sábado, 9 de noviembre de 2019

LEYENDA MUISCA DEL DORADO


Por: Fanny Ortiz.
fannyortiz997@gmail.com

Laguna de Guatavita. Foto; Fanny Ortiz

¿Quién no ha escuchado hablar del Dorado? Si eres extranjero tal vez llegues a Colombia por el aeropuerto El Dorado y que forma de quedar conectado con el antiguo territorio Muisca. Claro, no encontraras vestigios de una ciudad en piedra, ni pirámides, pero te lo aseguro quedaras impregnado por una atmósfera de imaginarios que te hablan de Bacatá, la antigua ciudad de barro y bareque que dio paso a una leyenda.

Hoy te invitó leer algunas notas escritas por conquistadores y cronistas para que reconocer el rastro de esta hermosa leyenda.

Lo primero que diré es que El Dorado como referente geográfico, es una categoría que se fue construyendo en el mismo sentido en que el mito se iba deconstruyendo. Para el indígena, El Dorado era un príncipe soplado con polvo de oro. Una leyenda nutrida con la fuerza de la tradición. De estas voces es que se nutren las “noticias” de las que hablan los cronistas.


En un principio el español perseguiría a este príncipe dorado, tal vez, con la idea de encontrarle como una estatua de un oro macizo, pero no tardó mucho en entender que había que buscarle en su morada. De ahí que rápidamente El Dorado se convirtiera en un referente de la geografía del sur de América. Aquí una cita de Fernando de Oviedo, cronista de esa época. (Edición de 1959)


“Preguntando yo por qué causa llaman aquel príncipe el cacique o rey dorado, dicen los españoles que en Quito han estado, que de lo que de esto se ha entendido de los indios es que aquel gran señor o príncipe continuamente anda cubierto de oro molido e tan menudo como sal molida. Porque le parece a él que traer otro cualquier atavío es menos hermoso, e que ponerse piezas o armas de oro labradas de martillo o estampas, o por otra manera, es grosería e cosa común, e que otros señores o príncipes ricos las traen cuando quieren. Pero que polvorizarse con oro es cosa peregrina, inusitada e nueva e más costosa, pues lo que se pone un día por la mañana, se lo quita e lava en la noche, e se hecha e pierde en tierra; e esto hace todos los días del mundo… Así que este cacique o rey dicen los indios que es muy riquísimo e gran señor; e que con cierta goma o licor que huele muy bien, se unta cada mañana, e sobre aquella unción asienta e se pega el oro molido o tan menudo como conviene para lo que es dicho, e queda toda su persona cubierta de oro desde la planta del pie hasta la cabeza, e tan resplandeciente como suele quedar una pieza de oro labrada de mano de un grande artífice”


Para entender las palabras de Oviedo debes trasladarte al Perú que vio Francisco de Pizarro. Después de dar muerte al Inca Atahualpa en Piura, expropiar sus tesoros y someter el norte del Tahuantinsuyo, Pizarro plantea adentrarse a la exploración de nuevas tierras, esto porque sus tropas fueron avisadas, que unos príncipes habían huido llevando consigo grandes tesoros. Claro, el origen de este testimonio es incierto.

¿Pero cómo y cuándo se trasmitió semejante noticia? Es difícil de establecer. Los cronistas escribieron décadas después de la llegada de los conquistadores y su fuente, muchas veces se basó en lo que escucharon del indígena, salvo Oviedo, nombrado por Carlos V como primer cronista de Indias. Este hombre no se adentró por las tierras suramericanas, pero recogió en su obra lo que escuchó entre las huestes conquistadoras, sobre todo las de Pizarro. Las palabras de Oviedo, citadas anteriormente se encuentran en la carta enviada al cardenal Pedro Bembo, la cual se fecha así: De esta casa real fortaleza de la ciudad y puerto de Santo Domingo de la Isla Española, a 20 de enero de 1543 años”.

En internet encuentras que fue Belalcázar, miembro de la hueste de Pizarro quien habla del Dorado para referirse al cacique de Guatavita. No es cierto, Oviedo escribe lo que el indígena informó a las tropas conquistadoras, pero  no establece la relación Dorado – Guatavita. Es Fray Pedro Simón quien nos hablara de Guatavita. Oviedo asocia Dorado - Cacique cuando dice, Preguntando yo por qué causa llaman aquel príncipe el cacique o rey doradoCacique es un término del altiplano cundiboyacense, es decir, Oviedo nos está diciendo que en el Perú se le aviso a la tropa de Pizarro de la existencia de un país muy rico al norte, pero nada deja ver qué ese príncipe fuera el cacique de Guatavita.

Oviedo, habría escuchado sendas noticias en Santo Domingo, pues parece que la idea de la existencia de un país en donde el príncipe era soplado con oro molido cada cuanto, era tan importante como la noticia del jugoso botín logrado por Pizarro.

La campaña de Belarcázar al territorio Muisca, se cuajó en la tropa de Pizarro. Otro adentramiento importante fue el que logró  Nicolás de Federmán quien  llegó a Bogotá por el Oriente, pero fue Gonzalo Jiménez de Quesada quién pretendiendo el Perú, conquistó estas tierras.

Ahora bien, Belalcázar llegó a Bogotá en 1539 cuando ya Jiménez había asaltado los templos de Somondoco, Tunja, Sogamoso, Duitama y Bacatá. Jiménez, quien había salido de Santa Marta con la idea hallar el Perú, capturó un botín no menos relevante que el de sus antecesores. En su primera expedición cambia su bitácora en dos oportunidades, la primera a la altura de Barrancabermeja (Tora), cuando decide adentrarse por la cordillera Oriental y en la segunda, a la altura de Duitama porque presencia la magnitud de los Llanos. 

Jiménez no tardó mucho en preguntar por la salida a los Llanos y el indígena menos en lanzarlo al valle de las miserias (Neiva) como una estrategia, para que el español no continuara el saqueo de centros ceremoniales como Tomza Hitcha Guia o laguna del señor de Guatavita. Los cronistas no revelan que Jiménez supiera de Guatavita, pero sí de Manoa. De ahí, el afanoso cambio de ruta en su primera expedición.

Jiménez en vida no vio a Guatavita, tal vez, porque no fue de su interés. Asaltó, secuestró y torturó, con la conciencia de que el indígena mantenía una relación especial con el agua. Así lo muestra la siguiente cita, tomada del Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada, atribuido Jiménez. Más, en su mente el Dorado, se relacionaba con la existencia de un lago salado y este era Manoa, en la provincia de la Guyana.

“Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no dejan cortar un árbol ni tomar una poca de agua por todo el mundo. En estos bosques, van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos, lo cual está muy seguro que nadie tocará en ello, porque pensarían que luego se habían de caer muertos; lo mismo es en lo de las lagunas, las que tienen dedicadas para sus sacrificios, que van allí y echan mucho oro y piedras preciosas que quedan pérdidas para siempre. Ellos tienen al sol y a la luna por criadores de todas las cosas y creen de ellos que se juntan como marido y mujer a tener sus ayuntamientos; además  de estos, tienen otra muchedumbre de ídolos los cuales tienen como nosotros acá a los santos, para que rueguen al sol y a la luna por sus cosas; y así los santuarios y templos de ellos está cada uno dedicado al nombre de cada ídolo; además de estos ídolos de los templos, tiene cada indio, por pobre que sea, un ídolo particular y 2 y 3 y más que es a la letra lo que en tiempo de gentiles llamaban lares. Estos ídolos caseros son de oro muy fino y en lo hueco del vientre muchas esmeraldas, según la calidad de que es el ídolo; y si el indio está pobre que no tiene para tener ídolo de oro en su casa, tiénelo de palo y en lo hueco de la barriga pone el oro y las esmeraldas que puede alcanzar; estos ídolos caseros son pequeños y los mayores son como el codo a la mano”


Pero qué tanto vio y escucho Jiménez sobre Tomza Hitcha Guia. Nada, puesto que perseguía al unísono una voz; “Manoa”, que para la época era muy mentado entre los pobladores de Margarita. De este sitio escribe Oviedo para referirse a las palabras que los indígenas le expresaron a Diego de Ordaz en Paria (Venezuela) en 1531, que le habían dado entender que {más allá de la confluencia del Caroní} era cosa muy rica y que se descubrirían grandes secretos la tierra adentro por aquella vía”. Ese gran secreto era Manoa, un lago de agua salada en donde participaba un gran señor, de sendos y riquísimos rituales.

Aunque la existencia de Manoa fue refutada en el siglo XIX, Investigaciones geológicas recientes sugieren que un lago puede haber existido en el norte de Brasil, pero que se secó en algún momento del siglo XVIII. Tanto "Manoa" (lengua Arawak) y "Parima" (lengua caribe) se cree que significa "gran lago".

