP, -Tribunal Permanente de los Pueblos- sesionaba casos en Colombia, y se condenó a la compañía multinacional Chiquita Brands, que explotaba el banano, por tener vínculos con grupos paramilitares. Y bueno, yo entre en la pedagogía por el camino del asombro, pues los chicos, no saben cómo funcionan nuestros ecosistema de páramo, pero si,  qué es una multinacional y cómo opera. Es algo así, como si, trajeran en el subconsciente, un chip que les dice "con nuestros bananos nadie se mete". Por estos días los estudiantes de universidades públicas andan en paro y se ha vuelto común, corear la canción de "Prisioneros" mencionada atrás. Para muchos de estos jóvenes, este es el primer acercamiento a protesta social y lo hacen con una canción. No se, tal vez en cien años alguien analice los movimientos sociales de Latinoamerica a través de las letras de Prisioneros o Residentes.  

De cuando acá somos tan irreverentes, esa es la tarea de hoy. Para ello, quiero introducirlos a la poesía de Pablo Neruda (Premio Nobel de literatura, 1971) desde el poema United Fruit Co, que aparece en el libro: Canto General, publicado en 1950. Debo confesar que llegue a Neruda a través del proyecto de escritura para este blogger, claro, leí veinte poemas de amor y una canción desesperada y pues como no, lo consideré por mucho tiempo, como el poeta del amor. Escogí este poema porque es muy fácil ubicarlo en Internet. Pero sin dudar es Canto General la obra, que catapultara a Neruda como el poeta del pueblo. Como no soy experta en la literatura latinoamericana me valdré del poema mencionado, para acercarme al poeta comprometido.

El valor de esta obra, pienso yo, está dado por el hecho de marcar un antes y un después en cuanto a la lectura sobre lo Latinoamericano. Una lectura que tiene que ver con una conciencia social, un rechazo a la intromisión de los Estados Unidos sobre los países del sur, un rechazo a la presencia de multinacionales que obran a usanza de los recursos naturales y porque no, una consciencia anti imperialista. 

Pablo Neruda mencionó las "Repúblicas Banana" en su poema La United Fruit Co. El término fue acuñado en 1904 por el norteamericano O Henrry, apareció en la recopilación de cuentos cortos que compone la novela Cabbages and kings, (Coles y Reyes). Lo malo del asunto es que al mismísimo O Henrry, le copiaron lo de las "Repúblicas Banana", a la manera de un meme despectivo y grotesco que se hace viral. Se acuñó el término de forma peyorativa para señalar a los gobiernos de Centroamérica, como formas anquilosadas en el tiempo, una atopia de los malos gobiernos. 

El caso es que cuando aparece Canto General, el término "República Banana" adquiere otro sentido, claramente hay una voz muy acalorada y comprometida con el pasado americano y con América misma " ... Y Jehová repartió el mundo a Coca-Cola Inc; Anaconda, Ford Motors, y otras entidades" esa fuerza todo poderosa constituye al imperialismo norteamericano, que tiende sus tentáculos venenosos para corromper el fruto de la emancipación libertaria; las Repúblicas, bajo una figuras degradadas, " ... y sobre los muertos dormidos, sobre los héroes inquietos que conquistaron la grandeza, la libertad y las banderas, estableció la ópera bufa: enajenó los albedríos, regaló coronas de César, desenvainó la envidia, atrajo la dictadura" En cuanto a América, el poeta reivindica la ubicación privilegiada del centro, "la Compañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América" En sur y centro de América el término jugoso se asocia claramente con lo más rico, lo que tiene más sustancia, más vitamina, donde está la riqueza. Ese verso recoge entre líneas todo el pasado centroamericano, cuna de sociedades muy avanzadas; Mayas, Aztecas y Toltecas. La dulce cintura de América ingresa en la globalización dada su geografía tropical, pero en un juego desmedido y  desigual. 

