Fanny Ortiz. 2017
fannyortiz997@gmail.com
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En anteriores entradas de este blogger
se intentó someter un poco a los métodos de la investigación histórica, los personajes
más sobresalientes de la maravillosa
novela "La Vorágine". Un personaje centralísimo es Clemente Silva, quien no solo abarca el relato de
la segunda parte, sino que, como se trata de mostrar en este ensayo, fue
configurado para ser la voz, no solo de quienes sufrieron la esclavitud en
las caucherías, sino de la selva misma.
A través de Clemente Silva, la novela se convierte en una fuerte denuncia social, con un estilo documentalista muy particular para la época. Y en este estilo, este personaje, es una voz testimonial, construida tal vez, desde la experiencia misma, de quienes vivieron los vejámenes de la esclavitud. Clemente Silva, bien pudo haber sido un cauchero real, con una historia lo suficientemente dramática, como para atrapar la imaginación del novelista, un hombre rebautizado, en honor a la clemencia de la selva, que clama desde sus entrañas, ser escuchada.
A través de Clemente Silva, la novela se convierte en una fuerte denuncia social, con un estilo documentalista muy particular para la época. Y en este estilo, este personaje, es una voz testimonial, construida tal vez, desde la experiencia misma, de quienes vivieron los vejámenes de la esclavitud. Clemente Silva, bien pudo haber sido un cauchero real, con una historia lo suficientemente dramática, como para atrapar la imaginación del novelista, un hombre rebautizado, en honor a la clemencia de la selva, que clama desde sus entrañas, ser escuchada.
“EI lector más privilegiado de La vorágine es el
que conoce las intrincadas
estructuras e intenciones de la obra, pero arrincona
estos conocimientos para participar en ella plenamente y sentir el entusiasmo
y el interés que Rivera quiso disimular”
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Esta cita de Richard Ford remite
a su ensayo: “El marco narrativo de La
Vorágine”, publicado en 1987 y citado por Tomás Camarero, en: “De los lectores y el metalector” de
1991. La pregunta que a uno le asalta de inmediato, es qué fue eso, que Rivera
quiso disimular. No iremos al centro de la tesis de Camarero, pues no
pretendemos con este ensayo profundizar en el debate teórico. Para lo que nos
ocupa, -la configuración de los personajes de la obra, en específico, el
personaje Clemente Silva- sintetizare uno de los planteamientos de Camarero con
la frase, “El lector se define como una
construcción textual” y me arriesgare a invertir la formulación diciendo, que
también el autor, -en este caso, Rivera- se define como una construcción
textual.
Me explico, adentrarse en la
lectura de La vorágine conlleva una problemática para el lector y esto, desde
antes de leer la primera página, según, Naele Silva, biógrafo de Rivera, para
agosto de 1924 se publicó en el periódico El Espectador de Bogotá, el siguiente
anuncio:
La vorágine, novela original de J.E. Rivera.
Trata de la vida en Casanare, de las actividades peruanas en La Chorrera y El
Encanto y de la esclavitud cauchera en las selvas de Colombia, Venezuela y
Brasil. Aparecerá el mes entrante.
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Aunque este anuncio es anónimo, Naele Silva, establece la autoría en la persona de Rivera. El problema está, en que cuando se va a la novela hay un intento afanado por documentar el texto, que ahora aparece, como el manuscrito original de Arturo Cova, con un glosario de regionalismos aportados por el editor, que para el caso es José Eustasio Rivera.
Pues bien, el texto inicia con el
fragmento de la carta de Arturo Cova, cual
insinuando desde ya, la existencia real del personaje, quien al decir
del mismo Rivera, escribió los hechos acaecidos, de los cuales él posee los
manuscritos, pero también y esto entre líneas, consintiéndose a sí mismo el
lugar de editor en la fatídica aventura y esto último, nos parece que va en la
vía de Richard Ford, en la cita mencionada al inicio de este ensayo.