Hoy la fuente nos habla de la preocupación de Jiménez por buscar una salida al Llano, en su afán por establecer la soñada Gobernación del Dorado. Así lo cuentan los curas frailes que llagaron a Bogotá y Tunja.

Encontramos esta cita de Fray Pedro Aguado quien en 1573 fue nombrado como provincial para el convento de San Francisco en Bogotá, es decir, 35 años después de la llegada de Jiménez, su fuente es el capitán Céspedes de esta tropa. 

Céspedes habría asaltado el templo de Sogamoso o Templo del Sol, seguramente Jiménez vería como muy estratégico que en esta avanzada se le trajera noticias de la Casa del Sol, de la cual, años más tarde Piedrahita aclara que era el sitio de preparación de los jóvenes moxas. Esta distinción se establece muy bien en la revista Maguare, del departamento de Antropología de la Universidad Nacional.

“El Capitán Céspedes con dos guías que tenía, atravesó la cordillera y dio en el valle y buhío de la Casa del Sol. Al que decían llamar de este nombre porque en cierta culata alta tenían puestos unos platos, e patenas de oro que cuando el sol les daba resplandecían y se bebían de muy lejos; y como el capitán Céspedes y los que con él iban entrasen en el bohío y viesen las petacas puestas en lo alto y liadas y  atadas y de gran peso, entendieron y creyeron verdadera- mente que lo que dentro estaba era oro” (Aguado. Edición de1916)

La cita de Aguado relata el asalto al Templo del Sogamoso o Templo del Sol, pero al tiempo una incursión importantísima sobre el piedemonte de los Llanos Orientales. Cosa que en una mente estratégica como la de Jiménez supondría sería está la salida al Dorado por la cordillera Oriental.

Más tarde Fray Pedro Simón relatando la bitácora de Antonio de Berrío, de 1584, es decir 64 años más tarde del asalto al Templo del Sol, la cual retomaría la tercera y fallida expedición de Jiménez al Dorado, habla con puntualidad del aviso que dieron los Laches, sobre la existencia de la Casa del sol y distingue entre la Casa del Sol y el Templo de Sogamoso. Los Laches, indígenas ribereños del piedemonte del Casanare habrían mantenido el comercio de sal con los Muiscas. Esta condición la vería como cosa  favorable Jiménez.


“Tuvieron noticias ciertas de algunos indios llamados los laches, había una casa de adoración tan rica y abundante de oro y así en su fábrica. Por tener los pilares y paredes de ella cubiertos de este metal, como de ofrecimientos que al se hacían que por excelencia la llamaban la Casa del Sol, a donde acudían con ordinarias y ricas ofrendas todos estos indios, de estas dos provincias de tierra fría como adoratorio común, y tanto o más frecuentado que el Sogamoso, y tenido en la mesma o mayor veneración” (Simón. Edición de 1953)


Basándonos en la frase que se le atribuye a Piedrahita, esta palabras referían un sitio ceremonial ubicado en los llanos Orientales, donde sacerdotes Muiscas preparaban a los jóvenes moxas, niños destinados para el sacrificio. En la Casa del Sol o Templo de los Llanos era donde se criaba a los Mojas o jóvenes que ofrecían en sacrificio al sol (Piedrahita. Edición de 1942).

Fray Pedro Simón quien llega a Bogotá 66 años después de Jiménez y de quien es ya conocido es un buen relator de los usos y costumbres indígenas, habla de las lagunas de Guatavita, Iguaque y el mito de la creación de la diosa Batchue. 

Sobre la laguna de Guatavita su relato refiere la ubicación del sitio y aspectos de las creencias indígenas. Del relato que presentamos de Jiménez anteriormente se infiere que el adelantado escribe lo comentado, seguramente entre su tropa, es Fray Pedro Simón el primer occidental en ver Tomza Hitcha Guia.

En partes el más frecuentado y famoso adoratorio fue la laguna que llaman de Guatavita, que está una legua poco más del pueblo que así llamado. Esta laguna tiene mil razones de las que los indios buscaban. Y el demonio pedía para hacer en ella sus ofrecimientos. Porque está en la cumbre de unos muy altos cerros a la parte del norte respecto del pueblo; causase de unas fuentezuelas o manantiales que salen de lo alto del cerro que la sobrepuja. Que manaron por todos como un brazo de agua. Que es la que de ordinario sale de la laguna a poco más. Aunque puede ser que tenga otros manantiales dentro del agua. Que aunque no se ha podido saber por ser tan profunda. La cual no tiene de ancho en redondo. Aunque un poco más aovada más de un tiro largo de piedra; a la redonda subirá por partes el cerro desde el agua. A otro tiro por lo más alto. Porque no están parejas las cumbres. Que las cercan algunos árboles bajos. Como los consiente la frialdad del páramo.

Laguna del cacique Guatavita.
Por Alexander von Humbdot en 1801.

También habla de lo que vieron y escucharon los españoles en el pueblo de Iguaque, acerca de la laguna del mismo nombre, la morada de Batchué;

"Síguese también el levantar ídolos al muchacho que sacó Labaque de la laguna. De la estatura y edad que tenía cuando salieron. Y fue esto de tanta veneración que en alguna parte le hicieron estatua maciza de oro fino. Como la que tenía en el mismo pueblo de Iguaque, viéndose por ventura más obligados a esto que a otros. Por haber sido el pueblo y sitio donde se crio el  muchacho. Se casó y comenzaron a tener hijos. Su casa para las del Santuario. Que estaban cercadas de madera y fagina común. Cerca que hacen estos indios a sus casas por la parte de fuera; aunque estas por la de adentro tenían otra de maderos muy gruesos. Juntos unos con otros. Por las puertas del cercado y buhíos tan flacas. Que no eran más que unas delgadas cañas. Asidas con cordeles de cabuyas. Comenzando a mirar la primera casa donde vio ofrendas al santuario. Y puestas por orden en barbacoas más de tres mil mantas de algodón finas y bien hechas. En la segunda donde vido una inmensa riqueza de oro fino en pedazos de barras. Tejos y cintillos de los que ellos hacen sus ofrecimientos. Con figuras de hombres. Aves. Sierpes y otras sabandijas. Algo de esto puesto en petacas sobre barbacoas. Y en adoretes entre pajas. Pero lo que más le admiró fue una figura de un muchacho de hasta tres años. Puesto en pie. De oro macizo. Y una piedra de moler maíz del tamaño de las comunes que usan los indios. Que suelen pesar tres o cuatro arrobas. Con su mano (que llaman) todo del mismo oro macizo. Como se echó de ver. (Simón. 1953: II: 280•281).

Termino diciendo que la leyenda aunque nacida de un interés tan material como era buscar ese Dorado, nos deja un gran acervo en cuanto a los que se refiere a nuestra identidad como colombianos, como cundinamarqueses y como bogotanos. Como dije al principio, es inevitable no sentir ese halo mágico que se respira por entre los rezagos de la Bacatá de nuestros ancestros. 



















































































































































































sábado, 31 de agosto de 2019

LAS PALABRAS MÁS RARAS DE LA VORÁGINE, LO QUE RIVERA TE HACE GOOGLEAR

Leer La Vorágine, puede ser todo un reto. Rivera, uso muchas expresiones propias de la región de la Orinoquia, lo que hace que la lectura resulte compleja. Además, la novela está escrita con un lenguaje antiguo y muy rico, típico del siglo XIX, lo que puede dificultar la comprensión, sobre todo para los lectores jóvenes. Por eso, este texto busca ayudarte a entender mejor esas palabras y disfrutar más la obra.

Al final, La Vorágine no es solo una historia sobre la selva y el caucho, sino también sobre el poder del lenguaje para arrastrarnos, atraparnos y hacernos parte de su furia. Si logras entender sus palabras, te habrás abierto paso entre la maleza. Y entonces ¡habrás sobrevivido a La Vorágine como lector!

Aquí te dejo un listado de 35 palabras que conservan el estilo y la riqueza del lenguaje Riveriano. Para definirlas me base en el Diccionario de la Real Academia española (RAE) procurando mantener su sentido original en el contexto de La Vorágine. Las líneas citadas provienen directamente del manuscrito, el cual, no siempre coincide con las versiones editadas en circulación.

Es importante destacar que el manuscrito se encuentra resguardado en el repositorio de la Biblioteca Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá. 

Abrevar: dar de beber, principalmente al ganado.

