Por: Fanny Ortiz.
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Laguna de Guatavita. Foto; Fanny Ortiz
¿Quién
no ha escuchado hablar del Dorado? Si eres extranjero tal vez llegues a
Colombia por el aeropuerto El Dorado y que forma de quedar conectado con el
antiguo territorio Muisca. Claro, no encontraras vestigios de una ciudad en
piedra, ni pirámides, pero te lo aseguro quedaras impregnado por una atmósfera de
imaginarios que te hablan de Bacatá, la antigua ciudad de barro y bareque que
dio paso a una leyenda.
Hoy
te invitó leer algunas notas escritas por conquistadores y cronistas para que reconocer el rastro de esta hermosa leyenda.
Lo
primero que diré es que El Dorado como referente geográfico, es una categoría que
se fue construyendo en el mismo sentido en que el mito se iba deconstruyendo.
Para el indígena, El Dorado era un príncipe soplado con polvo de oro. Una
leyenda nutrida con la fuerza de la tradición. De estas voces es que se nutren
las “noticias” de las que hablan los cronistas.
En
un principio el español perseguiría a este príncipe dorado, tal vez, con la
idea de encontrarle como una estatua de un oro macizo, pero no tardó mucho en
entender que había que buscarle en su morada. De ahí que rápidamente El Dorado
se convirtiera en un referente de la geografía del sur de América. Aquí una
cita de Fernando de Oviedo, cronista de esa época. (Edición de 1959)
“Preguntando yo por qué
causa llaman aquel príncipe el cacique o rey
dorado, dicen los españoles que en Quito han estado, que de lo que de esto se
ha entendido de los indios es que aquel gran señor o príncipe continuamente
anda cubierto de oro molido e tan menudo como sal molida. Porque le parece a él
que traer otro cualquier atavío es menos hermoso, e que ponerse piezas o armas
de oro labradas de martillo o estampas, o por otra manera, es grosería e cosa
común, e que otros señores o príncipes ricos las traen cuando quieren. Pero que
polvorizarse con oro es cosa peregrina, inusitada e nueva e más costosa, pues
lo que se pone un día por la mañana, se lo quita e lava en la noche, e se hecha
e pierde en tierra; e esto hace todos los días del mundo… Así que este cacique
o rey dicen los indios que es muy riquísimo e gran señor; e que con cierta goma
o licor que huele muy bien, se unta cada mañana, e sobre aquella unción asienta
e se pega el oro molido o tan menudo como conviene para lo que es dicho, e
queda toda su persona cubierta de oro desde la planta del pie hasta la cabeza,
e tan resplandeciente como suele quedar una pieza de oro labrada de mano de un
grande artífice”
Para
entender las palabras de Oviedo debes trasladarte al Perú que vio Francisco
de Pizarro. Después de dar muerte al Inca Atahualpa en Piura, expropiar sus
tesoros y someter el norte del Tahuantinsuyo, Pizarro plantea adentrarse a la
exploración de nuevas tierras, esto porque sus tropas fueron avisadas, que unos
príncipes habían huido llevando consigo grandes tesoros. Claro, el origen de
este testimonio es incierto.
La
cita de Aguado relata el asalto al Templo del Sogamoso o Templo del Sol, pero
al tiempo una incursión importantísima sobre el piedemonte de los Llanos
Orientales. Cosa que en una mente estratégica como la de Jiménez supondría
sería está la salida al Dorado por la cordillera Oriental.
¿Pero
cómo y cuándo se trasmitió semejante noticia? Es difícil de establecer. Los cronistas escribieron décadas después de
la llegada de los conquistadores y su fuente, muchas veces se basó en lo que escucharon
del indígena, salvo Oviedo, nombrado por Carlos V como primer cronista de
Indias. Este hombre no se adentró por las tierras suramericanas, pero recogió
en su obra lo que escuchó entre las huestes conquistadoras, sobre todo las de Pizarro.
Las palabras de Oviedo, citadas anteriormente se encuentran en la carta enviada al cardenal Pedro
Bembo, la cual se fecha así: “De esta
casa real fortaleza de la ciudad y puerto de Santo Domingo de la Isla Española,
a 20 de enero de 1543 años”.