Pero si el autor ha expresado
públicamente a través de un periódico local, que el carácter de su escrito es
una novela, por qué introducir al lector, a través del pretendido fragmento de la
carta de Arturo Cova, por qué suscribir su rubrica en un prólogo, en el que
asegura haber arreglado para la publicidad los manuscritos del desafortunado
poeta y por qué, presentar el cable del cónsul a manera de epilogo. ¿Carecen de
historicidad tales documentos? Yo creo que no. Pero lo que le resta de
historicidad, le sobra en intencionalidad. Miremos las palabras del propio
Rivera:
Señor Ministro:
De acuerdo con los deseos de S. S. he arreglado
para la publicidad los manuscritos de Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio
por el Cónsul de Colombia en Manaos. En esas páginas respeté el estilo y
hasta las incorrecciones del infortunado escritor, subrayando únicamente los
provincialismos de más carácter. Creo, salvo mejor opinión de S. S, que este
libro no se debe publicar antes de tener más noticias de los caucheros
colombianos del Río Negro o Guanía; pero si S. S. resolviere lo contrario, le
ruego que se sirva comunicarme oportunamente los datos que adquiera para
adicionarlos a guisa de epílogo.
Soy de S. S. muy atento servidor.
JOSE EUSTASIO RIVERA
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Pero a guisa de epilogo no aparece más que el desacertado desenlace,
Teniendo en cuenta que La Vorágine se presenta como los manuscritos de un tal Arturo Cova, editados por el novelista José Eustasio Rivera, quien en sus correrías por los Llanos y la Amazonia seguramente se documentó de primera mano con el testimonio oral y tendría acceso a documentación de la época, una posible historicidad, no solo de la carta de Arturo Cova y del cable del cónsul, es para el historiador, como la golosina para el niño y la búsqueda de una huella es casi que obligada, pues bien sigámosle el rastro en la misma novela:
EPILOGO
El último cable de nuestro cónsul, dirigido al
señor ministro y relacionado con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros,
dice textualmente: "Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva…
"Ni rastro de ellos. "¡Los devoró la selva!"
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Teniendo en cuenta que La Vorágine se presenta como los manuscritos de un tal Arturo Cova, editados por el novelista José Eustasio Rivera, quien en sus correrías por los Llanos y la Amazonia seguramente se documentó de primera mano con el testimonio oral y tendría acceso a documentación de la época, una posible historicidad, no solo de la carta de Arturo Cova y del cable del cónsul, es para el historiador, como la golosina para el niño y la búsqueda de una huella es casi que obligada, pues bien sigámosle el rastro en la misma novela:
¡Santa Isabel! En la agencia de los vapores dejé
una carta para el cónsul. En ella invoco sus sentimientos humanitarios en
alivio de mis compatriotas, víctimas del pillaje y la esclavitud, que gimen
entre la selva, lejos de hogar y patria, mezclando al jugo del caucho su
propia sangre. En ella me despido de lo que fui, de lo que anhelé, de lo que
en otro ambiente pude haber sido. ¡Tengo el presentimiento de que mi senda
toca a su fin, y, cual sordo zumbido de ramajes en la tormenta, percibo la
amenaza de la vorágine! (La Vorágine. Pág. 320)
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Dada semejante condición en la
que se pone el propio autor, al lector no le queda de otra, que adentrarse por
entre un prisma a marca pasos, entre lo real y lo ficticio. Es importante
señalar que al decirlo de esta manera, el propio Rivera se ha dado un lugar dentro
de la novela, por minúsculo que parezca, hace las veces de editor, es
signatario en el prólogo, donde promete respetar hasta las incorrecciones
–ortográficas- del poeta, en una especie de segunda parte, continuación, to be continue. Por más medida que sea su participación, se auto
otorga una acción al interior de los sucesos de la novela: arreglar para la
publicidad los manuscritos de Arturo Cova.
Y son tan bien logradas las
maniobras y argucias en su afán por documentar la obra, que lleva al lector a
vivir una experiencia desde lo más sensitivo, en una especie de performance de
la época.