{…} Habianla llevado al pastoreo vespertino, de gramales profusos y charcas inmóviles, donde, al abrevarse, borraban con sus belfos la imagen de alguna estrella crepuscular {…}

Alazán: color marrón claro con un tono rojo, como el de la canela.
{…} Y sin esperar que le respondiera, miedoso de la perrada, saltó a la grupa de mi alazán, abrazándome {…}

Apear: desmontar o bajar a alguien de una caballería, de un carruaje o de un automóvil.
{…} El hombre apeándose a corta distancia avanzó con un bastoncillo tírales en la mano {...}

Áulicos: de la corte o el entorno humano de palacio, o relacionado con ellos.
{…} les vendían licor los áulicos de Barrera {…}

Azoque: acción y efecto de azocar las pajas del sombrero de jipijapa.
{…} Piensen ustedes que yo temblaba como azoque {...}

Azorar: dicho de un azor: asustar, perseguir o alcanzar a otras aves.
{…} El peón que envié a Bogotá a caza de noticias, me las trajo azorantes {...}

Bagatelas: cosa o asunto de poco o ningún valor, insignificante, de escasa importancia.

{…} Así fueron comprando bagatelas por dos o tres pesos {…} 

Batahola: bulla, ruido grande.
{…} Desperté con desmayada dolencia a los gritos que daba el dueño del hato, reprendiendo a la peonada indolente que no quiso salvarlo de la batahola {…}

Birlar: hurtar algo sin intimidación y con disimulo.
{…} Alarmado el vejete ante el riesgo de que le birlara la prenda, multiplicó las cuantiosas dadivas y estrechó el asedio {…}

Camorra: bronca, pelea.
{…} Nada, si más hay camorra, porque el guate los amenazó, cachi blanco en mano {…}

Cataplasma: tópico de consistencia blanda, que se aplica para varios efectos medicinales, y más particularmente el que es calmante o emoliente.
{…} La lavaron en aguardiente y antes de extenderle la cataplasma, el viejo, con unción ritual exclamo: pongan fé porque la voy a rezá {…}

Cuadril: cadera, parte saliente de la pelvis.
{…} La niña Griselda pasó (a=una vez) cerca de mi chinchorro y con mano cómplice la cogí del cuadril {…}

Estulticia: necesidad, tontería.
{…} Acaso por irreflexivo consentimiento del público que me contagiaba su estulticia {…}

Fofas: que es blando, sin consistencia ni tersura.
{…} Admirado yo, observaba al hombruco, de color terroso, mejillas fofas y amoratados labios {...}

Fullero: que hace fullerías. Adj mentiroso.
 {…} -Mamá, dijo, ¿cuál fue el fullero que llevó al hato el chisme de la mercancía? {…}

Glauco: dj. Dicho de un color: verde claro.
{…} Hasta tuve deseos de confinarme para siempre en esas llanuras fascinadoras, viviendo con Alicia en una casa risueña, que levantaría con mis propias manos a la orilla de un caño de aguas opacas, o en cualquiera de esas colinas minúsculas y verdes donde hay un pozo glauco al lado de una palmera yesca {…}

Grima: desazón, disgusto.
{…} Seducían ahora tantas cosas en Casanare que daba grima pensar en lo que llegaría a convertirse esa privilegiada tierra {…}

Himplar: intr. Dicho de una onza o de una pantera: Emitir su voz natural.
{…} Y otra vez nos alejamos por el desierto oscuro, donde comenzaban a himplar las panteras {…}

Ijada: cualquiera de las dos cavidades simétricamente colocadas entre las costillas falsas y los huesos de las caderas.
{…} Y de los ijares convulso, del polvo pisoteado y de los relinchos rebeldes ascendía un halito equívoco de alegría, de fuerza y brutalidad {...}
{…} Franco sentosele  en el ijar y cogiéndolo por la cabeza le dobló el cuello sobre la espalda {…}

Libérrimo: adj, ant de libre (Página 2)
{…} seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas {…}

La Vorágine. Manuscrito. BNC 


Mohín: mueca o gesto
{…} La niña Griselda con mohín amargo permaneció muda {…}



La Vorágine. Manuscrito. BNC 

Nimbo: disco luminoso de la cabeza de las imágenes religiosas.
{…} Cuando la conocí me dio la impresión de una niña apasionada y ligera. Ahora llevaba el nimbo de su pesadumbre digna y sombríadamente {…}

Piélago: zona del mar que comprende prácticamente su totalidad, a excepción de las orillas y el fondo.
{…} Idiotizado contemplaba el piélago asolador sin darme cata del peligro; mas cuando vi que Franco se alejaba de aquellos lares maldiciendo la vida, clamé que nos arrojáramos a las llamas {…}

Quídam: sujeto despreciable y de poco valor, cuyo nombre se ignora o se quiere omitir.
{…} Era un quídam semicano y rechoncho vestido de kaki, de bigotes ariscos y vinosa catadura {…}

La Vorágine. Manuscrito. BNC 


Refocilar: dicho propiamente de algo que calienta y da vigor.
{…} En el caney los vaqueros vigilaban amarrados sobre perchas, los gallos de riña, y en el suelo refocilábanse perros y lechones {…}


Remolón: que intenta evitar el trabajo o la realización de alguna otra cosa.
{…} ella en achaques de botá el anzuelo anda remolona con la curiara {…}

Samán: árbol americano de la familia de las mimosáceas muy corpulento y robusto.
{…} Los hombres se apearon y con las mismas cerdas que les servían de rendaje amarraron los trotones bajo el samán {…}

Vahído: desvanecimiento, turbación breve del sentido por alguna indisposición.
{…} Presa del pánico Alicia se reclinó temblorosa bajo el mosquitero tuvo vahídos pero aplacó las náuseas {…}

Vesánico: demencia, locura, furia.
{…} Luego  en el delirio vesánico me eché a reír {...}

Tasajo: 1. Pedazo de carne seco y salado o asesinado para que se conserve. 2. Tajada de cualquier carne, pescado e incluso fruta.
{…} Sentábase en el chinchorro a mascar tabaco, royéndolo de una rosca que parecía tasajo reseco, e inundaba el piso de salivazos {…}

Trémulo: que tiembla.
{…} más el anciano inexorable y esquivo se retiraría a sus aposentos, trémulo de emoción {...}


Las palabras también son selváticas y entenderlas es el primer paso para no perderse en ellas. Si este artículo te ayudó a entender mejor La Vorágine, te invito a seguir explorando conmigo. Suscríbete al blog, comparte si te gustó y no olvides: cada libro es una aventura que empieza con una palabra. 😤


sábado, 18 de mayo de 2019

DEJEN EN PAZ LOS HUESITOS DEL LIBERTADOR

-¡Que espantoso fracaso el del comunismo: gente pasando hambre ante tiendas vacías ¡
-Es cierto; un triste fracaso. ¿Pero qué dices del capitalismo? ¡Gente pasando hambre frente a tiendas llenas!
Jaume Perich

Por: Fanny Ortiz
fannyortiz997@gmail.com



Hola a todos, quiero responder una pregunta aparentemente sencilla. ¿Por qué los restos de Simón Bolívar reposan en Venezuela si murió en Santa Marta? Puede que la respuesta sea obvia. Simón Bolívar era oriundo de Venezuela, acaso no es justo que sus restos reposaran en el hermano país. Al menos es lo que se concluye si se lee su testamento, pero alrededor de éste documento hay discrepancia. Aunque no me detendré en esta discusión yo prefiero agarrarme de la duda, ¿realmente el testamento recoge las palabras moribundas de Simón Bolívar?

La primera pregunta que propongo no es ingenua, salió de un salón de clase, la hizo un joven de no más de quince años. Y bueno, si ellos preguntan cómo es el proceso creativo de la escritura de Avangger, o de Cien Años de Soledad, entiendo que cuando hablan de Bolívar me están preguntando por el Bolívar de hoy, el Bolívar de las salas de cine, el de NETFLIX, el heroico, el libertador. Sí, creo que este es el Bolívar de nuestros jóvenes.


No me malinterpreten, mi ánimo no es avivar la candente política del sur, ni mucho menos, pero acaso no nos encontramos hoy pensando y revisando nuestra historia, como respuesta a lo que pasa en la región. Es que somos hijos de nuestro tiempo, no lo olvidemos. Doy un ejemplo, hace poco escuché en la calle a una persona venezolana, quien pasaba por La Caracas, no Caracas, Venezuela, por la Avenida Caracas de Bogotá, lo escuche decirle a otro ¿viste el Bolívar? No se refería al precio del bolívar, se refería a la estatua del Bolívar, que está ubicada en la plaza central de Bogotá, la plaza Simón Bolívar, que amaneció pintada. Esas palabras hicieron tránsito en mi mente, me trasladaron al salón de clase, a la pregunta de mi estudiante y me llevaron por la reflexión que quiero compartir con ustedes. ¿De qué Bolívar es qué estamos hablando exactamente? Porque el Bolívar que nos enseñaron en la escuela, el Bolívar que aprendieron nuestros padres, dista mucho, del Bolívar histórico y del Bolívar historiado. Una de dos, Bolívar está de moda o el venezolano aquel anda muy perdido.