En
internet encuentras que fue Belalcázar, miembro de la hueste de Pizarro quien
habla del Dorado para referirse al cacique de Guatavita. No es cierto, Oviedo
escribe lo que el indígena informó a las tropas conquistadoras, pero no establece la relación Dorado – Guatavita.
Es Fray Pedro Simón quien nos hablara de Guatavita. Oviedo asocia Dorado - Cacique cuando dice, “Preguntando yo por qué causa llaman aquel
príncipe el cacique o rey dorado” Cacique es un término del altiplano cundiboyacense,
es decir, Oviedo nos está diciendo que en el Perú se le aviso a la tropa de
Pizarro de la existencia de un país muy rico al norte, pero nada deja ver
qué ese príncipe fuera el cacique de Guatavita.
Oviedo,
habría escuchado sendas noticias en Santo Domingo, pues parece que la idea de
la existencia de un país en donde el príncipe era soplado con oro molido cada
cuanto, era tan importante como la noticia del jugoso botín logrado por Pizarro.
La
campaña de Belarcázar al territorio Muisca, se cuajó en la tropa de Pizarro. Otro
adentramiento importante fue el que logró Nicolás
de Federmán quien llegó a Bogotá por el
Oriente, pero fue Gonzalo Jiménez de Quesada quién pretendiendo el Perú,
conquistó estas tierras.
Ahora
bien, Belalcázar llegó a Bogotá en 1539 cuando ya Jiménez había asaltado los
templos de Somondoco, Tunja, Sogamoso, Duitama y Bacatá. Jiménez, quien había
salido de Santa Marta con la idea hallar el Perú, capturó un botín no menos
relevante que el de sus antecesores. En su primera expedición cambia su
bitácora en dos oportunidades, la primera a la altura de Barrancabermeja (Tora),
cuando decide adentrarse por la cordillera Oriental y en la segunda, a la
altura de Duitama porque presencia la magnitud de los Llanos.
Jiménez
no tardó mucho en preguntar por la salida a los Llanos y el indígena menos en lanzarlo
al valle de las miserias (Neiva) como una estrategia, para que el español no
continuara el saqueo de centros
ceremoniales como Tomza Hitcha Guia o laguna del señor de Guatavita. Los cronistas no revelan que Jiménez
supiera de Guatavita, pero sí de Manoa. De ahí, el afanoso cambio de ruta en su
primera expedición.
Jiménez
en vida no vio a Guatavita, tal vez, porque no fue de su interés. Asaltó,
secuestró y torturó, con la conciencia de
que el indígena mantenía una
relación especial con el agua. Así lo muestra la siguiente cita, tomada del
Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada, atribuido Jiménez. Más, en
su mente el Dorado, se relacionaba con la existencia de un lago salado y este
era Manoa, en la provincia de la Guyana.
“Tienen
muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no dejan
cortar un árbol ni tomar una poca de agua por todo el mundo. En estos bosques,
van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos, lo
cual está muy seguro que nadie tocará en ello, porque pensarían que luego se
habían de caer muertos; lo mismo es en lo de las lagunas, las que tienen
dedicadas para sus sacrificios, que van allí y echan mucho oro y piedras
preciosas que quedan pérdidas para siempre. Ellos tienen al sol y a la luna por
criadores de todas las cosas y creen de ellos que se juntan como marido y mujer
a tener sus ayuntamientos; además de
estos, tienen otra muchedumbre de ídolos los cuales tienen como nosotros acá a
los santos, para que rueguen al sol y a la luna por sus cosas; y así los
santuarios y templos de ellos está cada uno dedicado al nombre de cada ídolo;
además de estos ídolos de los templos, tiene cada indio, por pobre que sea, un
ídolo particular y 2 y 3 y más que es a la letra lo que en tiempo de gentiles
llamaban lares. Estos ídolos caseros son de oro muy fino y en lo hueco del
vientre muchas esmeraldas, según la calidad de que es el ídolo; y si el indio
está pobre que no tiene para tener ídolo de oro en su casa, tiénelo de palo y
en lo hueco de la barriga pone el oro y las esmeraldas que puede alcanzar;
estos ídolos caseros son pequeños y los mayores son como el codo a la mano”
Pero
qué tanto vio y escucho Jiménez sobre Tomza
Hitcha Guia. Nada, puesto que perseguía al unísono una voz; “Manoa”, que para
la época era muy mentado entre los pobladores de Margarita. De este sitio
escribe Oviedo para referirse a las palabras que los indígenas le expresaron a
Diego de Ordaz en Paria (Venezuela) en 1531, “que le habían dado entender que {más allá de la confluencia del
Caroní} era cosa muy rica y que se
descubrirían grandes secretos la tierra adentro por aquella vía”. Ese gran
secreto era Manoa, un lago de agua salada en donde participaba un gran señor, de
sendos y riquísimos rituales.