En 2006, se conocieron los borradores
de la versión original de la novela La Vorágine, que fueron donados a la
Biblioteca Nacional, por uno de los descendientes de Rivera. Este hallazgo
cuenta con tres cuadernos, escritos unas partes, con tinta azul y otras a lápiz
ya casi ilegible, con enmendaduras y anotaciones a pie de página y varios
documentos sueltos. Al final del segundo cuaderno aparece la siguiente nota,
firmada por José Eustasio Rivera.
“Este cuaderno viajó conmigo por todos los ríos
de Colombia durante el año 1923, sus páginas fueron escritas en las popas de
las canoas y las piedras que me sirvieron de cabecera, sobre los cajones y
rollos de cables, entre las plagas y los calores. Terminé la novela en Neiva
el 21 de abril de 1924”. José Eustasio Rivera.
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Habiéndose encontrado los
cuadernos o borradores con los cuales se configuró la novela, hoy es factible
aseverar en las intenciones que tendría Rivera, al mostrar lo que mostró y la
forma en que lo hizo. Múltiples y reiterativas críticas recayeron sobre el
autor y la novela misma, dado, el estilo y pretensión de mostrar los hechos
sucedidos en La Chorrera y El Encanto de una forma, afanosamente documentada,
que no era conocida en la época. ¿Por qué optar por este estilo?.
La Vorágine, es la gran novela
latinoamericana de la tierra o de la selva y es así mismo, la denuncia de los
acontecimientos vividos por los caucheros de La Chorrera y El encanto. Como lo
plantea Françoise Perus en el ensayo: “De selvas y selváticos”, incorporar en la
tradición literaria el ámbito de la realidad natural, social y cultural, puso
al lance al novelista, en la búsqueda de un estilo propio, que marcaría un
referente o al menos, la necesidad de crear dicho referente.
Y dicho estilo estaba dado desde
el mismo momento en que el propio Rivera anuncia su novela, a través de un
periódico local, al descubrirse como poseedor de los manuscritos de Arturo Cova
y de cierta forma, autentificar su legitimidad mediante un prólogo y un epílogo,
que convierten al autor en editor de unos cuadernos llegados de manos del
cónsul colombiano en Manaos y finalmente, al anexar tres fotografías, para la
edición original de la novela.
El estilo en mención, se basa en una
denuncia social, delineada entre hechos históricos como la muerte del
gobernador Pulido en 1913, la tiranía del general Tomás Funes y la misma
explotación cauchera de La Chorrera y El Encanto, aspectos de la cultura
regional tímidamente relatados, una cartografía social muy bien establecida y
claro, una estrategia publicitaria muy bien lograda.
Sobre la explotación del caucho que
es el tema neurálgico de la novela, el autor se encargó de exponerlo
magistralmente en la segunda parte de la novela, a través de la voz del señor
de la sel
va, don Clemente Silva, en quien encomienda nada más y nada menos, que
recoger los cuadernos en donde Arturo Cova plasmó el memorial de su odisea y
llevarlos al cónsul de Manaos.Don Clemente:
Sentimos no esperarlo en el barracón de Manuel
Cardoso, porque los apestados desembarcan. Aquí desplegado en la barbacoa, le
dejo este libro, para que en él se entere de nuestra ruta por medio del
croquis, imaginado, que dibujé. Cuide mucho esos manuscritos y póngalos en
manos del cónsul. Con la historia nuestra, la desolada historia de los
caucheros. ¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo! Viejo Silva:
Nos situaremos a media hora de esta barraca, buscando la dirección del caño
Marié, por la trocha antigua. Caso de encontrar imprevistas dificultades, le
dejaremos en nuestro rumbo grandes fogones. ¡No se tarde! ¡Sólo tenemos víveres
para seis días¡ (La Vorágine. Pág. 324)
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Sobre el personaje de Clemente
Silva, éste aparece en la novela, como voz protagónica de la segunda parte, una
voz decrépita y lamentable como su famélico aspecto, pero con poderosa letanía capaz
de atrapar la atención del mosiú y mostrarle lo mísero de la esclavitud.