Pero volvamos al salón de clase, como hijos de esta época, del internet y el celular, nuestros muchachos no tragan tan entero. Muchos de mis estudiantes venezolanos son sensibles al tema, con todo y esto, me arriesgo a postular; el Bolívar que reconocen estos jóvenes y el que seguramente reconocerán sus hijos, en buena parte es el Bolívar que se reescribió, en nuestra querida pero maltratada Venezuela. Ese será el tema de hoy.

En 2010 Venezuela celebraba el centenario de la lucha por la independencia. Por entonces nos llegaba alguito de información sobre lo que pasaba en el hermano país, claro, desde el lente de los canales oficiales colombianos. Recuerdo haber visto a un Hugo Chávez un tanto utópico con un libro en la mano, hablando de Bolívar y meses más tarde, la imagen del rostro del Bolívar reconstruida con tecnología 3D, como telón de fondo de un presidente bolivariano, hablando de la hazaña de haber aplicado la prueba de ADN a los restos de Bolívar.

No era para menos, en Venezuela, se había realizado una exhumación de carácter científico. Digamos de paso, que el fallecido presidente, tenía la firme intención de mostrar el magnicidio del héroe de la patria y que en vida, tuvo que tragarse muchas de sus presunciones, por ejemplo; la del supuesto fusilamiento, pero seamos justos, hay que abonarle una tremendísima campaña de apropiación de la memoria histórica de los venezolanos.

Dicha “apropiación” fue inspirada por las no muy desinteresadas intenciones ideológicas del régimen. Me explico; a mi manera de ver se realizaron cuatro acciones encaminadas hacia la recuperación, pero con  alto sentido ideológico. Primero; se trasladó el Archivo General de la Nación “Francisco de Miranda” de la antigua edificación de la calle de las carmelitas a un complejo cultural, con capacidad y dotación moderna, se descentralizó la tenencia del patrimonio, puesto que muchas de estas existencias reposaban en academias tradicionales y otras en arcas sagradas de familias muy influyentes. 

Gracias a esto hoy se puede consultar por internet los archivos del libertador y esperamos que estén prestos los archivos de Francisco de Miranda, precisamente rescatados de las academias tradicionales. Casi 12. 128 existencias están al alcance del público, aunque sea, la transcripción y traducción del inglés al español. Lo digo así, pues me ilusionó la idea de leer y reconocer desde su grafía al libertador, pero solo pude leerle desde la transcripción.

Quiero decir de paso, que en el desarrollo del objetivo de este blogger, he podido acceder a documentación histórica, pues ha sido voluntad de las instituciones que custodian dar a conocer a través sus motores de búsqueda, el patrimonio para el ciudadano del común.  Lástima que no pase así con el archivo del libertador. Es loable la idea de un catálogo digital, pues agiliza la búsqueda, pero, es responsabilidad de los gobiernos democratizar el total acceso al patrimonio. Aunque no encontraran los manuscritos, les dejo la dirección del sitio, para la consulta.



Segundo; el 3 de julio del 2010, se realizó un despliegue de actividades culturales homenaje a Manuela Sáenz. Los expresidentes Hugo Chávez y Rafael Correa, exhortaron sendos discursos, después del traslado simbólico de una cárcava desde el puerto de Paita (Perú) sitio donde falleció, en 1856, la heroína. La caja contenía tierra paiteña y quedó reposando a un lado del sarcófago de Bolívar.

El traslado de la caja tuvo amplio cubrimiento por los canales oficiales. Se creó un ambiente pro-régimen para un pueblo, tal vez, no tan convencido del camino bolivariano. Lo importante del acto me parece a mí, es la re-lectura acerca de Manuela Sáenz. Ya no de Manuelita, -como nos enseñaron a decirle en Colombia- ni de doña Manuela, es más, eso de “libertadora del libertador”, parecía cosa de un pasado, ahora teñido por un limbo de acontecimientos históricos, que se trasmitían por los medios de comunicación como algo inconcluso o como parte de lo que se vivía para entonces en Venezuela. A Manuela Sáenz, se le reconoce con honores militares y el rango de “Generalísima” en el discurso chavista.


Tercero; el régimen aprovechó el poder de los medios para tejer una verdad y trasladarla al ámbito de lo simbólico. Se le dio al Bolívar un nuevo rostro y un nuevo significado. Fue así, que el domingo 18 de julio, los venezolanos amanecerían pegados del canal oficial viendo apartes de la exhumación. Muy a las ocho de la mañana, Hugo Chávez, se dirigió al pueblo y relató, en tono religioso el paso a paso de la apertura del sarcófago. La exhumación se realizó en la noche del jueves 15 y en la madrugada del viernes, el presidente  twitteó dos veces sobre lo ocurrido en el panteón. 

A estos huesitos se le realizaron pruebas de ADN que fueron confrontadas con la osamenta de las hermanas de Bolívar, María Antonia y Juana, restos que a su vez, darían 99, 9 % compatible con la descendencia de las mujeres. Se demostró científicamente la relación entre Bolívar y sus hermanas. Para nadie es desconocida la imagen del rostro del Bolívar reconstruido con arqueología virtual, que acompañaría en adelante los discursos de Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. Estoy de acuerdo con la descripción que proponen en: Arqueología y Patrimonio Virtual “La mirada soñadora y elevada, el inmaculado peinado y la potencia del rostro, muestran un buscado idealismo que tiene mucho que ver con la figura simbólica e ideológica que se estaba representando por encargo de la Revolución Bolivariana”.


Reconstrucción facial de Simón Bolívar. Realizada por Philippe Froesch. 2012 


Ahora entiendo porque la expresión de mi estudiante denotaba cierta molestia, el hombre murió en territorio colombiano, acaso, no debería tener por morada la catedral de San Pedro Alejandrino? Claro que sí, pero la precaria República dividida y convulsionada quedó en bandeja de plata para los intereses políticos. En ese momento fue  importante el quién y no qué se resguardaba. Algo así, pasaba en 2010, bueno, no voy a decir, que trasladar tierra constituya una intromisión a la soberanía, pero si hay un halo de supremacía en un discurso apologético, que por demás, tiene muchas incongruencias desde el punto de vista de la historia. Se cuenta un Bolívar revolucionario, por mandato de una Revolución, que se hace llamar Bolivariana.

Cuarto; se adelantó una tarea a todas luces, titánica por rescatar de La Carraca los restos de Francisco de Miranda. A esta tareíta se le puso plazo hasta el bicentenario de la batalla de Carabobo, es decir, en 1924. La intención de Hugo Chávez sería la de repatriar estos restos. Tarea no tan fácil, dado que Francisco de Miranda murió en esta cárcel y su cadáver hace parte de una fosa común entre centenares de otras osamentas. Lla tarea consta de  comparar el ADN de cada hueso de La Carraca, con los restos de Leandro Miranda, hijo del prócer. Restos ya exhumados en París, por mandato del régimen. En un mundo en que cada vez, los gobiernos hacen conciencia de la importancia simbólica del patrimonio, esta repatriación haría justicia, no solo a los venezolanos, sino a la totalidad de los Americanos del Sur y Centro. 

Para concluir, el discurso chavista alrededor del bicentenario no deja de sonar  autoritarito y totalitarista, muchas veces, incongruente con el discurso historiográfico. A parte, se trasladó al plano de las ideas, figuras emblemáticas de la Revolución del siglo XIX, que se habían quedado en el olvido, para re significarlas como parte de un proceso que se vivía en la Venezuela de la primera década del siglo XX. La figura de Simón Bolívar deja de ser “El Libertador” y pasa a ser “El Revolucionario”. Como se muestra en la película de Alberto Arvelo creada en pleno auge del nacionalismo venezolano. Francisco de Miranda “El Generalísimo” sale de la ultratumba como notable estratega y político, aunque una dignidad muy merecida, ser el pensador de América, se quedó enterrada en La Carraca. Manuela Sáenz “La Generalísima”, ostenta el muy merecido rango militar, pero en suelo nuevo, nada lejos del machismo decimonónico, ser  madre de la patria, es un honor relegado, como relegada queda la cárcava de tierra paiteña. 