Aunque
la existencia de Manoa fue refutada en el siglo XIX, Investigaciones geológicas
recientes sugieren que un lago puede haber existido en el norte de Brasil, pero
que se secó en algún momento del siglo XVIII. Tanto "Manoa" (lengua
Arawak) y "Parima" (lengua caribe) se cree que significa "gran
lago".
Hoy
la fuente nos habla de la preocupación de Jiménez por buscar una salida al
Llano, en su afán por establecer la soñada Gobernación del Dorado. Así lo
cuentan los curas frailes que llagaron a Bogotá y Tunja.
Encontramos
esta cita de Fray Pedro Aguado quien en 1573 fue nombrado como provincial para
el convento de San Francisco en Bogotá, es decir, 35 años después de la llegada
de Jiménez, su fuente es el capitán Céspedes de esta tropa.
Céspedes
habría asaltado el templo de Sogamoso o Templo del Sol, seguramente Jiménez
vería como muy estratégico que en esta avanzada se le trajera noticias de la
Casa del Sol, de la cual, años más tarde Piedrahita aclara que era el sitio de preparación
de los jóvenes moxas. Esta distinción se establece muy bien en la revista
Maguare, del departamento de Antropología de la Universidad Nacional.
“El
Capitán Céspedes con dos guías que tenía, atravesó la cordillera y dio en el
valle y buhío de la Casa del Sol. Al que decían llamar de este nombre porque en
cierta culata alta tenían puestos unos platos, e patenas de oro que cuando el
sol les daba resplandecían y se bebían de muy lejos; y como el capitán Céspedes
y los que con él iban entrasen en el bohío y viesen las petacas puestas en lo
alto y liadas y atadas y de gran peso,
entendieron y creyeron verdadera- mente que lo que dentro estaba era oro” (Aguado. Edición de1916)
Más
tarde Fray Pedro
Simón relatando la bitácora de Antonio de Berrío, de 1584, es decir 64 años más
tarde del asalto al Templo del Sol, la cual retomaría la tercera y fallida
expedición de Jiménez al Dorado, habla con puntualidad del aviso que dieron los
Laches, sobre la existencia de la Casa del sol y distingue entre la Casa del
Sol y el Templo de Sogamoso. Los Laches, indígenas ribereños del piedemonte del
Casanare habrían mantenido el comercio de sal con los Muiscas. Esta condición
la vería como cosa favorable Jiménez.
“Tuvieron noticias ciertas
de algunos indios llamados los laches, había una casa de adoración tan rica y
abundante de oro y así en su fábrica. Por tener los pilares y paredes de ella cubiertos
de este metal, como de ofrecimientos que al se hacían que por excelencia la
llamaban la Casa del Sol, a donde acudían con ordinarias y ricas ofrendas todos
estos indios, de estas dos provincias de tierra fría como adoratorio común, y
tanto o más frecuentado que el Sogamoso, y tenido en la mesma o mayor veneración” (Simón. Edición de 1953)
Basándonos
en la frase que se le atribuye a Piedrahita, esta palabras referían un sitio
ceremonial ubicado en los llanos Orientales, donde sacerdotes Muiscas
preparaban a los jóvenes moxas, niños destinados para el sacrificio. “En la Casa del Sol o Templo de los Llanos
era donde se criaba a los Mojas o jóvenes que ofrecían en sacrificio al sol”
(Piedrahita. Edición de 1942).