¿El señor desea tomar alguna fotografía? le
pregunte, sí. Estoy observando unos jeroglíficos. -¿Serán amenazas puestas
por los caucheros? - Evidentemente: aquí hay algo como una cruz. Me acerqué
congojoso, reconociendo mi obra de a puño, desfigurada por los repliegues de
la corteza: “Aquí estuvo Clemente Silva." Del otro lado, las palabras
Lucianito: Adiós, adiós...“ ¡Ay mosiú,
murmuré, esto lo hice yo! y apoyado en el tronco, me puse a llorar.(La
Vorágine. Pág. 196)
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Tal es la fuerza del personaje, que
resuena en la conciencia del mosiú, hasta cambiarle el rumbo a sus propósitos y
llevarlo a concebir la idea, de denunciar estos crímenes, primero con sus
coterráneos y luego en la región.
"Estos crímenes, que avergüenzan a la
especie humana -solía decirme- deben ser conocidos en todo el mundo para que
los gobiernos se apresuren a remediarlos." Envió notas a Londres, París
y Lima, acompañando vistas de sus denuncias. (La Vorágine. Pág. 196)
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No obstante, es en esta parte de
la novela en la que hay mayor esfuerzo en Rivera, por mostrar un relato
documentado, que en últimas cumpla con la intencionalidad del texto. Sin
embargo, es por cuenta de la oralidad propia del entorno, que se logra mayor
realismo. De esta manera, las palabras de Clemente Silva, tienen una
legitimidad natural, pues resulta ser la voz que denuncia todo el vejamen que
significaba para estos hombres, la esclavitud de las caucherías. Quizás, en el
imaginario del propio Rivera, la veracidad tenía que ver más con la palabra
escrita, con el registro fotográfico y
no, con la oralidad, tal vez, por ello, da a entender que existe un registro
fílmico del mosiú, de quien hoy sabemos era el fotógrafo Eugenio Robuchon.
Momentos después, el árbol y yo perpetuamos en la
Kodak nuestras heridas, que vertieron para igual amo distintos jugos: siringa
y sangre. (La Vorágine. Pág. 196)
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Estamos de acuerdo con lo
planteado por Christian Elguera Olórtegui, en el ensayo: “Ficción e historia en la representación cauchera de La vorágine y Las
tres mitades del Ino Moxo”, “si bien
finalmente Arturo Cova nos entrega un resultado escrito, las penurias de los
gomeros se transmitieron oralmente, otorgándole un carácter testimonial al
discurso. Se trata de personajes que tienen autoridad para hablar: ellos han
sufrido las torturas y la esclavitud al verse sometidos a un régimen económico
desquiciado”. Clemente Silva los representa a todos, es el pulmón, la
fuerza del grito desesperado.
Pero si la voz de Clemente Silva
hace las veces, de algo así, como una conciencia colectiva, ¿es posible documentar
al personaje?
Recordemos que en la edición Príncipe, el mismo Rivera aporta tres fotografías, aludiendo a la última la figura de
Clemente Silva. Para Naele Silva, en esta fotografía se ve con alguna claridad,
la palabra Manaos y una cifra 1906, Manaos - 1906, otros autores discrepan en
este sentido, dado, lo ilegible y la cortadura en la imagen, eso sí, aclarando
que si se trata de una referencia cualquiera, no desmentiría por fuerza mayor, que el fotografiado fuese Clemente Silva. Estoy citando el trabajo de Carlos Páramo,
quien en su ensayo: “Cosas de la vorágine.
Una guía para viajeros hacia «el vórtice de la nada » comenta, que la
fotografía que aparece en la edición Príncipe, pudo haber sido tomada por el
geógrafo Eugenio Robuchon –el mosiú de la novela- en 1905, de quien dice, muy
seguramente fue asesinado por agentes de Arana.