Sobre la figura de Manuela Sáenz yo diría que aunque murió exiliada, relegada y disminuida como mujer y en el nuevo panteón de figuras emblemáticas de la Revolución Bolivariana se le deja a un lado del sarcófago de Simón Bolívar, su figura es otra, si se lee, desde la película de Diego Risquez, realizar en período chavista. Se cuenta a una Manuela longeva, quien desde las penurias de una silla de ruedas tiene episodios de lucidez, que logra por las lecturas de las cartas de Simón. Desde una silla de ruedas, Risquez, la ubica como una mujer llena de sentimientos y pasiones, pero sobre todo, poseedora de la verdad sobre lo que pasó. Las lecturas de las cartas de Simón logran trasladarla en el tiempo y contar episodios de la historia. Se recuerda a sí misma, como la mujer valiente, madura, determinada y arriesgada que desafió los esquemas de una sociedad tradicional. 

Finalizo diciendo que este 24 de junio paso de agache para los venezolanos, con un pueblo maltratado y con hambre otros vientos deben soplar. Ojalá y no se cumpla la sentencia del caricaturista español Jaume Perich, con el que inicio este escrito.

-¡Que espantoso fracaso el del comunismo: gente pasando hambre ante tiendas vacías¡

-En cierto; un triste fracaso. ¿Pero qué dices del capitalismo? ¡Gente pasando hambre frente a tiendas llenas!

Seguramente mis estudiantes venezolanos lo entenderán. Entre tanto, nosotros los que estamos en esta labor de trasmitir algo de nuestro pasado a las nuevas generaciones, enseñaremos con más certezas cómo murieron nuestros héroes patrios y daremos otro significado a estas figuras tan emblemáticas. 





miércoles, 6 de marzo de 2019

LEYENDA DE LOS MATACHINES

Miguel Ángel Asturias.

Entre las cuatro grutas sin salida, la del viento, caverna agujereada, la de la tempestad, socavón de fuego y tambor de trueno, la de los despeñaderos de aguas subterráneas, cueva de cristalerías, la de los ecos, axila de guacamayas azules; entre las cuatro grutas sin salida, el llueve pies y pies y pies alucinantes de Tamachín y Chitanam, Matachines de Machitán.

—¡No murió! ¡No murió...! —Gritaban los Matachines yendo de una gruta en otra a perder sus voces.

¡No murió! ¡No murió...! —cada vez más recio el llueve pies y pies y pies de su danza frenética—.

¡Y si murió... —blandían los machetes—, si murió, lo tenemos jurado, moriremos nosotros, Matachines de Machitán!

Temerarios, lluviosos de amuletos, enlagrimados de vidrios, lágrimas de colores, cubiertos de tatuajes embriagadores pintados con sustancias que se sorbían a través de la piel, llevaban sus cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, negando, negando que hubiera muerto,  negándolo con la oscilación de dos péndulos sincronizados, ¡no! ¡no! ¡no!, mientras arreciaba el llueve pies y pies y pies de su danza suicida.

—¡No murió! ¡No murió...! —las cabezas de un lado a otro, de un hombro a otro, ya no péndulos, badajos enloquecidos de campanas tocando rebato, resonantes las tobilleras de cuero de retumbo, tempestuosos sus brazaletes de metal de trueno, duros para golpear la tierra y que la tierra oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —duros para golpear el cielo y que el cielo oyera—. ¡No murió! ¡No murió! —la tierra con los talones, lluvia de pies y pies y pies, y el cielo con sus gritos.

Y si hubiera muerto... —no, no, no...— lluvia de pies y pies y pies, seguía su danza, si hubiera muerto, lo tenían jurado, jurado con sangre, Tamachín mataría a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán. Matachines al fin.

Y si no cumplían, si no escampaba el llueve pies y pies y pies de su danza, el latigueo de sus cabezas que negaban y negaban que hubiera muerto, si no cumplían, si Tamachín no mataba a Chitanam y Chitanam a Tamachín, en la plaza de Machitán, la tierra abriría sus fauces y se los tragaría.

Lluvia de pies y pies y’ pies... seguían danzando... danzar o morir... pies y pies y pies... las cabezas en vaivén... pies y pies y pies... en vaivén las ajorcas de gusanos de luz... en vaivén las quetzal picaduras que guardaban sus sienes sudorosas... en vaivén la tierra que cuereaban cada vez más duro... pies y pies y pies... en vaivén el cielo que golpeaban con sus manos de tempestades empuñadas...

Danzar o morir... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... danzar o matarse... lo jurado, jurado... Una estrella-anda-sola se desprendió del cielo parpadeante y se deshizo en polvito luminoso antes de llegar a los últimos celajes de la tarde derramada como sangre alrededor de los Matachines que seguían danzando, negando.

Se salvarían. Levantaron los machetes para saludar a la desaparecida anda-sola. Podían romper el juramento que los ataba y dejar el llueve pies y pies y pies con que machacaban la distancia de la vida a la muerte, en la más rabiosa de las danzas.

Romperlo, no. Esa anda-sola que rayó el cielo convertida al caer en rápida lagartija que corría a ras del agua, les anunciaba que podían desatarlo, sin cortarse de la nariz la flor del aire.

¿Desatar su juramento?

Invocaron el favor del viento, pero nadie contestó, en la gruta agujereada, nadie en la gruta de los tambores de la tempestad, nadie en los despeñaderos de aguas subterráneas ni en la axila de las guacamayas azules.

Sólo se oía la lluvia de las gotas caídas de las hojas, esa lluvia que las nubes depositan en las copas de los árboles, para que llueva después del aguacero. Y esas gotas hablaban.

Debían ir muy lejos a desatar su juramento. Allá donde van y vienen los que van y vienen sin saber que van y vienen. Eso que llaman las ciudades. En una de estas ciudades preguntar por la casa de la Pita-Loca, llena de mujeres y escoger a la que tuviera el mañana en los ojos el hoy en los labios y el ayer en los oídos. Dejaron el llueve pies y pies y pies de su danza suicida, pies más en el aire que en la tierra, tocar la tierra era para ellos palpar la muerte, y empezó el llueve pies y pies y pies de los caminos. El tiempo de enfundar sus machetes en la vaina de las cabalidades. Cabal, machete, solo en tu vaina. Pero, cómo reconocerían la casa de la Pita-Loca. No era difícil. Por las falomas que ostentaba en puertas y ventanas, marcadas a fuego con yerro de herrar bestias.

Del llueve pies y pies y pies de su danza suicida al llueve pies y pies y pies de los caminos. Huían negando que hubiera muerto. Pero de quién huían si iban juntos. Tamachín con Chitanam, ¿Chitanam huyendo de Tamachín? Chitanam con Tamachín, ¿Tamachín huyendo de Chitanam? lluvia de pies y pies y pies a lo largo de noches de alta mortandad de estrellas, a través de bosques de inmensa mortandad de seres, dejando atrás soles e inviernos, mortandad de nubes, por momentos esperanzados, abatidos otros, temerosos siempre de no dar con la casa de la Pita-Loca y menos con esa mujer de ayer, hoy y mañana, y que aquella demencial carrera... pies y pies y pies... pies y pies y pies... terminará en la plaza de Machitán, en un duelo a punta y filo de machete, en que los dos tendrían que matarse, matachines al fin, a los gritos de ¡Tamachín-chin-chin, matachín! ¡Chitanam-tam-tam, Machitán! ...

— ¡Luces! ¡Luces... —gritó Chitanam.

Tamachín lo confirmó al asomar entre niebla de frio caliente a lo alto de un cerro, añadiendo:

—No son luces, son los pies iluminados de la ciudad... andan, corren, se juntan, se separan...

— Esperaremos el día — propuso Chitanam, pronto a sentarse, en una piedra.

— No podemos esperar —advirtió Tamachín—, si murió no; podemos esperar...

—Ganar tiempo...

—Contra la muerte no se puede ganar tiempo, vamos...

—¡Y ser todos los demás que soy!... —se quejó Chitanam y sin soltar el paso— : ¡La noche encendida, los dioses encendidos, podrían cantar, reír, doblar los dedos o lanzarlos como agujas de brújulas con uñas hacia la casa de la Pita-Loca!

El pinta-pájaros, pinta-nubes, pinta-cielos, pinta-todo —pedazos de aurora... pedazos de sueño...

— les sorprendió en la ciudad que despertaba sobre cientos, miles, millones de pies y pies y pies.

Tantas gentes van y vienen, vienen y van, sin saber si van o vienen, que es más lo que se mueve que lo que hay fijo en las ciudades. Pies y pies y pies, los de todos y los de ellos que por calles y plazas buscaban la casa de la Pita-Loca.

Y a llegar iban, a la vista las falomas de sus puertas y ventanas, cuando .les sorprendió el paso de un entierro. 

Sin consultarse, casi instintivamente, agregáronse al conejo y siguieron tras el féretro hasta el cementerio, silenciosos, compungidos, no sabiendo cómo esconder los machetes, la cabeza de un lado a otro sobre cóndilos recónditos para negar la muerte.