Al rededor de Canto General se ha tejido toda una versión acerca del hombre de pueblo que es Neruda, dada su militancia en el Partido Comunista de su país, sabemos que se editó el poemario en 1950 por La Nación (México) y el mismo año en Chile apareció una versión clandestina, que algunos poemas se incorporan a ediciones posteriores, que no todos los poemas tienen una cronología dada por el autor, que Neruda organizo la compilación en la clandestinidad, en últimas, alrededor de la edición se cuentan una serie de vicisitudes propias a la labor editorial, cosa que, desde mi humilde opinión se exagera un poco.

La importancia de Canto General y en el caso particular del poema United Fruit Co, me atrevería a pensar que va más allá, acaricia directamente al subconsciente de los herederos de quienes protagonizaron el alumbramiento del precario mundo obrero latinoamericano y de una forma muy contundente se genera un imaginario, que dicta realizar una lectura ya no tan amable con el norte. La edición clandestina, o las penurias que vivió el autor en su propia clandestinidad, o haber despertado sensibilidad en  intelectuales como Gabriel García Márquez o Miguel Ángel Asturias, o haber sacado del anonimato una literatura de la explotación bananera, no hace a Neruda lo que hoy es, para este mundo sensible del trabajador y sus luchas. Neruda toca un subconsciente colectivo habido replicarle al norte  su rechazo a seguir siendo despensa de otros. En adelante el término República Banana se entenderá, no una forma de gobierno casi primitivo, sino un llamado de atención sobre la presencia del imperialismo norteamericano sobre los países del sur. 

Es imparagitable, que la figura de Neruda exaltó la literatura de la explotación bananera, muy desarrollada en la época, pero desconocida, así lo reconocía el escritor Carlos Luis Fallas o Calufa a propósito de la re-edición de libro Mamita Yunai, que se hizo en Chile, en 1949 “el soplo poderoso del gran poeta Pablo Neruda le echó a correr por el mundo”, hasta entonces su obra había pasado inadvertida en su propio país. Neruda abría leído Mamita Yunai, en 1940 a través del semanario Trabajo, órgano central del Partido Comunista de Costa Rica, al que Fallas pertenecía. No en vano elogiaría la obra con el poema Calero, trabajador del banano, "No te conozco, en las páginas de Fallas leí tú vida ...". Nuestro premio nobel Gabriel García Márquez tejería un Macondo imaginado y abruptamente irrumpido por una hojarasca, de trabajadores del banano en su novela  de 1950 y Miguel Ángel Asturias, nos pondría en contacto con un mundo ancestral, alterado por la presencia de multinacionales. Lo que no sabías Fallas era que el mundo de las letras, se nutriría también de este soplo poderoso.  

Aquí les dejo la transcripción del poema;   

LA UNITED FRUIT CO;

Cuando sonó la trompeta, estuvo 
todo preparado en la tierra, 
y Jehová repartió el mundo 
a Coca-Cola Inc., Anaconda, 
Ford Motors, y otras entidades: 
la Compañía Frutera Inc. 
se reservó lo más jugoso, 
la costa central de mi tierra, 
la dulce cintura de América. 
Bautizó de nuevo sus tierras 
como "Repúblicas Bananas", 
y sobre los muertos dormidos, 
sobre los héroes inquietos 
que conquistaron la grandeza, 
la libertad y las banderas, 
estableció la ópera bufa : 
enajenó los albedríos, 
regaló coronas de César, 
desenvainó la envidia, atrajo 
la dictadura de las moscas, 
moscas Trujillos, moscas Tachos, 
moscas Carías, moscas Martínez, 
moscas Ubico, moscas húmedas 
de sangre humilde y mermelada, 
moscas borrachas que zumban 
sobre las tumbas populares, 
moscas de circo, sabias moscas 
entendidas en tiranía. 
Entre las moscas sanguinarias 
la Frutera desembarca, 
arrasando el café y las frutas, 
en sus barcos que deslizaron 
como bandejas el tesoro 
de nuestras tierras sumergidas. 
Mientras tanto, por los abismos 
azucarados de los puertos, 
caían indios sepultados 
en el vapor de la mañana: 
un cuerpo rueda, una cosa 
sin nombre, un número caído, 
un racimo de fruta muerta 
derramada en el pudridero.



Pablo Neruda. 1950

El mercado. (Cuento)