Si es cierto el paso de Clemente
Silva por Manaos en 1905 y un recorrido de vuelta, pasando por Iquitos un año
después en 1906, como planteó Páramo, se puede pensar en un posible trato entre el cauchero y el geógrafo. Es decir, que Rivera tendría la conciencia de
los propósitos del fotógrafo en el Putumayo y por qué no, de esta forma, se acercó al testimonio de las penurias de un cauchero retratado en el lente del fotógrafo, por qué no, pensar en que
la fuente usada por Rivera sea el mismísimo Eugenio Robuchon.
Tal vez, Rivera retrata irónicamente
al fotógrafo a través de una figura antagónica, cuando el mosiú remite a Silva a La Chorrera, para
que presente quejas por escrito y además las soporta, con los negativos de su cámara fotográfica, éste
solo encuentra el azote y la tortura a manos de un tal Barchillón. No se trata
propiamente de un anagrama, pero es un juego de letras bien interesante. Barchillón – Robuchon, que a bien, pudo haber usado Rivera.
Sólo Barchillón se encontraba allí. Apenas leyó
el abultado pliego, hizo que me llevaran a su oficina.
-¿Por qué pretende ese aventurero ponerle pauta a
nuestro negocio? ¿Quién le otorgó permiso para darlas de retratista? ¿Por qué
diablos vive alzaprimándome los peones? (La Vorágine. Pág. 196)
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Como no creer en un Clemente Silva real e histórico, vagabundo, andariego y desposeído, en el Iquitos de 1906- 1907. Un cauchero cualquiera, con una historia lo suficientemente dramática como para atrapar la imaginación de un novelista, un hombre rebautizado, en honor a la clemencia de la selva, herida desde sus entrañas. Si nos fiamos por lo que se cuenta en la novela, o por lo que Rivera pone en las palabras de Clemente Silva, es muy posible su estadía en Iquitos.
El año siguiente fue para los caucheros muy
fecunda en expectativas. No sé cómo, empezó a circular subrepticiamente en
gomales y barracones un ejemplar del diario La Felpa, que dirigía en Iquitos
el periodista Saldaña Roca. Sus columnas clamaban contra los crímenes que se
cometían en el Putumayo y pedían justicia para nosotros. Recuerdo que la hoja
estaba maltrecha, a fuerza de ser leída, y que en el siringal del caño
Algodón la remendamos con caucho tibio, para que pudiera viajar de estrada en
estrada, -oculta entre un cilindro de bambú que parecía cabo de hachuela. (La Vorágine. Pág. 196)
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Y era cierto, el nivel de
violencia empleado por la casa Arana y su particular forma de someter a
indígenas y no indígenas a través de adelantos, que luego, se englobaban,
endeudando y sometiendo a la esclavitud, hasta la muerte a estos caucheros, se
intentó denunciar aprovechando la coyuntura de la instalación de la Corte
Superior de Justicia, en Loreto en 1907. Como se muestra en el ensayo crítico de
Frederica Barclay, “La asociación pro indígena y las atrocidades
del Putumayo. Una misión auto
restringida”, “Un periodista local presentó
una denuncia ante el juzgado de primera instancia en agosto y pocos meses más
tarde la hizo conocer a través de una publicación por entregas aparecida en un
periódico local –denominado La Sanción– entre el 3 y el 17 de octubre. A
continuación, la denuncia se publicó también en el periódico local La Felpa. La
denuncia judicial no prosperó en absoluto y ni las autoridades judiciales ni
políticas locales se inmutaron por los testimonios que en detalle había
recogido Benjamín Saldaña Roca”.
Aunque la denuncia no prosperó
como lo esperaba Saldaña Roca, hizo el eco necesario para que el cauchero
común, incluso el menos letrado, supiese que en una latitud no muy lejana, se condenaban
las acciones del señor Arana. Y para que los más arrojados, como lo era
Clemente Silva, se apropiaran de elementos para su propia argumentación.