Al concluir el sepulturero su faena, caláronse los sombreros y a la calle. Debían llegar lo antes posible a la casa de la Pita-Loca en busca de aquella que tenía labios untados de presente, música antigua en los oídos y ebriedad de futuro en las pupilas.  Pero de la puerta del cementerio se regresaron. Otro entierro... y otro... y otro. Esa  mañana se les pasó enterrando gentes. No podían evitarlo, sustraerse a su naturaleza que les empujaba a seguirlos cortejos fúnebres al paso de los enlutados deudos, sin dejar de repetir, la cabeza de un lado a otro: no murió... no murió...

Qué hacer... Huyeron del cementerio a través de un barranco. Buscarían llegar a la casa de la Pita-Loca por una calle poco frecuentada o mal frecuentada, por donde nadie querría que pasara su muerto.

Pero criando ya tocaban fondo en aquella inmensa olla de árboles y peñascos, helechos, orquídeas, reptiles, en un recodo de la vereda que corría al par de un riachuelo por un lodazal de luto, encontraron un grupo de campesinos que subían con el blanco ataúd de una doncella. Y allá van los Matachines de regreso, con el corazón que se les salía contemplando aquel estuche de nieve que encerraba el cuerpo de una virgen. En el jadeó de la cuesta, silencio de pájaros y hojas se les oía repetir, si casi lo decían con la respiración... no murió... no murió...

Esperaron que anocheciera. De noche no hay entierros. Inexplicable. Un cigarrillo tras otro. Inexplicable. Estupidez municipal. Llevar uno su muerto chocando contra la luz del día cuando sería más íntimo cruzar la ciudad a medianoche, entre las luces de las calles en procesión de cirios o de antorchas, el silencio majestuoso de las plazas y el recogimiento de las casas cerradas.

La casa de la Pita-Loca, desván de mujeres que se ofrecían en los espejos, apenas formas de humo de tabaco, fantasmas de carne y pelo color de yema de huevo por las luces amarillentas, uñas de escama de pescado y cejas postizas, anzuelos que al no pescar goteaban llanto, estaba llena de borrachos que hacían combinaciones enigmáticas de apetitos y caprichos, hasta encontrar, si no el ideal de su tipo femenino, el que más se acercaba a su deseo. Todas tenían un pasado vivido y un pasado remoto de diosas, sirenas, madonas... como hacerle fondo de ojo al mar... lo propio en la mujer es el mundo pretérito e en que vive y que a veces disimula, aventura del disfraz, con el traje que la vista de presente.

La mujer que buscaban los Matachines en casa de la Pita-Loca, Tamachín se adelantó a Chitanam, Chitanam a Tamachín y al fin entraron juntos, arrebatándose la palabra para describirla, decía tener música antigua en los oídos, pero sólo en los oídos, reír, hablar y besar en presente, a pesar de ser vieja toda dentadura de marfil, y foguear sus pupilas hasta limpiarlas de lo cotidiano para ver el mañana.

La Pita-Loca, oropendientes en las orejas, masapanes de perlas en el pecho, dedos encarcelados en anillos de piedras de colores, verdes, rojas, amarillas, violetas, negras, azules, tornasoles, les puso a prueba lanzándoles preguntas que no por inesperadas podían dejar de responder los Matachines, pues era cerrarse las puertas y no encontrar a la mujer que buscaban, aquella que tenía el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el futuro en los ojos.

—¿Quién de los dos sabe bailar con zancos? —preguntó aquélla.

—Los dos —se adelantó Tamachín—, pero no sobre zancos, sobre las tetas de las diosas...

—¿Saben alguna oración secreta?

Sabemos, ya lo creo que sabemos oraciones secretas —contestó Chitanam y tras un breve y  calculado silencio alzó la voz—: ¡Dioses... Dioses... Dioses de ojos con agua, manos gastadas en la siembra, exactos en la cuenta del tiempo...

—Y andan buscando... —le cortó la Pita-Loca—, andan buscando a Nalencan...
Ambos callaron y aquélla se dijo, los atrapé.

—No, señora... —movió la cabeza Tamachín y Chitanam añadió:

—Desde luego que no. ¿Quién se preocupa por Nalencan en las ciudades? Nadie.

Ni tiene resplandor de relámpago ni ensordece con el retumbar de los cielos. No así allá  en Machitán, donde la tempestad, la temible Nalencan se desploma apocalíptica entre tronos, truenos y dominaciones...

—Buscamos — intervino Tamachín — a la mujer de ayer, hoy y mañana...

La Pita-Loca encogió los dedos, patas de arañas de colores, araña de brillantes, esmeraldas, rubíes, amatistas, turquesas, ópalos, topacios, zafiros, cada mano, y frunció las cejas de humo triste.

—No la hemos enterrado. La tenemos para dientes que como a ustedes, les gusta la mujer rígida y fría, totalmente fría, a temperatura de cadáver.

—¿Muerta? —preguntaron al mismo tiempo los Matachines, sintiendo junto a ellos algo que habían olvidado, la presencia del machete.

—Congelada. No era linda, pero no era fea. Los ojos achinados como de cocodrilo, respingona la nariz, el pelo lacio...

—¿Muerta? — repitieron aquéllos su pregunta.

—Sí, se suicidó, el suicidio es la muerte natural aquí en la casa. Pero si quieren estar con ella, siempre la tenemos preparada en su lecho funeral, olor a flores blancas y a ciprés, a jazmín e incienso... hay hombres que les gusta la carne fría... el amor en el cementerio... hacer su maña entre cuatro cirios...

—No, no, no murió... —insistían los Matachines sudando el frior acuoso de la angustia en los huesos.

—Aaaa...cabáramos, los señores son de los que creen, o lo oyeron decir aquí en la casa... La servidumbre cuenta que la bella de Machitán, así la llamábamos, se levanta de noche. Los muertos que sueñan que no están muertos son los que deambulan fuera de sus tumbas. Pues la bella, sueña que está viva, y anda por aquí, por allá, abriendo y cerrando las puertas. Lo brutal es que cuando un hombre la posee parece que revive y a pesar de su rigidez cadavérica, adquiere movimientos de esponja. Pero los estoy aburriendo con mis tonterías. ¿Quieren estar con ella?... Puede ir uno, primero, y otro después o si prefieren vayan los dos juntos...

—Debemos sacarla de aquí...

—Imposible. Por ningún dinero. Es tradición, y mi marido era inglés, un ex pirata, aunque a él no le gustaban los «ex», que mujer que entra en casa de la Pita-Loca, no sale ni muerta, pues aun muerta sirve para que se den cuerda perversos y degenerados...

—Esa mujer tenía —las palabras caían de los labios de los Matachines, que no realizaban cabalmente lo sucedido, como alas de hormigones viejos—, tenía el ayer en los oídos, el presente en la boca y el futuro en las pupilas...

—Y por eso, por eso se suicidó prontito. ¡Pruébenla, no lo estén pensando tanto! Está bañada y lavada... vayan... vayan a su alcoba... por encima se les ve que les gusta la carne muerta...

Arteros y veloces, tras cambiar una mirada, el zig-zag de los machetes y a cercén las dos manos de la Pita-Loca cortadas como dos panochas de piedras preciosas, sangrando más por los rubíes y granates que por sus vasos abiertos...

Desatornillados de sus cabales, sueltos, ciegos, ensangrentados hasta los codos, por momentos gritaban, por momentos ladraban, ladrar de perros que se vuelven lobos aulladores y por momentos, tras aullar, se lamentaban con rugido de fieras. Gritar, ladrar, aullar, rugir, molerse los dientes, comerse la lengua, tragarse la realidad, perdido el empeño, el sostén, la duda...

—No murió... no murió la bella de Machitán... —lloraban a carcajadas... sin poderse borrar de los ojos la visión de aquel cuerpo de tabaco blanco, momificado, que la Pita-Loca perfumaba para que la gozaran borrachos o sonámbulos...
Una anciana, pelo de pluma blanca, les detuvo al salir de la ciudad que de noche, dormida, no tenía pies.

—¿El camino buscan? —inquirió.

A lo que los Matachines, machete en mano, preparados siempre para abrirse paso a filo y muerte, contestaron:

—¡Por la Gran Atup que eso buscamos... el camino de regreso... tenemos que machetearnos hoy mismo... quitarnos la vida en la plaza de Machitán!

—Para eso son matachines...

—Para eso son matachines...

—Sí, señora, para servirla...

—¿A mí...? jiji. —su risita olía a trapo quemado—, la muerte no me sirve... jijiji!

Luego adujo:

—El camino de los Matachines se acabó...

Chitanam, sin darse cuenta que aquello significaba que para ellos era llegado el fin,  bromeó:

—¿Qué debemos asar para que siga?

—Asar nada. Hacer mucho. Hacer que les crezca el pelo, salvo que tengan a alguien que les dé su cabellera para hacerse el camino.