Fray
Pedro Simón quien llega a Bogotá 66 años después de Jiménez y de quien es ya
conocido es un buen relator de los usos y costumbres indígenas, habla de
las lagunas de Guatavita,
Iguaque y el mito de la creación de la diosa Batchue.
Sobre la laguna de Guatavita su relato refiere la ubicación del sitio y aspectos de las creencias indígenas. Del relato que presentamos de Jiménez anteriormente se infiere que el adelantado escribe lo comentado, seguramente entre su tropa, es Fray Pedro Simón el primer occidental en ver Tomza Hitcha Guia.
Sobre la laguna de Guatavita su relato refiere la ubicación del sitio y aspectos de las creencias indígenas. Del relato que presentamos de Jiménez anteriormente se infiere que el adelantado escribe lo comentado, seguramente entre su tropa, es Fray Pedro Simón el primer occidental en ver Tomza Hitcha Guia.
En
partes el más frecuentado y famoso adoratorio fue la laguna que llaman de
Guatavita, que está una legua poco más del pueblo que así llamado. Esta laguna
tiene mil razones de las que los indios buscaban. Y el demonio pedía para hacer
en ella sus ofrecimientos. Porque está en la cumbre de unos muy altos cerros a
la parte del norte respecto del pueblo; causase de unas fuentezuelas o manantiales
que salen de lo alto del cerro que la sobrepuja. Que manaron por todos como un
brazo de agua. Que es la que de ordinario sale de la laguna a poco más. Aunque
puede ser que tenga otros manantiales dentro del agua. Que aunque no se ha
podido saber por ser tan profunda. La cual no tiene de ancho en redondo. Aunque
un poco más aovada más de un tiro largo de piedra; a la redonda subirá por
partes el cerro desde el agua. A otro tiro por lo más alto. Porque no están
parejas las cumbres. Que las cercan algunos árboles bajos. Como los consiente
la frialdad del páramo.
Laguna del cacique Guatavita.
Por Alexander von Humbdot en
1801.
También
habla de lo que vieron y escucharon los españoles en el pueblo de Iguaque, acerca
de la laguna del mismo nombre, la morada de Batchué;
"Síguese
también el levantar ídolos al muchacho que sacó Labaque de la laguna. De la
estatura y edad que tenía cuando salieron. Y fue esto de tanta veneración que
en alguna parte le hicieron estatua maciza de oro fino. Como la que tenía en el
mismo pueblo de Iguaque, viéndose por ventura más obligados a esto que a otros.
Por haber sido el pueblo y sitio donde se crio el muchacho. Se casó y comenzaron a tener hijos.
Su casa para las del Santuario. Que estaban cercadas de madera y fagina común. Cerca
que hacen estos indios a sus casas por la parte de fuera; aunque estas por la
de adentro tenían otra de maderos muy gruesos. Juntos unos con otros. Por las
puertas del cercado y buhíos tan flacas. Que no eran más que unas delgadas
cañas. Asidas con cordeles de cabuyas. Comenzando a mirar la primera casa donde
vio ofrendas al santuario. Y puestas por orden en barbacoas más de tres mil
mantas de algodón finas y bien hechas. En la segunda donde vido una inmensa
riqueza de oro fino en pedazos de barras. Tejos y cintillos de los que ellos
hacen sus ofrecimientos. Con figuras de hombres. Aves. Sierpes y otras
sabandijas. Algo de esto puesto en petacas sobre barbacoas. Y en adoretes entre
pajas. Pero lo que más le admiró fue una figura de un muchacho de hasta tres
años. Puesto en pie. De oro macizo. Y una piedra de moler maíz del tamaño de
las comunes que usan los indios. Que suelen pesar tres o cuatro arrobas. Con su
mano (que llaman) todo del mismo oro macizo. Como se echó de ver. (Simón.
1953: II: 280•281).
Termino
diciendo que la leyenda aunque nacida de un interés tan material como era
buscar ese Dorado, nos deja un gran acervo en cuanto a los que se refiere a nuestra identidad como colombianos, como cundinamarqueses y como bogotanos. Como dije al principio, es inevitable no sentir ese halo mágico que se respira por entre los rezagos de la Bacatá de nuestros ancestros.