Tamachín suspiró:

—¡Tenemos... más bien teníamos, señora, pero se quedó sin camino antes que nosotros!

—Lo sé, yace dormida en la casa de la Pita-Loca, sobre una almohada negra de siete leguas de ríos hondos, justo lo que les falta a ustedes para llegar a Machitán. Sí se volvieran a pedirle prestados sus cabellos.

—Es imposible —exclamaron, mostrando a la vieja las manos de la maldita alcahueta con los dedos en túneles de piedras preciosas hasta las uñas.

—Se le cortan las manos a la riqueza malhabida —dijo la anciana horrorizada—, peto es inútil, es inútil, le salen nuevas manos...

—¡Apártate... —enarboló el machete Tamachín—, cola del cometa que anda donde no se ve, ya respiras poquito como todos los viejos, pero te juro que vas a respirar más poquito, si la muerte no nos lleva a miches hasta Machitán!

La anciana desapareció y les fue concedido. Sobre un galápago formado con dos omóplatos sin colchón, es dura la jineteada final, llegaron al lugar en que debían cumplir su juramento. Al bajar de tan frágil como fuerte cabalgadura de huesos, la muerte mostraba sus dientes descarnados.

—¿De qué te ríes...? —le preguntaron.

Y la respuesta lacónica:

—De ustedes...

No la oyeron, no les importaba. Ataviados para el duelo: camisas blancas, sus mejores camisas, puños, pecho y cuello alforzados, pantalones blancos, sus mejores pantalones, manos y caras teñidas de blanco, cambiaron una mirada de amigos enemigos y lanzaron sus machetes al aire. Estos cayeron enterrados de punta, uno frente a otro, pulso de matachines, señalando el lugar que le correspondía a cada uno en el terrible encuentro. A Tamachín le quedó el sol en la cara, a Chitanam en la espalda.

Tamachín pensó: Chitanam me aventaja, el sol no lo encandila. Chitanam pensó:

Tamachín salió ganando, a la luz del sol me ve mejor.

Mientras tomaban sus machetes, un perico pasó volando sobre sus cabezas.

—¡Tamachín... chin... chin... matachín! —decía festivo y regresaba más gozoso—.
¡Matachín... chin... chin... Tamachín!

Luego se iba, luego volvía:

—¡Chitanam... tam... tam... Machitán! ¡Machitán... tam... tam… Chitanam!

—¡Por la Gran Atup que esto se acabó! —gritó Tamachín enfurecido, el machete en alto, yendo tras el perico que seguía en sus burlas...

—¡Matachinchín, matachín!... ¡Matatamtam, Machitán! —verde, alegre, jaranero—.

¡Matatamtam, Machitán! ... ¡Matachinchín, Matachín!

Y volando, volando, tam-tam y chin-chin... chin-chin y tam-tam..., sacó de la plaza convertida en palenque a los matachines de Machitán que lo perseguían con sus machetes.

—¡Matachines al fin! ... —dijo alguien, no el perico. Alguien. Sólo se le miraba el hombro y en el hombro, posado el perico.

—Atalayandítolos estuve, para que no se mataran, pero se me pasaron. Sin duda el baile del llueve pies y pies y pies los hace invisibles, y por eso mandé a traerlos con el perico.

Este, al sentirse aludido, echóse hacia atrás, abierto de patitas y alivió la tripa soltando un gusanito de estiércol en el hombro del hombre del hombro.

—¡Y por virtud de ese gusanito —gritó el perico, esponjándose como una lechuga avergonzada—, salvarán el pellejo Tamachín y Chitanam, y seguirían bailando el llueve pies y pies y pies en Machitán!

—Salvarla del todo, no —dijo el hombre del hombro—, se les dejará la vida por algún tiempo, si no hacen lo que hacen, derramar sangre.

—¡Matachines al fin! —recalcó el perico.

—Al entendido por señas —alzó la voz Tamachín, montando en cólera—, cobardía y excremento de perico es igual, y a ese precio no queremos la vida los matachines de Machitán.

Si el hombro del hombre no desaparece y el perico no vuela, los parte en dos el machete de Tamachín.

El filo vindicativo cortó el aire y dio en el pie de alguien. Un pie sin sangre, negro, peludo y con las uñas de punta. Un pie cortado, no de un tobillo, sino de un chillido desgarrador. Lo recogió Chitanam sin detener su paso. Volvían a la plaza de Machitán a reanudar el desafío, interrumpido por la presencia del perico, volanderas las alas de sus sombreros blancos como sus ropas, las caras y las manos espolvoreadas de envés de hoja de encino blanco, extraños personajes de ceniza que llevaban sobre el pecho, amuletos de muerte y pedrería, las manos cercenadas de la Pita-Loca,. Cada uno una mano, y a flor de labio, en la resaca de su palabrear de condenados a muerte, la letanía del no murió... no murió... no murió... martillado para aminorar su culpa o porque en verdad creían que los que no mueren donde nacen, no son muertos, sino ausentes, doblemente ausentes como aquella que tuvo el ayer en los oídos, el hoy en los labios y el mañana en los ojos.

Todo inútil, inmensamente inútil. Qué feroz desatino rodarse de preguntas sin respuesta, desimantados, incongruentes, tránsfugas, perjuros, atragantándose con llanto, al cuello el peso muerto de las manos hinchadas como sapos y reverberantes de oro y gemas de la maldita alcahueta.

—¿Me lo devuelves.., es mi pie... es mío! —dijo por señas y visajes a Chitanam, un mono por su color bañado en espuma de hervor de café.

—Si te sirve... —contestó aquél y se lo devolvió.

¿Qué puedo hacer por los señores? parecía preguntarles con sus fiestas el saraguate coludo, todo ojos a las reliquias que colgaban sobre el pecho de los Matachines Se les adelantaba cojeando, los miraba y volvía a ver atrás. Cojeando, cojeando, no se puso el pie, rechinaba los dientes y volvía y volvía la cabeza.

Los alcanzó a pasos despeñados, el gran Rascaninagua.

—Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas —canturreaba—, creen que yo sé cosas, porque sueño con los ojos abiertos... ¿Y los señores... —enfrentóse a los Matachines—, quiénes son, cómo se llaman?... ¡Ah! ¡ah!... —se fijó mejor en ellos—, son los Matachines de Machitán.

El mono sentado en el suelo, empezó a quererse pegar el pie, antes que el gran Rascaninagua le preguntara por qué travesura se lo habían cortado. Revolvía saliva, tierra y chillidos.

—¡Telele, dejé de chillar! —amenazó Rascaninagua con el bastón en que se apoyaba, al saraguate. Luego volviéndose a los Matachines, en tono autoritario: —Mis amigos, en estos cerros no se debe derramar sangre...

Se limpió la boca con el envés de la mano. La palabra sangre mancha los labios de solo pronunciarla e inquirió con sus ojos perdidos en hojarasca de siglos, la impresión que causaba su mandato de «no más sangre» en aquellos que vivían sólo para eso, para derramarla.

—Y si no derramamos sangre, de qué hemos de vivir... —se adelantó a responder, en tono interrogativo, Chitanam—, y lo peor es que ahora estamos comprometidos, por juramento, yo a derramar la sangre de Tamachín y Tamachín la mía.

—Pero eso puede evitarse... —sacudió la cabeza Rascaninagua.

—¡Imposible! —gritaron, aquéllos.

—No hay imposibles en mis cerros...

—Si pudiera evitarse. —apresuró Chitanam, esperanzado, no las tenía todas con la muerte, y menos a machetazos. 

—¡Con un revuelto de cobardía y caca de perico... —engallóse Tamachín —, ja, ja... —soltó la risa, para añadir en seguida: —La bella de Machitán nos espera más allá de la vida y debemos juntarnos con ella...

—¿Y por qué los dos? — frunció las cejas al preguntar Rascaninagua.

—Fue el amor lo que la perdió, el amor que sentía por nosotros dos —explicó Chitanam—, no se decidió por ninguno y cayó en poder de todos los que no la querían...

—Y... si cumplen el juramento de reunirse con la bella de Machitán, sin morir del todo, qué les parece —planteó en tono agorero y familiar Rascaninagua.

El mono, medio dormido, soltaba largos suspiros. Se había pegado el pie. Los Matachines dudaban de sus ojos. Cómo creerlo. Saliva, tierra y chillidos, qué mejor pegamento.

—Morir sin morir del todo... cumpliríamos nuestro juramento y seguiríamos vivos...

—pensaba sin decirlo Chitanam

—Pero hay una condición —Rascaninagua adivinó lo que éste pesaba con la sutil balanza de las probabilidades—, una sola condición. No se derramará más sangre en Machitán. La sangre de los Matachines será la última.

—Lo que nos mandes haremos con tal dé morir sin morir —habló Chitanam esperanzado, cada vez cada vez más esperanzado—. Cumplir nuestro juramento y no irnos de la vida...

Tamachín guardó silencio. Telele y Rascaninagua le resultaban sospechosos. Apretó las quijadas y se mordió el pensamiento. Los Matachines, ella lo dijo siempre, son valientes para dar la muerte, pero no para morir. Este zandunguero quiere hacernos creer que moriremos sólo aparentemente. Así nos da valor para matarnos. Las palpitaciones del corazón le cosían los labios. Al fin logró hablar:

—Nada se pierde con hacer la prueba —murmuró Chita, que seguía no teniéndolas todas con la muerte.

—¡Todo se pierde... —se oyó la voz de Tamachín, vozarrón metálico, duro—, todo se pierde escuchando embusteros! Telele bailaba, saltaba, sin que pudiera saberse cuál de los dos pies se había pegado con saliva y tierra.

—En fin agregó Tamachín, lo desarmaba el prodigio de ver al Mono con los dos pies—, oigamos cómo es eso de morir, sin morir de veras...

—¡Quieto, Telele! —gritó Rascaninagua al saraguate que no dejaba paz—. ¡No pudiendo ser dios, es bailarín! —explicó sonriente, antes de endurecer la cara para anunciar a los Matachines, pétreo y solemne, que les daría dos talismanes, uno a cada uno, para que a su conjuro pudieran volver a la vida desde el mar de las sustancias.

—El instinto de conservación —prosiguió Rascaninagua— es el gran perro mudo, fiel cuidador de lo carnal del hombre, de su cuerpo, de su integridad, desde hacerle presentir los peligros hasta defenderlo ferozmente; luego viene el nahual o espíritu protector de su ánima, su doble, el animal que lo sostiene siempre, que no lo abandona nunca, que lo acompaña más allá de la muerte; y por último la poderosa combustión de las sustancias de que está hecho lo vital, la vibración más íntima del ser, o sea el tono.

Hizo una pausa y siguió:

—El señor —se dirigió a Tamachín que despedía, colérico, negras llamas por los ojos—, el señor es de tono mineral y le corresponde y le entrego el frágil talismán de talco en forma de espejo de hojas de sueños superpuestos. Cada una de sus hojas dura nueve siglos, novecientos años. Cada nueve siglos tendrá Tamachín que cambiar de hoja para seguir vivo en su profunda sustancia mineral. Trescientos millones de espejos de talco, contando sólo la primera lámina, arrebatarán su sombra, para mantenerlo vivo, de la sombra de la noche.

Rascaninagua puso la mano en el hombro de Chitanam:

—En cambio, el amigo es de tono vegetal y le entrego el talismán agua verde, sangre de árbol, en este trozo de raíz de ceiba, para que navegue, después de muerto, en la sangre verde de la tierra, y vuelva cuando quiera a su forma corporal. Es por virtud de mis talismanes que los Matachines seguirán vivos en lo más íntimo de sus sustancias, piedra será Tamachín, árbol será Chitanam.

—¡Vengan los talismanes! —gritaron esperanzados y exigentes los Matachines.

—Pero, para llegar a ser indestructibles y salvarse de la nada usando una energía rudimentaria, más fuerte, sin embargo, que el instinto de conservación y el nahual o animal protector, deben evitar ser heridos en su forma mineral y vegetal, buscar lo más profundo de las selvas y los barrancos, para que nadie los toque, no separarse nunca y jurar que su sangre es la última que se derrama en Machitlan.

La plaza de Machitán negreaba de cabezas humanas. El desafío de los desafíos. Las torres y el frente de la iglesia, las ventanas y los techos de las casas, los árboles, todo era una sola cabeza. Los vecinos principales asomados a sus balcones. En las esquinas, hombres a caballo con espuelas que sonaban a lluvia dormida. A lo largo de las aceras, piñas de comerciante s que ofrecían refrescos, comidas, cocos de agua, dulces, frutas y baratijas.

Silencio expectante, más bien expectorante. Todos, a pesar del momento que se vivía, tosían, gargajeaban...

Salieron a la plaza los Matachines seguidos de comparsas abúlicas que llevaban esqueletos de culebras, gallos degollados, cueros de tigrillos, jaulas de hilos con pajarillos minúsculos, pielepajarillos minúsculos, pieles de oveja, aves hipantes, cascabeles de serpientes, cuchillos-  de sacrificio con la forma del Árbol de la Vida, y afilados por la risa de Tohil, afilador de obsidianas, calaveras pintadas de colores, azules, verdes, amarillas, cornamentas de venados...

Los Matachines ocuparon los lugares que los machetes arrojados al aire les señalaron, al caer de punta y clavarse en la tierra, y sin más esperar se alzó la voz de Chitanam. Pedía que le dieran por ataúd el árbol hueco que ahora sonaba con cien lenguas de madera. Dormir su último sueño en un tun. Que un tun fuera su tumba, su tumba retumbante.

Luego habló Tamachín. Pedía que lo enterraran en una piedra cavada a su tamaño y, sin decir más, empezó su última danza de pies y pies y pies...

¡Chin-chin-chin... Matachín-chin-chin...!, pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... ¡Tamachín-chin-chin,,... chin-chín Tamachín…Tamachín-chin... Tamachín!

¡Tam-tam-tam... Chitanam-tam-tam...! —empezó Chitanam su última danza, su, llueve pies y pies y pies... Antes gritó  su proclama, los machetes al aire como peces de sol : no iban al encuentro de la muerte, sino de la bella de Machitán... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies...

No se hizo esperar. la proclama de Tamachín:

¡Un nudo de amor de tres, no se puede desatar...! En el eco se oía: ...no se puede desandar...!

¡Es lo que pasa, Chitanam, cuando nacen dos hombres para una mujer!

—¡Es lo que pasa, Tamachín, cuando nacen dos hombres para una mujer!

Pies y pies y pies... pies y pies y pies... lluvia de pies y píes y pies... golpe... quite... golpe... quite... chocando los machetes... plin... plan... golpe de Chitanam... plan... pila... golpe de Tamachín... plan... plin... plan... quite y golpe de Chitanam... plin.., plan... plin... golpe y quite de Taniachín... los machetes chocando... pies y pies y pies... lluvia de pies y pies y pies... plin... plan... golpe de Machitán... plan... plin.., quite de matachín... golpe... quite... golpe... quite... sin herirse para prolongar la danza... el llueve pies agónico... pies y pies y pies... pies y pies y pies... no hay quite sin quite... no hay golpe sin golpe... plan... plan... al quite... al quite, Chitanam... al golpe, Tamachín, al golpe, al golpe, al golpe, Chitanam... al quite, al quite, al quite, Tamachín... pies y pies y pies... pies y pies y pies... piesip... es... piesip... es... tambaleantes.., heridos de muerte... un puntazo al corazón... por la tetilla..

Trapos ensangrentados... nada más sus camisas...  nada más sus pantalones... sus fajas coloradas... su  caites... sus sombreros...

Eso se enterró... sus trapos... no sus cuerpos... se hicieron invisibles...

Sus trapos ensangrentados y sus machetes, en un árbol resonante y en una roca de gesto doloroso ...

Días, meses, años... Chitanam transformado en un caobo inmenso y Tamachín convertido en una montaña, se reconocieron:

—¡Tam-tam, Chitanam!

—¡Chin-chin, Tamachín!

—¡Tam-tam, harás uso de tu talismán?

—¡Chin-chin, Tamachín hará uso de su talismán!

—¡Tam-tam, volverás a Machitán?

—¡Chin-chin, volveremos, Matachín!

Un machetazo rasgó el cielo de miel negra. Heridos caobo y peñasco por el rayo, no pudieron hacer uso de sus talismanes, volver a set los Matachines de Machitán. Lluvia fermentada Ebriedad de la tierra. Los ríos borrachos de equis en equis zigzagueantes. Los árboles bamboleándose borrachos. La ebriedad del mineral es el vegetal. Los minerales son vegetales borrachos. La borrachera del vegetal es el animal. Los animales son vegetales alucinados, delirantes...

Rascaninagua, seguido del mono que lucía sobre su pecho peludo las manos enjoyadas de la Pita-Loca, asomó con el cuerpo intacto de aquella que en vida tuvo oídos rumorosos de ayeres, labios de brasas que ardían en presente y ojos de adivinaciones futuras.

La traía en brazos. Pesaba menos que el humo, menos que el agua, menos que el aire, menos que el sueño.

Un ataúd de caoba. Un peñasco de sangre. El nudo de las tres vidas.

Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas... Astros materiales se deshojó la noche del destino. 




El mercado. (Cuento)